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San Agustín

"Confesiones"

Libro 10

Capítulo 30

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Confesiones

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CAPÍTULO 30

Confiesa Agustín el estado en que se hallaba en orden a las tentaciones libidinosas

 

41. Vos, Señor, me mandáis que reprima la concupiscencia de la carne, la de los ojos y la ambición de los honores mundanos. Mandasteis que me abstuviese del acceso carnal, y aun me aconsejasteis otra mejor y más perfecta continencia que la que es propia del matrimonio y que Vos habéis permitido. Vos mismo me lo concedisteis, y se efectuó en mí eso que me aconsejasteis, aun antes de que yo fuese ordenado y hecho ministro y dispensador de vuestros Sacramentos. Pero aún viven en mi memoria (de la cual he hablado tan largamente) las imágenes de aquellas cosas torpes que mi mala costumbre dejó estampadas en ella, las cuales se me presentan, ya cuando estoy despierto, ya cuando dormido: cuando despierto se me ofrecen como flacas y sin fuerzas, pero entre sueños llegan no sólo a causar deleite, sino también una especie de consentimiento y obra, que son muy semejantes a la obra y consentimiento verdaderos. Puede tanto en mi alma y en mi cuerpo aquella ilusión y engaño causado por las dichas imágenes, que me persuaden e inducen dormido aquellas visiones falsas a lo que no me indujeran ni persuadieran despierto los mismos objetos reales y verdaderos. ¿Por ventura, Dios y Señor, no soy yo el mismo entonces que cuando estoy despierto? Pues ¿cómo me diferencio tanto de mí mismo, desde el punto en que paso de despierto a dormido, hasta que vuelvo a pasar de dormido a despierto?

¿Dónde está entonces mi razón y entendimiento, que estando en vela resiste a semejantes sugestiones con tal fuerza que, aunque las mismas cosas reales y verdaderas se me pongan delante, no bastan a conmoverme?, ¿acaso se cierra también la razón al mismo tiempo que se cierran los ojos para dormir?, ¿acaso ella se duerme juntamente con los sentidos del cuerpo? Además, ¿en qué consiste que muchas veces aun entre sueños resistimos también a semejantes sugestiones, y acordándonos de nuestro propósito en orden a la castidad, perseveramos firmemente en él, y no damos consentimiento alguno a tales deleites halagüeños y engañosos? Con todo, hay en esto tan grande diferencia de nosotros a nosotros mismos, que cuando en el sueño ha sucedido al contrario, en despertando volvemos a tener quieta y sin remordimientos la conciencia; y en esta misma diferencia conocemos que no hicimos nosotros aquello que entre sueños se ejecutó en nosotros y, fuese como fuese, lo sentimos y desaprobamos.

42. ¿Por ventura, Dios mío todopoderoso, no tiene fuerza y poder vuestra divina mano para curar perfectamente todas las enfermedades de mi alma y apagar también con vuestra gracia más especial y activa los movimientos impuros que padezco en sueños? Yo espero, Señor, que aumentaréis más y más en mí vuestras gracias y dones, para que mi alma, libre y enteramente desprendida de la pegajosa liga de toda concupiscencia, pueda seguir sin estorbo los movimientos y afectos que me llevan hacia Vos, y no sea rebelde a sí misma; antes bien, aun entre sueños, no solamente quede libre de ejecutar aquellas torpezas de corrupción que en fuerza de las imágenes animales llegan a hacer su propio efecto en la carne, sino que también esté muy lejos de consentirlas. Respecto de un Dios omnipotente, que podéis hacer mucho más de lo que nosotros podemos pedir ni pensar, no sería cosa muy grande ni dificultosa el hacer que atendido no sólo este método de vida que sigo, sino también esta edad que tengo, ninguna de aquellas impurezas haga en mi alma entre sueños la más leve impresión contraria a la castidad, que también con la más leve atención pudiera estorbarse o reprimirse.

Pero el estado en que me hallo por ahora en cuanto a este género de mal ya lo he confesado a Vos, Dios y todo mi bien, alegrándome (aunque con algún temor todavía) por el bien que ya me habéis concedido, llorando por lo que aún me falta y esperando que Vos perfeccionéis los buenos efectos que han obrado ya en mí vuestras misericordias, hasta concederme aquella paz cumplida y perfecta que ha de haber con todas las potencias y sentidos de mi alma y de mi cuerpo, cuando se verifique que la muerte quede tan cumplidamente vencida, que toda su guerra se mude en victoria.

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