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San Agustín

"Confesiones"

Libro 1

Capítulo 11

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Confesiones

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CAPITULO 11

Afligido con una enfermedad pide el Bautismo; pero habiéndose mejorado prontamente, se dilata el dárselo por consejo de su madre

 

17. Desde mi niñez había oído hablar algunas veces de la vida eterna que nos está prometida por el abatimiento y humildad de Jesucristo, Dios y Señor nuestro, que se dignó bajar hasta nosotros para curar nuestra soberbia: y por el cuidado y solicitud de mi madre, que tenía puesta en Vos su confianza, desde que nací era yo santiguado en vuestra Iglesia con la señal de la cruz, y había sido participante de su misteriosa sal. Pues ya sabéis, Señor, que siendo, yo muy pequeño todavía, me vi acometido repentinamente de un gravísimo dolor de estómago, que me puso en términos de morir. Vos, Dios mío, que velabais como mi guarda y amparo sobre la salud de mi alma, visteis con cuánta ansia y anhelo de mi corazón, y con cuánta fe pedí a mi piadosa madre, y a la que es madre de todos nosotros, vuestra Iglesia católica, que me concediese el bautismo de Jesucristo, vuestro Hijo, Dios y Señor nuestro.

Este accidente conturbó mucho a mi madre, pero como deseaba mi salud eterna, y con el más fino amor y caridad me paría espiritualmente a vuestra fe, procuró a toda prisa que se me confiriese aquel saludable Sacramento, con que había de ser lavado de todas las manchas de mis culpas, confesando a mi Señor Jesucristo para lograr el perdón de todos mis pecados hubiera tenido efecto nuestra intención entonces, a no ser porque mejoré prontamente y quedé fuera de aquel peligro. Así se dilató para más adelante mi bautismo, en que se había de haber lavado y purificado mi alma, creyendo que después de aquel lavatorio serían mayores y más peligrosas las manchas de mis delitos; como si fuera inevitable y forzoso volver a mancharme, si quedaba vivo.

De modo, Señor, que desde aquella edad ya creía yo en Vos juntamente con mi madre y toda nuestra familia, exceptuando a mi padre solamente, cuyo respeto y autoridad nunca preponderó en mi estimación a la que yo tenía y hacía de la piedad de mi madre; y así no pudo él con su ejemplo apartarme del creer en mi Señor Jesucristo. Y por otra parte ponía mi madre toda su atención en procurar que a Vos, Dios mío, os tuviese por mi padre verdadero, más bien   que al que me había engendrado. Y Vos, Señor, la ayudabais, haciendo que su dictamen y piedad prevaleciesen en mí, respecto de la autoridad y ejemplo del varón a quien ella no obstante obedecía y servía, siendo mejor que él; porque conocía que en esto os servía y obedecía a Vos, que se lo mandabais.

18. Pero quisiera saber, Dios mío (si esto fuere conforme a vuestra voluntad), con qué fin se dilató mi bautismo por entonces: y si acaso fue para mi provecho que con aquella dilación me dejasen como sueltas las riendas para pecar; o si verdaderamente no fue esto dejármelas sueltas para el pecado. Porque si no es así, ¿qué fundamento puede tener lo que aún ahora por todas partes oímos decir de muchos: Dejadle que haga lo que quiera, pues aún no está bautizado? Pero en verdad, que hablando de la salud del cuerpo no decimos: Dejadle que reciba más heridas, o que tenga más llagas, pues todavía no ha sanado él de las primeras.

Pues ¿cuánto mejor hubiera sido que se me hubiese dado cuanto antes la salud, y que mis cuidados y los de mis padres se ocupasen en conservar y asegurar mediante vuestra protección la salud de mi alma, que hubiera entonces recibido de Vos? Mejor hubiera sido ciertamente. Pero las muchas y grandes olas de tentaciones que me amenazaban, y después de pasada la puericia habían de acometerme, ya mi madre las presentía y conocía anticipadamente; y más quiso exponer a los golpes de aquellas olas el barro de que había de formar después mi imagen, que no la misma imagen, formada ya y perfecta.

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