Capítulo 3
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Biografía de San Agustín en Wikipedia | |
Música: C. Wesley - Pastorale |
Confesiones |
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CAPÍTULO 3 |
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Cómo Verecundo le cedió a Agustín una casa de campo en que viviese mientras llegaba el tiempo de recibir el Bautismo |
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5. Verecundo, muy amigo nuestro, que estaba casado con una cristiana, aunque él no era cristiano todavía, sabiendo nuestro buen propósito y la resolución que habíamos tomado, se consumía de pena y sentimiento, porque veía que le era forzoso privarse de nuestra compañía por la multitud de sus negocios e impedimentos, de que no podía desprenderse y desembarazarse; y especialmente porque, siendo casado, era la mujer una corma que le oprimía y estorbaba mucho, más que todo, el poder seguir nuestro camino y abrazar el género de vida que habíamos comenzado. Además de esto, él decía que no quería ser cristiano, sino de aquel modo que para él no era posible. Pero nos ofreció con toda benignidad y franqueza una casa de campo que tenía, para que la habitásemos todo el tiempo que nos habíamos de detener en Milán. Dignaos, Señor, pagarle esta buena obra en la resurrección de los justos, supuesto que ya le concedisteis ser contado entre ellos. Pues cuando estábamos ya en Roma, aunque ausente de nosotros, se hizo cristiano en una enfermedad que padeció, y partió de esta vida marcado con el sello de la fe, en lo cual, Señor, no solamente tuvisteis misericordia de él, sino también de nosotros, para que no fuésemos continua y cruelmente atormentados por la pena y dolor intolerables de no poder contar en nuestro rebaño a un tal amigo, que tan generosa y excelentemente se había portado con nosotros. Gracias a Vos, Señor, que somos de los vuestros, como lo dan a entender las mismas exhortaciones que nos hacéis y los mismos consuelos que nos dais. Como tan fiel en vuestras promesas, esperamos que por aquella heredad que nos cedió Verecundo, llamado Casiciaco, en la que descansamos en Vos de las fatigas del siglo, después de haberle perdonado los pecados que cometió en este mundo, le daréis la eterna amenidad de vuestro paraíso que nunca se marchita, por estar colocado en aquel monte pingüe, monte vuestro, monte fertilísimo. 6. Angustiábase, pues, con nuestra determinación el amigo Verecundo, pero se alegraba extremadamente Nebridio. Porque si bien éste tampoco era cristiano todavía, y cayera antes en el pernicioso error de creer que el cuerpo de vuestro Hijo, que es la verdad por esencia, era aparente y fantástico, no obstante, ya había salido de él, bien que permanecía sin recibir sacramento alguno de los preparatorios que usa vuestra iglesia, con todo de ser grandísimo y vigilantísimo indagador de la verdad. Poco después, empero, de nuestra conversión y regeneración por vuestro santo Bautismo, se hizo también él católico cristiano y, vuelto al África, vivió entre sus parientes, observando continencia y castidad perfecta, habiendo hecho cristianos a todos los de su casa, cuando fuisteis servido de sacarle de esta vida, y ahora vive en el seno de Abraham. Sea lo que fuere lo que se entiende y significa por aquel seno, en él vive mi Nebridio, allí vive mi dulce amigo, a quien Vos, Señor, primeramente sacasteis de la sujeción de esclavo y después le hicisteis hijo adoptivo vuestro. Porque ¿qué otro lugar correspondía a un alma como la suya? Ahora, pues, vive él en aquel seno, acerca del cual solía él preguntarme muchas cosas siendo yo un hombrecillo ignorante y sin experiencia de ellas. Ya no aplica sus oídos a mi boca para escuchar mis respuestas, sino que, como eternamente bienaventurado, pone la boca de su alma a la fuente inagotable de la vida, que sois Vos, y bebe cuanto quiere y cuanto puede de vuestra infinita sabiduría. Pero juzgo que por mucho que se embriague bebiendo sin cesar de ella, no se ha de olvidar de mí, cuando Vos, Señor, que sois esa misma fuente de que él bebe, os acordáis de mí. Así, pues, nos hallábamos entonces, por una parte consolando a Verecundo, que sin faltar a la amistad se entristecía del método de vida que abrazábamos por nuestra conversión; y al mismo tiempo exhortándole a que abrazase vuestra fe y os sirviese en aquel grado que le correspondía, esto es, en el mismo estado del matrimonio en que se hallaba; mientras por otra parte aguardábamos que nos acompañase Nebridio, que facilísimamente podía ejecutarlo y estaba ya para hacerlo sin demora. Con esto se pasaron finalmente aquellos días, que se me hicieron largos y muchos por el deseo que tenía de verme desocupado para cantaros con todas las potencias de mi alma: Señor, mi corazón os ha dicho que yo he buscado la luz de vuestro rostro: vuestro rostro, Señor, he de buscar. |
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