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San Agustín

"Confesiones"

Libro 7

Capítulo 20

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Confesiones

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CAPÍTULO 20

Cómo el haber manejado los libros platónicos le hizo a la verdad más instruido, pero también más soberbio

 

26. Había antes leído aquellos libros de los platónicos y excitado después con su leyenda a buscar la verdad incorpórea, llegué a descubrir y ver con el entendimiento vuestras perfecciones invisibles, por medio de estas obras que habíais hecho en el mundo. Deslumbrado y rebatido mi entendimiento con tan excesivo resplandor, conocí claramente que por las tinieblas que padecía mi alma no se me permitía contemplar luz tan divina, la cual, sin embargo, me dejó cerciorado y convencido de vuestra existencia y de que vuestro ser es infinito, sin que por eso estéis como extendido y derramado localmente por espacios finitos ni infinitos. También quedé certificado de que Vos sois el que verdaderamente existe y tiene un ser verdadero, porque siempre sois el mismo, sin que por parte ni afección alguna tengáis variedad, alteración o mudanza, y que todas las demás cosas han dimanado y procedido de Vos, costando esto certísimamente por sólo el documento irrefragable y firmísimo de que tienen ser.

Acerca de todas estas cosas estaba yo muy cierto, pero flaco y sin fuerzas para gozar de Vos. Hablaba mucho de ellas como si estuviera muy instruido, siendo así que si no buscara en Jesucristo, Señor y Salvador nuestro, el camino que nos guía y lleva a Vos, no sería yo instruido, sino destruido. Ello es que ya había comenzado a desear que me tuviesen por sabio, lleno de ignorancia, que es castigo de la culpa, y en lugar de llorar mi ignorancia, me desvanecía y ensoberbecía con mi afectada ciencia. Porque ¿adónde estaba entonces la caridad, que edifica sobre el fundamento de la humildad, que es Jesucristo? ¿O cuándo aquellos libros me la hubieran enseñado?

Yo me persuado que Vos quisisteis que leyese aquellos libros antes de las Sagradas Escrituras para que siempre me acordase de los afectos y disposiciones que habían causado en mi alma; y cuando después, con la lectura de vuestros Libros Santos, se amansase y humillase mi altanería y orgullo, y mis llagas se dejasen manosear de vuestros dedos, que me las iban curando, supiese hacer diferencia y distinguir entre la presunción de filósofo y la confesión humilde de cristiano; y entre la ciencia de los filósofos, que ven y enseñan el fin adonde debemos caminar, pero no ven ni enseñan el camino, y la que nos muestra este camino, que nos guía y lleva a la patria bienaventurada, no solamente hasta llegar a verla, sino también a habitarla. Pues si primeramente me hubiera instruido en nuestras Santas Escrituras, y con su frecuente lectura me hubierais hecho participante de vuestra dulzura y después hubieran venido a mis manos aquellos libros, puede ser que me hubiesen apartado de los principios y sólidos cimientos de la piedad, o si perseveraba firmemente en el piadoso afecto que vuestros libros me hubiesen inspirado, acaso juzgara que si alguno leyera solamente aquéllos, pudiera también haber producido en él igual efecto.

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