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San Agustín

"Confesiones"

Libro 3

Capítulo 6

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Confesiones

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Capítulo 6

Del modo con que los maniqueos le engañaron

 

10. De aquí nació que vine a dar en manos de unos hombres tan soberbios como extravagantes, y además de eso, carnales y habladores, en cuyas lenguas estaban ocultos los lazos del demonio, y cuyas palabras eran como una liga confeccionada, en que se mezclaban las sílabas de vuestro nombre, del de mi Señor Jesucristo y del Espíritu Santo, abogado y consolador de nuestras almas. Estos nombres los tenían siempre en la boca, pero era solamente en cuanto al sonido de las palabras, pues el corazón lo tenían vacío de la verdad. Pero ellos repetían frecuentemente estas voces: Verdad, verdad, y me la recomendaban mucho y nunca se encontraba en ellos; antes por el contrario, me decían muchas falsedades, no solamente hablando de Vos, que sois la misma verdad, sino también hablando de los elementos del universo, que son obra de vuestras manos. Yo debiera, oh Padre mío, infinitamente bueno y hermosura de todas las criaturas, haber dejado por vuestro amor a todos los filósofos, aunque hayan hablado bien y enseñado doctrinas verdaderas acerca de los tales elementos.

¡Oh verdad, verdad, cuán entrañablemente y de lo íntimo de mi alma suspiraba por Vos, aun en aquel tiempo cuando ellos me hablaban de Vos frecuentemente y de diversos modos, ya sólo de palabra, ya también en sus libros, que eran muchos y grandes!

Éstos eran los platos en que estando yo muy hambriento de Vos, me ministraban ellos el manjar de su doctrina, proponiéndome en lugar de Vos el sol y la luna, hermosas obras vuestras; pero finalmente obras vuestras; no Vos mismo, ni aun las mejores y más principales de vuestras obras. Porque vuestras criaturas espirituales son mucho más excelentes que todas estas corpóreas, por más resplandecientes y celestiales que sean.

Pero mi sed y mi hambre no eran tampoco de aquellas criaturas perfectas y superiores, sino de Vos mismo, de Vos, Verdad eterna, en que no puede haber mudanza alguna, ni la oscuridad más leve y momentánea. No obstante, en los platos de sus libros me presentaban unas ficciones brillantes y especiosas, respecto de las cuales sería mejor amar a este sol (que a lo menos descubre a nuestra vista un verdadero ser), que amar aquellos fantasmas falsos con el alma engañada por los ojos.

Y con todo eso, juzgando yo que aquello que me proponían erais Vos, y teniéndolo por verdad, me alimentaba de ello, aunque no con ansia y apetito, porque en mi paladar no perciba el sabor y gusto de lo que Vos sois: como no erais Vos aquellas vanas ficciones, no me nutría con ellas ni medraba, antes bien me enflaquecía más y consumía.

Una comida soñada es muy parecida a las comidas verdaderas de que se alimentan los que están despiertos y, no obstante ser tan parecidas, no se alimentan ni mantienen con aquel manjar soñado los que están dormidos; pero aquellos otros manjares intelectuales de que voy hablando, ni siquiera se parecían a Vos de modo alguno, como después me lo habéis manifestado Vos mismo, porque aquéllos eran unos cuerpos fingidos y fantásticos, respecto de los cuales son mucho más ciertos y verdaderos entes todos estos cuerpos celestiales y terrenos que vemos con los ojos corporales, y que los ven igualmente que nosotros los brutos y las aves, los cuales tienen más cierto y verdadero ser en sí mismos, que en aquellas imágenes que en nuestra imaginación formamos de ellos. Y aún tienen más certeza y realidad aquellas imágenes que en nuestra fantasía formamos de los cuerpos, que los otros fantasmas enormes e infinitos, que con ocasión de aquéllas imaginábamos y fingíamos nosotros, pues absolutamente son nada y no tienen ser alguno en toda la naturaleza, de cuyos fantasmas vanos y fingidos me apacentaba yo entonces, o por mejor decir, no me apacentaba.

Pero Vos, oh amor mío, a quien acudo desfallecido para tener fortaleza, ni sois estos cuerpos tan hermosos que vemos en los cielos, ni los otros que no vemos allí ni los descubrimos, porque Vos sois el que los ha creado a todos ellos, y aun no son ellos las cosas más excelentes y perfectas que habéis creado. Pues ¡cuán lejos estáis de ser aquellos fantasmas que imaginaba yo mismo, y que eran solamente fantasmas de unos cuerpos que no hay ni tienen ser en todo el universo!, respecto de los cuales tienen más verdadero ser y más cierta realidad las imágenes que formamos de aquellos cuerpos que hay verdaderamente en el mundo; pero también los cuerpos tienen más cierto ser y realidad en sí mismos que los fantasmas o ideas que en nuestra imaginación formamos de ellos. No obstante eso, ni Vos sois esos cuerpos tan reales y verdaderos, ni tampoco sois el alma que da la vida a los cuerpos, en lo cual es mejor, más noble y cierto que los cuerpos mismos. Pero Vos sois la vida de las almas, vida de las vidas, que vivís por Vos mismo y sin mudanza alguna, ¡oh vida de mi alma!

11. Pues ¿dónde estabais entonces para mí? ¡Cuán lejos estabais de mí, Dios mío! Mas yo era el que andaba alejado de Vos, y que me veía, como el hijo pródigo, privado aun de las bellotas con que alimentaba a los cerdos. Porque, a la verdad, ¡cuánto mejores eran las fábulas de los gramáticos y poetas que estas ilusiones y trampas engañosas! Pues los versos y composiciones poéticas, y aun la representación de Medea volando por esos aires, son ciertamente más útiles y conducentes que la doctrina de aquellos impostores, que ponían y enseñaban haber cinco elementos, los que decían estar colocados en cinco cuevas o cavernas tenebrosas. Todo lo cual, además de ser fingido y no tener ser alguno, es tan perjudicial, que da la muerte a quien lo llega a creer. Pero los versos y poesías los traslado a verdaderos principios y hago que me sirvan de pasto verdadero, y si cantaba o refería en verso la fábula de Medea, que volaba por los aires, no era afirmándolo como verdadero, ni tampoco lo creía aunque se lo oyese referir a otro; pero aquellas doctrinas confieso que llegué a creerlas.

¡Pobre infeliz de mí!, ¡por qué grados fui cayendo hasta dar en el profundo abismo en que me veía! Porque yo, Dios mío (a quien confieso todas mis miserias, pues tuvisteis piedad de mí antes que yo pensase confesároslas), con mucha fatiga y ansia, por hallarme tan falto de la verdad, os buscaba, Dios mío, con los ojos y demás sentidos de mi cuerpo, y no con la potencia intelectiva, en que Vos quisisteis que me distinguiese y aventajase a los irracionales, siendo así que Vos estabais más dentro de mí que lo más interior que hay en mí mismo, y más elevado y superior que lo más elevado y sumo de mi alma.

De este modo vine a dar con aquella mujer atrevida y sin prudencia, de quien hace un enigma Salomón, y la propone sentada en su silla a la puerta de su casa, diciendo a los pasajeros: Comed gustosamente de los panes ocultos y guardados, y bebed el agua hurtada, que es más dulce. Ésta, pues, me engañó fácilmente, porque me halló vagueando fuera de mí, esto es, ocupado en las cosas exteriores y que se ven y perciben por los sentidos corporales, que eran únicamente las que yo meditaba en mi interior.

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