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Salvador Rueda

"La poesía popular"

Poema Nacional
Canto 8

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Música : Albeniz - Espana - No. 3 - Malagueña
 

La poesía popular

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CANTO 8

 

I

Dos velas tengo encendidas 
en el altar de mi alma, 
y en él adoro a una virgen 
que tiene tu misma cara.

II

En lo alegre eres alondra, 
en lo que cantas jilguero, 
ruiseñor en lo que expresas, 
y Dios en lo que te quiero.

III

Divididas en manojos 
están tus negras pestañas, 
y cuando la luz las besa 
no he visto sombras más largas.

IV

Viviendo como tú vives 
enfrente del cementerio, 
qué te importa ver pasar 
un cadáver más o menos.

V

Yo tengo un mar en mi patria, 
tú tienes un río azul, 
yo te tengo a tí en el alma 
y a mí no me tienes tú.

VI

Con los ojos se contesta 
lo que yo estoy esperando; 
si hablar no sabes con ellos 
es que en la vida has amado.

VII

Si quieres darme la muerte 
tira donde más te agrade, 
pero no en el corazón 
por que allí llevo tu imagen.

VIII

Una lápida en su pecho 
pone al amar la mujer, 
que en letras de luto dice, 
muerta, menos para él.

IX

A saludar á su amada 
voló un dulce ruiseñor, 
vio otro pájaro en su nido 
y de repente murió.

X

Cada vez que te contemplo 
me pregunto con tristeza, 
¡si habrá hecho nido mi alma 
en un corazón de piedra !

XI

El día de conocerte, 
mira que casualidad, 
tu nombre estuve escribiendo 
en la escarcha de un cristal.

XII

Yo no sé que me sucede 
desde que te di mi alma, 
que cualquier senda que tomo 
me ha de llevar a tu casa.

XIII

Sobre la almohada 
donde duermo á solas, 
¡cuántas cosas te he dicho al oído 
sin que tú las oigas !

XIV

Cuando el claro día 
toca á mis cristales, 
desvelado me encuentra en las sombras 
trazando tu imagen.

XV

Cada vez que a verte voy 
en tu puerta rae detengo, 
pues temo que la alegría 
me trastorne el pensamiento.

XVI

Tan cerca de mis oídos 
quisiera que tú me hablaras, 
que ni el aire con ser aire 
percibiera tus palabras.

XVII

Solo le pido al Eterno 
que al despuntar cada día, 
las sombras de nuestros cuerpos 
sorprenda la luz unidas.

XVIII

En el jardín de tu casa 
me suelo siempre decir, 
¡ para qué mirar la rosa 
que no ha de ser para mí !

XIX

Bajo el cristal de la fuente 
se ven las guijas paradas, 
tras del cristal de tus ojos 
no puedo descubrir nada.

XX

Llama que va para incendio 
la engrandece el huracán, 
pasión que a incendio camina 
los celos la aumentan más.

XXI

Si fuera rayo de luna 
por tus ojos penetrara, 
y en silencio alumbraría 
el sagrario de tu alma.

XXII

Quisiera tener un rizo 
de tu oscura cabellera, 
para gastarme los ojos 
en solo mirar sus hebras.

XXIII

Ya viene la primavera, 
ya los pájaros se hermanan, 
¡cuánto espacio entre nosotros 
y cuan cerca nuestras almas!

XXIV

Tu desaire más ligero 
pone mi pecho vibrando, 
que un solo grano de arena 
hace temblar todo un lago.

XXV

Yo sueño con una casa 
y en la casa muchos niños, 
y entre los niños tu imagen,
y en tu imagen mi cariño.

XXVI

Antes de yo conocerte 
soñaba que me amarías, 
¡quién presta oído a los sueños, 
quién délos sueños se fía!

XXVI (2)

Cuando muerto esté en la tumba 
toca en ella la guitarra, 
y verás á mi esqueleto 
alzarse para escucharla.

XXVII

Yo hice un castillo en el aire 
y á su sombra me senté, 
tiró el viento el edificio 
y entre sus ruinas quedé.

XXVIII

Es para tí mi cariño 
cual gota de agua en la piedra, 
que pasa por su blancura 
sin dejar mancha ni huella.

XXIX

Serio me pongo y huraño 
cuando hablas, niña, con otro; 
no me gusta que me arranquen 
el corazón poco a poco.

XXX

Tanto los celos me encienden 
cuando a cualquier hombre hablas, 
que á un impulso de mi aliento 
volcaría las montañas.

XXXI

No traigas para mí flores 
inocente primavera, 
que las flores que tu traigas 
han de estar para mí secas.

XXXII

Qué me importan ya tus flores 
ni las del plácido Abril, 
si la primera entre todas 
no ha brotado para mí.

XXXIII

La Giralda de Sevilla 
del sol poniente alumbrada, 
no despide tanta sombra 
como tú de las pestañas.

XXXIV

Hay en tu mirada 
yo no sé qué cosa, 
que en mis fibras penetra y penetra 
como espada sorda.

XXXV

Creyendo en mis sueños 
poder estrecharte, 
¡qué de veces, mi bien, he oprimido 
las ondas del aire!

XXXVI

Jugara la vida 
gozando en perderla, 
si a las cartas les dieran su sombra 
tus pestañas negras.

XXXVII

La vida es un tren que sale 
con carga de sentimientos, 
con parada en los amores 
y fin en el cementerio.

XXXVIII

Cuando se apartan tus labios, 
me gusta mirar tus dientes 
pequeñitos y apretados.

XXXIX

Cuando me miras atenta, 
yo no sé lo que me sube 
de los pies á la cabeza.

XL

En negro calabozo 
cantaba un preso, 
chocando con los muros 
su pensamiento: 
«Madre del alma, 
son mis duras cadenas 
no ver tu cara».

XLI

Junto a un nicho abandonado 
hizo un ruiseñor su nido, 
y cuentan que el esqueleto 
se sentaba para oirlo.

XLII

Al acordarme de tí 
siempre me acuerdo del lago, 
y es que lago es el reposo 
y yo vengo del naufragio.

XLIII

Cuando viene el claro día 
a llamar á mis cristales, 
entre rayitos de oro 
miro que flota tu imagen.

XLIV

¡Qué importa que Abril y Mayo 
lleguen henchidos de aromas, 
si han de ver los ojos míos 
un puñal en cada rosa!

XLV

Entre escuadrón de pestañas 
se mueven tus ojos negros, 
y cada vez que me miras 
parece que dicen ¡fuego!

XLVI

Mira tú si el pensamiento 
llega lejos cavilando, 
que tengo celos terribles 
del tiempo que no te he amado.

XLVII

De tal modo te confundo 
con la que está en la capilla, 
que siempre al rezar exclamo: 
¡Dios te salve, amada mía!

 

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