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Efrén Rebolledo

"El enemigo"

Capítulo 3

Biografía de Efrén Rebolledo en Wikipedia

 
 
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Música: Dvorak - Piano Trio No. 2 in G minor, Op. 26 (B.56) - 3: Scherzo: Presto
 
El enemigo
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III

Y en el desierto ardoroso y desolado de su vida, que era una tenaz juventud calcinaba con sus rayos hirientes, era martirizado con un tormento más: debajo de las arenas caldeadas por tanto sol, debatíase incansable, eterno, forcejeando como un poseído el terrible deseo; haciendo temblar su cuerpo como a la tierra un terremoto, ardiendo interiormente como un infierno de lava encandescida; retorciéndose en el fondo de su ser como un león enjaulando y con rabia; unas veces adormecido, sofocado otras, pero nunca muerto; haciendo notar su presencia cuando era olvidado, con zarpazos desgarradores, siempre alerta, siempre perturbador.

Tras algunos días de retraimiento, Gabriel salía a pasearse un rato por las avenidas, y aunque su ánimo pasara puro y distraído ante las tentaciones, enrigidecíase el deseo y brotaba la mirada codiciosa a sus ojos, que se dealizaban inquietos sobre las espaldas ceñídas, quemaban como una lumbre los cuellos, e iguales a un musgo aterciopelado y mordiente, subían desde los diminutos pies, envolviendo los contornos de aquellas estatuas palpitantes.

Sus noches eran un hervidero de pesadillas sensuales: apenas se comenzaba a dormir veía en la sombra a una odalisca pellizcando las cuerdas de un arpa, miraba a mil cupidillos vertiendo perfumes en abrasados pebeteros, y al son del arpa saliendo de todas partes rondas de impuras mujeres: unas completamente desnudas, otras más inquietantes aún, cubiertas con velos sutiles como telas de araña, y todas perezosas, indolentes, provocativas, torciendo sus cuerpos en inverosímiles escorzos, desatadas las cabelleras, incitantes las bocas, coléricos los granates de los senos; bailando; incitando los apetitos, hasta que el despertar las hacia huir por entre las sombras cadereando...

Mas aquella lujuria era solo cerebral: en la prueba sucumbía su pobre cuerpo; como una zarza en el fuego retorcíase su débil carne en el espasmo; y después qué fatiga; cuánta laxitud, como si sus nervios se hubieran reventado. A la falta iba acompañado siempre el rencor, el disgusto, la náusea de sí mismo, el arrepentimiento de haber derrumbado en un instante lo edificado ya; pero aquello era ineludible: estaba hecha su vida de absolutas abstinencias y de caídas feroces, de las que salía agobiado, rendido el cuerpo hasta el agotamiento; pero el cerebro siempre en vela, trabajando clandestinamente, dando vuelta la fantasía a mil absurdas imágenes; en reposo solamente cuando lo absorbía el estudio, asociando la idea lasciva como sombra fatídica a todo pensamiento.

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