"Por mayo era, por mayo..." |
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Biografía de Alfonso Reyes Ochoa en Wikipedia | |
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Música: Mendelssohn - Lied ohne Worte Op.62 No.1 (Andante espressivo) |
Por mayo era, por mayo... (Continuación) |
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Por mi mano plantado tengo un huerto. Pero ¿por qué hablar de la flor y no de la planta? ¿De una cabeza degollada, y no del cuerpo cabal que la sustenta? Y hablar de la planta ¿no es ya, en cierto modo, comenzar a hablar de la agricultura? Procedamos del ramillete al jardín, y del jardín al campo. La agricultura es la base física de la civilización. No sólo base de origen, sino base permanente: con ella comienza la ciudad. Pues, como decía Aristóteles, la ganadería es una manera de cultivo para cosechas en movimiento. Y la «metalería», podemos añadir, es una manera de cosecha para un género de plantas rígidas que, dichosa o desgraciadamente, no nos es dable sembrar ni fomentar a nuestro arbitrio. Hay más: la conservación de nuestra especie es también un orden agrícola, y el orden agrícola le es tan principal que aun desvanece ciertas fronteras entre bestias y hombres. Así se explica que los antiguos consideraran al buey, auxiliar de la agricultura, asociado al hogar del hombre y que comparte su existencia y su casa, como un miembro más de la tribu, unido a ella por los vínculos totémicos de la sangre. El sacrificio del buey es considerado como una excelsa y dolorosa oferta a los dioses. La magia inventa fraudes para tranquilizar la conciencia, convenciendo al hombre de que el propio buey ha solicitado el sacrificio; y el cuchillo con que se lo mata es juzgado por delito de sangre y arrojado al mar en castigo. Las hecatombes de los guerreros de la Ilíada eran verdaderas carnicerías de reses, porque se vivía en áspero régimen de guerra. Pero cuando los guerreros regresan a su vida pacífica, vuelven al respeto tradicional. En casa de Néstor, mientras los destazadores degüellan y asan los bueyes a presencia de la diosa Atenea, las mujeres se deshacen en lamentaciones y gritos: mueren algunos de los suyos, aquellos compañeros de labor a quienes precisamente las mujeres seguían, arreándolos por los surcos. En una novela de Aldous Huxley, cierto químico se pregunta con angustia qué porvenir reservaría la política a un plan cuyo objeto fuera evitar el desperdicio del fósforo. El fósforo es indispensable a la vida, y resulta que plantas, animales y hombres destruimos las reservas de la naturaleza, sin poder crear restituciones. Así, en unos millones de años, la vida habrá desaparecido. Esta relación entre el ser y su ambiente, que la ciencia llama ecología y es condición de la existencia, admite, en todo caso, el ser sometida a la previsión humana, bajo una proporción práctica, ya que no bajo la proporción cósmica del sabio de Huxley. La política agrícola es indispensable a la conservación social, y más en tiempos como el presente, cuando el caballo de Atila destruye la yerba que pisotean sus cascos y hay que preparar las trojes para el hambre universal que viene después de las guerras. A diferencia de la mayoría de las plantas, que se alimentan exclusivamente de sustancias inorgánicas, el hombre necesita, como el animal, de sustancias orgánicas. La base del sustento humano es agrícola en principio. Esta base agrícola determina la subsistencia histórica y, en mucha parte, conduce la política. Para reconocer cosa tan obvia no hace falta sentar profesión de materialismo histórico. Mientras el hombre se consideró el centro y el amo de la naturaleza, al modo que el sistema tolemaico ponía a la tierra en el centro del universo, la historia fue entendida como iniciativa caprichosa de unos cuantos héroes. El monarca persa mandaba azotar al mar, que no permitía bogar a sus flotas. Un día acontece la revolución copernicana en la Historia. Y hoy el mismo Napoleón, héroe si los hay, nos aparece como un satélite más, arrastrado en los torbellinos de los grandes mercados. El héroe victorioso sólo se caracteriza por una conciencia más clara de los destinos. Y ahora los destinos mandan que México se provea y prepare. La intensificación de la agricultura es tarea en que la compañera del hombre puede volver a ayudarlo eficazmente, como en los tiempos primitivos. Es tarea seductora y estética, adecuada a la sensibilidad femenina, y corresponde al instinto maternal, en cuanto puede rendir frutos relativamente a corto plazo. El instinto varonil, en cambio, está volcado sobre la abstracción del porvenir. Los frutos sociales que anhelamos, ni siquiera soñamos que lleguen a verlos nuestros ojos. Nos basta saber que han de aprovecharlos nuestros hijos o nuestros nietos. Y una ambición inerradicable en esta familia de Prometeo a que todos pertenecemos, mujeres y hombres, nos hacen concebir nuestra satisfacción como un descuento sobre el crédito de la gloria futura. Para contribuir al rendimiento agrícola no es necesario contar vastas posesiones territoriales ni complicados implementos, más propios de la administración y del músculo de los hombres. Se puede hacer agricultura en el jardín o en el patio de la casa, en el parterre de la escuela y hasta en el tiesto del balcón. Cuanto se intente en este orden merecerá la gratitud nacional, y un día será el consuelo de nuestros años soledosos. Que, como en el Cándido de Voltaire, cada cual cultive su propio jardín. El poeta latino Ausonio, desengañado de la corte, las mundanidades y la grandeza, y aun despechado de la nueva religión, por cuanto no supo ella amparar a su imperial protector Graciano, regresa al fin a su«parva heredad», busca los consuelos nunca engañosos de la naturaleza, y se consagra a cultivar sus espesos viñedos y sus vivas rosas bordelesas, junto con sus versos, que son otras rosas menos perecederas. |
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