Capítulo 8
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Confesiones |
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CAPÍTULO 8 |
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De la conversión de Evodio; de la muerte de su santa madre, Mónica, y de la crianza y educación que tuvo desde sus primeros años |
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17. Vos, Señor, que hacéis que vivan juntos en una misma casa los que tienen una misma voluntad, trajisteis a nuestra compañía al joven Evodio, que era natural de mi mismo pueblo. El que era agente de los negocios del príncipe se convirtió a Vos y se bautizó antes que nosotros, y dejando el servicio del emperador, se dedicó al vuestro. Vivíamos, pues, en amigable compañía y con la santa resolución de no separarnos nunca. Buscando un lugar que nos fuese más cómodo y proporcionado para establecernos en él y emplearnos en vuestro servicio, determinamos volvernos a África todos juntos: estábamos en el puerto de Ostia, por donde desemboca el Tíber en el mar, y allí falleció mi madre. Muchas cosas paso aquí en silencio, porque voy muy deprisa para referir otras que no quiero omitir. Aceptad, Dios mío, las alabanzas que deseo daros y la acción de gracias que os doy también en silencio por las innumerables cosas que dejo de referir. Pero no omitiré todas cuantas especies pueda parir mi memoria de aquella sierva vuestra, que me parió a mí, no sólo en cuanto al cuerpo a esta vida temporal, sino también en el espíritu en orden a la eterna. Las cosas que de mi madre voy a referir, fueron dones y gracias vuestras, no suyas, pues ni ella se hizo a sí propia, ni se educó a sí misma. Vos, Señor, la creasteis, sin que tampoco supiesen su padre ni su madre qué tal sería en lo venidero aquella hija que les había nacido. La recta disciplina de Jesucristo, vuestro unigénito Hijo, régimen que observaba en la casa de sus fieles padres, que era una buena parte de vuestra Iglesia, fue quien la hizo instruirse en vuestro santo temor. Porque, a la verdad, no solía alabar tanto mi madre, Mónica, el cuidado de la suya en orden a su educación y enseñanza, como el de una criada que había muy anciana, la cual en otro tiempo había traído también en brazos a su padre cuando era niño, como suelen las muchachas grandecillas traer los niños en brazos. En atención a esto, como también por su ancianidad, y las loables costumbres que siempre había practicado en una casa tan cristiana, era muy querida y honrada de los amos. Por eso también ella cuidaba mucho de las hijas de sus amos, cuya educación le habían encargado. Para reprenderlas, cuando era menester, era áspera con una severidad santa; y para enseñarlas, moderada y suave con prudencia. Así, fuera de aquellas horas en que las niñas tomaban su alimento, muy corto y moderado, en la mesa de sus padres, aunque estuviesen abrasándose de sed, no les permitía beber ni aun agua sola, para que no tomasen alguna mala costumbre, añadiéndoles estas prudentes palabras: Ahora bebéis agua, porque no tenéis el vino a vuestra disposición; pero cuando lleguéis a estar casadas y seáis dueñas de las bodegas y despensas, os parecerá mal el agua, y la costumbre de beber se os quedará siempre. Con esta razón que presidía en lo que mandaba, y con la autoridad y poder que tenía para que ejecutasen lo mandado, conseguía refrenar los antojos de aquella edad más tierna, y arreglaba la sed de aquellas niñas a las leyes de la templanza, para que nunca les agradase lo que no fuese decoroso. 18. No obstante todo este cuidado y enseñanza, imperceptiblemente se le introdujo en el corazón a mi madre y sierva vuestra el gusto y afición al vino, como ella misma me lo contaba. Porque en la confianza de que era niña, y que no bebía vino, ella era la que por mandato de sus padres iba regularmente a sacarle de la cuba, y antes de echarlo en la vasija en que lo había de llevar, aplicaba los labios al vaso con que lo sacaba, dando un pequeño sorbito, porque su paladar mismo repugnaba el beber algo más. Pues no hacía esto en fuerza de alguna pasión que tuviese al vino, sino impelida de ciertos excesillos y antojos de que abunda aquella edad, y se desahogan y explican en unos movimientos como burlescos, los cuales, con el peso y gravedad de los mayores y maestros, suelen contenerse y reprimirse en los ánimos de los muchachos. Así, añadiendo a aquel pequeño sorbo primero otros pequeños sorbos cotidianos (como el que desprecia lo poco, viene a caer en lo mucho), llegó a contraer tal costumbre, que ya bebía con gran gusto una copa de vino casi llena. ¿Dónde estaba entonces aquella prudente anciana, y aquella su prohibición severa y rigurosa? Mas ¿por ventura habría alguna cosa que fuese de provecho para curar una enfermedad oculta, si Vos, Señor, que sois el verdadero médico de todos nuestros males, no estuvierais siempre velando sobre nosotros? Así, un día, estando ausente el padre y la madre, y también los que cuidaban de su educación, Vos, Señor, que estáis presente a todos, que nos habéis creado, que nos llamáis en todo tiempo, que hasta por medio de los hombres que son contrarios nos procuráis lo que es bueno para la salud de nuestras almas, ¿qué fue, Dios mío, lo que hicisteis en aquella ocasión?, ¿con qué remedio la curasteis?, ¿con qué medicina la sanasteis? ¿No es cierto, Señor, que os servisteis de aquel fuerte y agudo dicterio que le dijo aquella otra criatura, cuya injuriosa afrenta fue como un hierro cortante y medicinal, que sacasteis de los secretos senos de vuestra providencia, con el cual de un solo golpe cortasteis toda aquella corrupción? Porque aquel día que ella estaba sola con una criada, que era precisamente la que solía acompañarla cuando iba por el vino, riñeron las dos entre sí, como muchas veces sucede en las casas; la criada le echó en rostro esta mala costumbre que su ama menor tenía, y con un modo áspero y desabrido la insultó llamándola borrachuela. Estimulada la niña con esta injuria, abrió los ojos para ver aquella fea costumbre, y desde aquel instante la condenó ella misma y la dejó. Ello es cierto que así como los amigos adulando nos pervierten, así muchas veces los enemigos injuriando nos corrigen; pero Vos, Señor, les daréis el pago que corresponde a la voluntad e intención que ellos tuvieron, y no el que corresponde a lo que Vos mismo hacéis por medio de ellos. Porque aquella criada, llevada de la ira, no pretendía verdaderamente sanar a su ama menor, sino injuriarla y zaherirla; así fue que aquella reprensión se la dio sin testigos y a escondidas, o porque el lugar y tiempo de la riña casualmente las cogió solas, o acaso recelosa de que a ella le viniese algún daño por no haberlo descubierto antes. Mas Vos, Señor, que gobernáis todas las cosas del cielo y de la tierra, que de todas usáis, haciendo que sirvan al cumplimiento de vuestra voluntad y dando su debida ordenación, aun a las cosas que desordenadamente siguen el curso perturbado de los siglos, hasta de la misma enfermedad de la una os servisteis para sanar a la otra, conque cualquiera que advierta y reflexione esto, no tendrá motivo para atribuirse a sí mismo el buen efecto que sus palabras hicieron tal vez en otro a quien quería corregir de algún defecto. |
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