Capítulo 9
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Biografía de San Agustín en Wikipedia | |
Música: C. Wesley - Pastorale |
Confesiones |
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Capítulo 9 |
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Cómo enfermó en Roma con tan grave calentura, que le puso a peligro de la vida |
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15. Apenas llegué a Roma, fue mi recibimiento ser castigado con el azote de una enfermedad corporal, y me iba a los infiernos, llevando conmigo todos los pecados que había cometido contra Vos, contra mí y contra mis prójimos, que eran muchos y graves además del pecado original con que todos morimos en Adán, porque ninguno de ellos me habíais perdonado en Cristo, ni su cruz había puesto fin a las enemistades que con Vos había yo contraído por mis pecados. ¿Y cómo las había de haber deshecho y concluido, estando yo en la creencia de que era un fantasma y cuerpo aparente el que fue crucificado? Así tan verdadera era la muerte de mi alma como falsa me parecía a mí la muerte de Jesucristo; y tan verdadera era su muerte como falsa la vida de mi alma, que no lo creía. Agravándose, pues, mis calenturas, ya iba perdiendo la vida temporal y eterna, porque, ¿adónde fuera yo, si hubiese muerto entonces, sino al fuego y a los tormentos que correspondían a mis malas obras, según la verdad de vuestra providencia? No sabía esto mi madre, pero os rogaba por mí aunque estaba ausente, y Vos, que estáis presente en todas partes, la oíais y teníais misericordia de mí, para que recobrase la salud de mi cuerpo, estando todavía mi alma delirante en su impiedad sacrílega. Porque aun estando en aquel tan gran peligro, ni siquiera deseé recibir vuestro bautismo; que mejor era yo cuando muchacho, pues se le pedí entonces a mi piadosa madre, como ya tengo referido y confesado. Yo había crecido para afrenta mía, y loco y desatinado me burlaba de aquel remedio que Vos habíais preparado para nuestras almas; pero Vos no me dejasteis morir, que hubiera sido morir dos veces, y para el corazón de mi madre tan penetrante herida, que jamás hubiera sanado de ella. Porque no puedo explicar bastantemente el tiernísimo amor que me tenía y con cuánto mayor cuidado procuraba dar a mi alma el ser y vida de la gracia, que el que tuvo para darme a luz al mundo. 16. Así no veo cómo sanaría mi madre de aquel golpe, pues mi muerte, y en tan mal estado, le hubiera traspasado sus amorosas entrañas. ¿Y dónde estarían ya tantas y tan continuas oraciones como por mí os hacía sin cesar, y que en ninguna parte dejaba de dirigir a Vos? Mas ¿por ventura, Señor, siendo Vos Dios de las misericordias, habíais de despreciar el corazón contrito y humillado de aquella viuda casta y abstinente, que hacía tantas limosnas y servía con toda sumisión a vuestros santos, que no dejaba pasar día ninguno sin contribuir con su ofrenda para el sacrificio del altar, y que dos veces al día, una por la mañana y otra por la tarde, venía a vuestra iglesia, sin faltar jamás, no para ocuparse en vanas conversaciones y habladurías de viejas, sino para oír lo que Vos le hablabais en vuestros sermones por boca de vuestros ministros, y para que Vos la oyeseis a ella en sus oraciones? Pues Vos, Señor, ¿habíais de despreciar las lágrimas de una mujer como ésta, con las cuales no os pedía oro ni plata, ni otro algún bien terreno, mudable y transitorio, sino la salud del alma de su hijo? Vos, con cuya gracia era ella tan virtuosa, ¿habíais de despreciar sus oraciones y lágrimas, y le habíais de negar vuestro favor y auxilio? De ningún modo, Señor, antes bien estabais presente a sus oraciones, las oíais y hacíais lo que en ellas os pedía, pero procediendo con el orden que estaba determinado en vuestros decretos eternos. No es imaginable que la hubieseis engañado en aquellas visiones y toques interiores que de vuestra parte había recibido (de las cuales unas he contado y otras he omitido), y todas las tenía ella muy presentes y fijas en su alma, y siempre en sus oraciones os las proponía como firmas de vuestra mano que estabais obligado a cumplir. Pues por ser infinita vuestra misericordia, os dignáis de obligaros con vuestras promesas y haceros deudor de aquellos mismos a quienes perdonáis todas sus deudas. |
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