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San Agustín

"Confesiones"

Libro 6

Capítulo 6

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Confesiones

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CAPÍTULO 6

Del infeliz estado de los ambiciosos, al través del ejemplo de un pobre mendigo que estaba muy alegre

 

9. Ardía mi alma en deseos de honores, de riquezas y de matrimonio, y Vos, Señor, os burlabais de mis ansias y proyectos. Padecía en semejantes deseos amarguísimos trabajos, siéndome Vos en esto tanto más propicio y favorable, cuanto menos permitíais que hallase dulzura en todo lo que no erais Vos. Ved cómo os manifiesto todo mi corazón, pues habéis querido, Señor, que me acuerde de todos estos beneficios y os rinda gracias por ellos. Haced que de aquí en adelante esté mi alma unida a Vos, que la desembarazasteis de aquella tan tenaz y pegajosa liga de la muerte.

¡Qué infeliz era aquel estado de mi alma, cuando Vos teníais que punzarla en lo más delicado y sensible de sus llagas, para que dejadas todas las cosas se convirtiese a Vos, que sois sobre todas ellas, y convirtiéndose a Vos lograse su sanidad! ¡Qué miserable era yo entonces y de qué modo hicisteis que conociese mi miseria! Llegó el día en que habiéndome preparado para decir en alabanza y presencia del emperador un panegírico, en el cual había de mezclar mentiras y lisonjas con que merecer el aplauso y favor de los mismos que sabían la falsedad de mis elogios, en aquel día, pues, en que mi corazón no respiraba sino estos cuidados, abrasado en los ardores de varios pensamientos que le angustiaban, pasando por una calle de Milán, eché de ver a un pobre mendigo, que después de bien harto, según creo, estaba retozando y alegrándose. Esta ocasión me hizo suspirar y decir a los amigos que me acompañaban muchos sentimientos y quejas de nuestras locuras, pues con todos nuestros estudios y conatos, cuales eran los que entonces me afligían, estimulándome con los acicates de mis codicias y ambiciones a traer sobre mí la pesada carga de mi infelicidad, y haciéndola más pesada sólo con traerla, no pretendía otra cosa ni aspiraba a otro fin que llegar a conseguir una alegre tranquilidad, adonde había llegado antes que nosotros aquel pobre mendigo, y acaso no llegaríamos jamás a conseguirla. Porque la alegría de una felicidad temporal, que aquel pobre había alcanzado ya con unos pocos dineros que le habían dado de limosna, esa misma era la que yo anhelaba y la que buscaba por tan penosos caminos y trabajosos rodeos. Es cierto que la alegría que aquel pobre gozaba no es la verdadera alegría, pero mucho más falsa era la que yo buscaba por los medios que me sugería mi ambición, y a lo menos aquel pobre estaba alegre y yo angustiado, él estaba seguro y yo temeroso.

Ahora bien, si alguno me pregunta qué querría más, estar con alegría o estar con temor, respondería sin duda que más querría estar alegre. Y si me volviera a preguntar si quería más ser tal como era aquél o ser tal como me hallaba entonces, escogiera primero ser lo que yo era, aunque tan lleno de cuidados y temores; pero esta elección la haría mi perversidad, no la recta razón fundada en la verdad. Porque el ser yo más sabio que él no era la razón que me debía mover para anteponer mi estado al suyo, supuesto que de mi ciencia no sacaba yo gozo ni alegría, sino que me valía de ella para agradar a los hombres, no con el fin de instruirlos, sino solamente con el designio de agradarles. Por eso Vos, Dios mío, con el báculo de vuestra corrección y enseñanza quebrantabais los huesos de mi dureza.

10. Nadie diga, pues, que hay mucha diferencia en los motivos y causas que tiene un hombre para su alegría, pues que si aquel mendigo se alegraba con su embriaguez, yo deseaba alegrarme con aplauso y gloria. Porque ¿con qué gloria, Señor, había de alegrarme, siendo una gloria que no estaba en Vos? Que si la alegría de aquel pobre no era verdadera, tampoco era verdadera gloria la que yo buscaba y que entorpecía y trastornaba mi razón, más que al otro su embriaguez. Además en aquella misma noche había de digerir aquel mendigo el vino con que se había embriagado, pero yo había ya muchos días que dormía y me levantaba con mi embriaguez, y había de proseguir durmiendo y volviéndome a levantar muchos días sin desecharla.

Es verdad que debe considerarse la diferencia que hay entre los motivos y causas de la alegría; bien lo conozco, y lo sé, que la alegría que nace de la esperanza cristiana es mayor incomparablemente que la que provenía de aquella vanagloria. Aun bajo este concepto, entre mí y el pobre había una distancia y diferencia muy grande, conviene a saber, que él era actualmente más feliz que yo, no sólo porque estaba rebosando alegría, al mismo tiempo que yo estaba lleno de cuidados que me arrancaban las entrañas, sino también porque él con buenas palabras había adquirido el vino y yo con mentiras buscaba mi vanagloria.

Estas y otras muchas cosas semejantes dije entonces a mis amigos, y en tales reflexiones que hacía con frecuencia consideraba cuál era mi estado y cuán mal me hallaba; y en medio del sentimiento y tristeza que me causaba esto, duplicaba mi mal de tal modo, que si me sucedía alguna cosa favorable, tenía repugnancia a aprovecharme de ella, porque, casi antes de asirla, se me iba de las manos y volaba.

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