Efrén Rebolledo en AlbaLearning

Efrén Rebolledo

"El enemigo"

Capítulo 14

Biografía de Efrén Rebolledo en Wikipedia

 
 
[ Descargar archivo mp3 ]
 
Música: Dvorak - Piano Trio No. 2 in G minor, Op. 26 (B.56) - 3: Scherzo: Presto
 
El enemigo
<<< 14 >>>
     

XIV

Arropado ya en su lecho, y a la luz de indecisa lámpara, leía Gabriel distraídamente, como quien llama al sueño; y el sueño, solícito y generoso, acudía con cautela, comenzando a adormecer su cuerpo por las extremidades, empañando su vista, quebrando y desbaratando los renglones del libro, torciendo las letras, agitando un velo por cima de la página, hasta que al mismo tiempo que la luz moría, Gabriel pegaba párpado con párpado y quedaba profundamente dormido.

Comienza entonces una vida fantástica: aseméjase el cerebro a un país encantado; salen de por negros abismos fantasmas de imágenes; marchan en tumultuoso desfile los recuerdos; todas las sensaciones no despertadas a la vida surgen entonces; vagas, incoherentes, desperdigadas, o emergen las ya nacidas con mayor relieve, apareciendo solas; miles de fragmentos de impresiones, de sonidos, de colores, de aromas, como los irregulares prismas de los caleidoscopios; desbocada la imaginación que ora ve un jardín prestigioso, ora un incendio, y sacudido el aparato, el horroroso miedo con todos sus martirios o la alegría agitando los cascabeles de su risa; evocado el furor al par que la tristeza; y movido el juguete de nuevo, resucita esta emoción y resucita la otra, hace pasar las memorias, las esperanzas suntuosamente trajeadas; hasta que otro vuelco del tubo muestra ante el terror la fascinadora y peluda pesadilla.

Tocaba el sueño la cabeza de Gabriel y escuchaba éste una voz celestial como de coro de ángeles; era tocado por otra parte y vela hermosas apariciones iguales a candorosas vírgenes; pero esa voz que sonaba era la voz de Clara; la procesión de vírgenes un desbandarse de imágenes suyas; Clara como pensamiento indestructible hasta en el reposo; y escurrida a otro lado la sangre que serpentea por entre los sutiles alveolos y los mas recónditos surcos del cerebro, cambiaba la fantasmagoría; surgía Clara provocativa, avanzando indolentemente, entreabriendo la boca como demandando un beso, levantándose el habito y mostrando el arranque de una torneada pierna; hacíase la estameña transparente y a través del manto y del escapulario veía revelarse las escondidas formas que simulaban estar cubiertas con un traje de agua, y la clarisa mostrábase descocada y desapudorada, porque reía, desordenada la cabellera como la de una furia; brindándole el placer; lanzando de sus ojos candentes lumbraradas y asomándose a sus labios los besos, como frambuesas encendidas.

Cambiaba de sitio la sangre, y continuaba la visión: mezclada con otras reminiscencias pero dominadora; porque el deseo, resultado en el amor de la tendencia sexual que no se difunde ni se extravía, sino se guarda para un solo objeto, despertaba, manifestábase después de una larga labor latente, exclusivo, formado por el aluvión incesante de pequeñas irritaciones acumuladas; descollando siempre la imagen de Clara, que tan pronto se mostraba vestida de reina como de bailarina; a ratos haciéndose mas incitante por sus pudores; vista a través del deseo, que ya la vestía, ya la desnudaba, pero en todas las veces la presentaba ante los ojos como una golosina.

Al día siguiente Gabriel despertó muy tarde y lleno de fatiga, con la cabeza hecha un caos de imágenes confusas y reminiscencias absurdas; y cuando ayudado por el recuerdo pudo al fin reconstruir trabajosamente y trozo por trozo el sueño de la víspera, se puso triste, por haber cometido inconscientemente una profanación, un crimen del que no se creía culpable, irreparablemente perpetrado; porque el remordimiento, la nausea, todo le daba el relieve de la realidad.

El santuario a cuya puerta se acercaba devotamente a adorar a la madona vestida de blanco, de pie en un pedestal inaccesible, altísimo, donde no se atrevía a subir su más respetuoso deseo, había sido violado en la noche, y en su interior callado y misterioso, reunidos los maleantes instintos y los pensamientos malsanos habían celebrado la misa negra.

Después el análisis se encarnizó con el fenómeno. ¿Cuál habría sido su causa? El despertar de la carne, el retorno a los periodos de sensualidad, la exteriorización de sensaciones recibidas en la inconciencia y no registradas en la vigilia; la memoria de alguna mujer entrevista en alguna parte y retocada a escondidas por el deseo, y de muy abajo, del fondo de aquel pozo oscuro e insondable, comenzó paulatinamente a surgir la luz; a la indecisa claridad que se incrustaba entre los resquicios y las grietas de aquel subterráneo negro de sombras, vio que cuando saludaba a Clara, retenía su mano transparente, tibia, cuyo temblor el sentía correr por todo el cuerpo; vio que cuando en alguna ocasión se encontraron sus pies sobre la alfombra, él sintió el martirio del espasmo; vio las sonrisas de lujuria y las miradas interminables; y aunque el sueno resultaba natural, lógico, algo se rebelaba en su interior, desde muy adentro de su conciencia, contra el análisis y las justificaciones; revolvíase su ilusión tratando de quitarse de encima la mancha de lodo; y, a pesar de eso, todas las noches seguía sucediendo lo mismo, y al despertar las mismas tristezas, iguales rebeldías; y en presencia de Clara los libertinajes del sueño traídos fatalmente a la memoria; y en los ratos en que no estaba alerta con el deseo que se agitaba, juzgando a Clara verdaderamente incitante por su juventud, por su pureza, por su blancura que apenas mostrada en las manos y el rostro dejaba adivinar deslumbrantes llanuras y mórbidos collados; en un suplicio, en una lucha eterna entre la pureza de su ilusión y el cieno de sus tendencias; y cuando los dejaban solos, el, con todos sus recursos, no encontrando que decirle; ambos turbados, riendo forzadamente, inquietos, mostrando Clara la nitidez cruda de sus dientes, confundidas las miradas en un torzal de hilos luminosos, gozando uno y otro del regalo de su presencia, atolondrados, hasta que la llegada de alguien los hacía no oir el ritmar intranquilo de las horas en sus puños, ni sentir aquel molesto rodar de arenas en los ojos.

Inicio
<<< 14 >>>
  Índice Obra  
 

Índice del Autor

Cuentos y Novelas de Amor

Misterio y Terror