Capítulo 15
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Biografía de Efrén Rebolledo en Wikipedia | |
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Música: Dvorak - Piano Trio No. 2 in G minor, Op. 26 (B.56) - 3: Scherzo: Presto |
El enemigo |
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XV Dirigióse aquella mañana a la casa de sus amigas, y encontró sola a Clara, vestida con su hábito de religiosa, y cultivando las flores que ostentaban sus alegres matices a lo largo del corredor. Se acercó a ella, la vio despojando las plantas de las hojas secas, empinando la regadera sobre los brotes raquíticos, escarbando la tierra húmeda cuyo aliento despierta instintos malsanos; contemplaba sus brazos de diáfana porcelana bruñidos, y acercándose más para ver un capullo de rosa, sintió en el rostro los cabellos de Clara que lo hicieron estremecerse; y cortando el capullo entreabierto lo aspiró, lo deshojó como se deshoja una virginidad; lo llevó a su boca sintiendo las espinas del tallo como unas cosquilleantes de mujer. En su jaula los canarios trinaban; los rayos del sol, rojos y calcinantes, asaeteaban la albísima ropa tendida sobre el barandal; como vaho de oro humeaba el polen en los cálices de las flores; columpiábanse, tocando aleluya, las campánulas; se ayuntaban las hojas suspirando; y Gabriel desfalleciendo de amor, despertada en su cuerpo la lascivia, vela a Clara transfigurada, incitando su lujuria, más provocativa aun por su inocencia; y al rozarse sus cabellos y al tocarse sus manos desperezábase como una fiera su deseo, delante de aquella virginidad en flor. Detrás de ellos entreabría sus alas la puerta de la alcoba, y en aquel instante, como un relámpago en la inmensidad de la noche, cruzó su conciencia un trágico pensamiento; sintió una ansia infinita de posesión; cayó en su espíritu la profanación como una lágrima venenosa. ¡Qué delicia!, ¡qué filtro tan embriagante el del sacrilegio! Poseer a aquella virgen pura como una hostia en aquel recinto, silencioso y solitario como un templo. Y rechazaba la idea midiendo toda la maldad del acto, contraria a toda virtud y todo respeto; pero la bestia se enfurecía en su sangre y forcejeaba en sus sienes y en sus puños delante de aquella virginidad en flor. Lograba resistir a la tentación por un momento; lograba representarse su frenesí tal cual era, horrible e insensato, mas odioso aun por el crimen y la profanación; pero no llegaban doña Lucía, ni Julia y Genoveva, ni siquiera la vieja sirviente para terminar el conflicto, para acabar con aquella lucha en que cedía la voluntad, en que se turbaba la conciencia, y el deseo, irritado hasta el paroxismo, saltaba bramando delante de aquella virginidad en flor. Y bruscamente, con los ojos extraviados, con los labios secos, con las manos trémulas, con el cuerpo vibrante, como sacudido por una convulsión, se adelanta hacia la clarisa, la abraza enloquecido, la besa en la boca, y haciéndola daño, desgarrando la toca y el velo, deja despeñarse el torrente de su cabellera. Ella no se da cuenta, nunca lo ha visto así, y muda por la sorpresa no lanza un grito; solamente tiembla, y abre los ojos inmensos, desmesurados. Gabriel la abraza de nuevo, lanza un rugido como un león, la derriba y la posee sobre el lecho purísimo... Tras el acto físico vino la laxitud natural, la repugnancia fatal, la lucidez también fatal; y entonces vio a Clara desmayada sobre las albeantes ropas en desorden, goteando de su degollada virginidad un hilo de sangre; y parecióle una hostia pisoteada, ultrajada; como un mármol pulido tras muchos esfuerzos y mutilado en un minuto de salvajismo; en un instante desvanecido su sueño de arte y de amor, conservando aun el polvo de oro en los dedos, de la mariposa deshecha por su mano brutal; y el se dio horror a sí mismo, se llenó de vergüenza como si fuera un ladrón, se consideró el más malvado y el más sacrílego, se hizo como un inmenso vacío en su alma, y sin darse cuenta de lo que hacía, atontado y vacilante, salió del templo profanado, y como un ebrio bajó por la escalera tambaleándose. México, 1899-1900 |
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