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San Agustín

"Confesiones"

Libro 5

Capítulo 5

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Confesiones

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Capítulo 5

El atrevimiento con que Fausto enseñaba lo que no sabía acerca de los astros le hacía indigno de que le creyesen acerca de otras materias

 

8. Mas ¿quién le pedía a un maniqueo, sea el que fuere, escribir también estas cosas, sin cuya noticia se podía aprender la piedad cristiana? Pues Vos dijisteis al hombre que la piedad es la sabiduría, y aquel maniqueo pudiera muy bien ignorar estas otras cosas, pero además de que él no las sabía, atreverse a enseñarlas con mucha desvergüenza, convence de que no era capaz de conocer la piedad. Porque el profesar estas ciencias, por notorias que sean, es vanidad mundana, y sólo el confesar vuestra gloria es la piedad verdadera. Así aquel descaminado maniqueo no parece que habló tanto sobre aquella materia, sino para que, convencido de ignorar estas cosas por los que las sabían a fondo, se conociese manifiestamente el poco crédito que merecía en las demás cosas que enseñaba tocantes a su secta, y que eran mucho más oscuras y dificultosas. No quería él que le tuviesen en poco, antes intentaba persuadir con mucho ahínco que residía en él personalmente y con toda su potestad el mismo Espíritu Santo consolador de vuestros fieles y que los hace ricos de dones celestiales.

Y así habiéndose conocido claramente las muchas falsedades que decía hablando del cielo y de las estrellas, del curso del Sol y de la Luna (aunque estas cosas no pertenezcan a la doctrina de la religión), se hizo evidente su sacrílega osadía en pretender que se le diese crédito como a una persona divina, cuando decía cosas no sólo mal sabidas, sino falsas, con tan loca y soberbia vanidad.

9. Cuando oigo a algún cristiano y uno de mis hermanos en Cristo (sea el que fuere), que no sabe estas materias y que entiende una cosa por otra, miro en él con paciencia a un hombre que sigue aquella opinión; ni veo que le sea perjudicial no saber la situación y habitud de los cielos y elementos con tal que de Vos, Señor y Creador de todo, no crea algunas cosas indignas. Pero le será muy dañoso si juzga que esto pertenece a los dogmas principales de la piedad y religión, y se atreve a afirmar con pertinacia eso mismo que ignora. Es verdad que estos descuidos y flaquezas los sufre la caridad con afectos de madre en un recién convertido y principiante en la fe, hasta que este hombre crezca y llegue a ser varón perfecto, de modo que no pueda ser agitado con cualquier viento de doctrina. Mas en un hombre que de tal modo se atrevió a hacerse maestro, autor, guía y cabeza de aquéllos a quienes persuadía de dichas falsedades, que estuviesen creyendo sus secuaces que no seguían a un hombre como quiera, sino a vuestro mismo Espíritu Santo, ¿quién sería que no juzgase que tan gran locura se debía detestar y arrojar lejos de sí, especialmente habiéndole convencido de que en muchas cosas que enseñaba había dicho falsedades y mentiras?

Sin embargo, aún no había yo averiguado de todo punto si las variedades de los días y noches, ya más largos, ya más breves, y la misma sucesión del día y de la noche, los eclipses y todo lo demás que yo había leído antes en otros libros, se podría también explicar con la doctrina de aquel maniqueo, con lo cual, si pudiera conseguirse, ya quedaría dudoso para mí si era de este o del otro modo como se había de pensar en esta materia, y entonces para deponer la duda y determinarme al asenso, antepondría su autoridad por el grande crédito de santidad que tenía.

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