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San Agustín

"Confesiones"

Libro 5

Capítulo 6

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Confesiones

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Capítulo 6

Que Fausto era naturalmente verboso, pero ignorante de las ciencias y artes liberales

 

10. Casi por espacio de aquellos nueve años que yo gasté en oír las doctrinas de los maniqueos, sin poder fijar mi entendimiento en cosa alguna, estuve esperando la venida de este Fausto, con un deseo vehementísimo, porque los demás de su secta con quienes yo había tratado, y que no sabían responderme a las preguntas y objeciones que yo les hacía en estas materias, todos me prometían que vendría este Fausto, y que con su venida y comunicación todas aquellas dificultades y otras mayores que propusiese se me resolverían con facilidad y solidez.

Luego, pues, que vino experimenté que era un hombre agradable y gustoso en su conversación, y que las mismas cosas que decían ellos comúnmente, las parlaba él con mucha más gracia. Pero ¿de qué servía para mi sed hallarme con un decente copero que ministraba vasos más preciosos? Ya estaban mis oídos hartos de oír aquellas cosas que él decía y no me parecían mejores porque estaban mejor dichas, ni sólidas y verdaderas por estar más compuestas y adornadas, ni el alma del que las decía me parecía sabia porque fuese gracioso el semblante y el estilo hermoso. Aquellos que me lo habían ponderado no juzgaban bien de las cosas, pues solamente les había parecido sabio y docto porque les daba gusto oírle hablar.

También conocí otra bien diferente casta de hombres que tenían a la verdad por sospechosa y rehusaban asentir a ella sólo porque se les dijese con estilo copioso y elegante. Pero Vos, Dios mío, ya me habéis enseñado por medios bien ocultos y admirables que en esto erraban los unos y los otros; y por tanto creo que Vos erais quien me lo habíais enseñado, porque ello era verdadero, y ninguno sino Vos puede ser el Maestro de la verdad en cualquier parte y de cualquier modo que ella se descubra. Ya, pues, había aprendido de Vos que ni debía parecer y tenerse por verdadera una cosa sólo porque se decía con elegancia, ni tampoco se había de tener por falsa sólo porque se dijese con estilo desaliñado y sin adorno. Ni  por el contrario debía pensar que era verdadero lo que se decía con estilo humilde y llano, ni que era falso lo que se decía con estilo muy elevado y compuesto. Y así debía imaginar que sucedía con la ciencia y la ignorancia lo que sucede a los manjares buenos y a los malos, que así como unos y otros pueden servirse en platos preciosos o viles, así la ciencia y la necedad pueden tratarse con palabras toscas o elegantes.

11. De modo que aquella grande ansia con que yo había esperado tantos años a aquel hombre se satisfacía en parte por el gusto que causaba el oírle disputar, ya por el modo y afectos que tenía, ya por las palabras tan propias que usaba, y la facilidad con que se le ocurrían las expresiones más oportunas para ordenar sus pensamientos y sentencias. Yo confieso que me deleitaba el oírle, y le alababa y ensalzaba con otros muchos, y también mucho más que ellos; pero me era muy sensible que entre tanta gente como le estaba oyendo en público no se me permitiese el proponerle mis dudas y cómo partir los cuidados de mis dificultades confiriéndolas con él familiarmente, y alternando sus soluciones con mis dudas y mis réplicas con sus respuestas. Luego que pude lograr esto, y acompañado de mis amigos, comencé a hablarle, en ocasión y oportunidad que hacía decente nuestra disputa, alternando él y yo nuestras razones y réplicas, y le pude proponer algunas de mis dificultades, conocí inmediatamente que no tenía siquiera una tintura de las artes liberales, a excepción de la gramática, que la sabía medianamente y de un modo muy común. Mas como había leído algunas oraciones de Cicerón y unos pocos libros de Séneca, algunos pasajes de poetas, algunos libros que tendría de su secta escritos en latín limado y culto; y como por otra parte estaba ejercitando todos los días el hablar, había adquirido facilidad para explicarse en buen estilo, que él hacía ser más agradable y engañoso, gobernándolo con la destreza de su ingenio y cierta gracia que tenía natural.

¿No es así como lo cuento, Dios y Señor mío, y juez de mi conciencia? Todo mi corazón y memoria pongo delante de Vos, que entonces me gobernabais con un secreto impulso de vuestra Providencia y poníais ya delante de mis ojos mis afrentosos errores, para que los contemplase y los aborreciese.

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