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Santiago Ramón y Cajal

"El fabricante de honradez"

Capítulo 2

Biografía de Santiago Ramón y Cajal en Wikipedia

 
 
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Música: Brahms - Klavierstucke Op.76 - 4: Intermezzo
 
El fabricante de honradez
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II

Distaba mucho de ser Villabronca modelo de pueblos pacíficos y morigerados. De día en día cundían el desorden y la liviandad, sobre todo desde que la ciudad, enriquecida con el arribo de opulentos emigrantes, se había hecho eminentemente industrial. A despecho de los sermones del párroco y de los enérgicos bandos del alcalde, la creciente marea de robos, borracheras, riñas, desacatos a la autoridad, depravación de costumbres, subía que era un desconsuelo. El alcoholismo hacía estragos entre los obreros. Ni bastó para atajar la pública inmoralidad la creación de un pequeño cuerpo de guardias del orden público y el aumento del con tingente de la Guardia Civil.

Aquello no podía continuar así. Celebróse en el Casino junta de clases directoras, de honrados padres de familia, justamente alarmados ante el creciente desorden. Animados de los mejores deseos, cada cual propuso su receta. Se discutió mucho y acaloradamente... Pero los individualistas sacaron el Cristo del «Habeas Corpus», del derecho al alcohol..., y no se acordó nada. Entretanto, Mirahonda, se frotaba las manos de gusto. El momento de la experiencia psicológica se acercaba... y había que preparar aprisa los cubiletes.

Cierto día convocó a lo principal del pueblo en el casino y. anunció con voz entrecortada por la emoción que acababa de descubrir, por un azar felicísimo de laboratorio, un suero de maravillosas virtudes.

—Este suero — decía el doctor—, o dígase antitoxina, goza de la singular propiedad de moderar la actividad de los centros nerviosos donde residen las pasiones antisociales: holganza, rebeldía, instintos criminales, lascivia, etc... Al mismo tiempo, exalta y vivifica notablemente las imágenes de la virtud y apaga las tentadoras evocaciones del vicio..

«Permitidme que os cuente en breves términos el resultado de los experimentos recientemente aprendidos con el referido suero en el hombre y en los animales. Una gota del estupendo licor tranformó un lobo furioso en can sumiso, ieal y apacible. Con la mitad de la dosis, un águila hambrienta aborreció la carne y un gato olvidó el odio secular a los ratones...

»En el hombre son menester dosis mayores para producir efectos constantes de transmutación psicológica. Y aunque las experiencias efectuadas en este dominio abarcan ün corto número de personas y de modalidades pasionales, los resultados han sido tan sorprendentes que no resisto a la tentación de referirlos.

«Inyectados bajo la piel de un alcohólico cinco centímetros cúbicos, perdió el paciente toda afición a ias bebidas fermentadas. La misma cantidad aplicada, respectivamente, a un ratero profesional y a cierto matón de oficio, abolió definitivamente en ellos la impulsión del delito y los convirtió en pocos días en personas morigeradas e inofensivas. Con parecido tratamiento han llegado a olvidar sus antipáticos hábitos un morfinómano y una ninfomaníaca.

»En vista de tan elocuentes hechos, de cada día más numerosos y convincentes, espero no juzgaréis quimérica una esperanza hace tiempo acariciada por mí e inspiradora de porfiadas y laboriosísimas investigaciones: conseguir, por el empleo de medios exclusivamente materiales y nada coercitivos, la purificación ética de la raza humana y la conversión de los viciosos y criminales en personas probas, decentes y correctísimas. Abrigo la firmísima convicción de que una dosis suficiente de mi «suero antipasional», inyectada bajo la piel del cráneo, transformaría en varón impecable al facineroso más empedernido.»

E, incontinenti, el avisado doctor, que sabía bien que las cabezas fuertes no se persuaden con relatos más o menos verosímiles, sino con pruebas «de visu», irrecusables, procedió a las demostraciones. Hizo seña a sus ayudantes, los cuales trajeron de una cámara próxima las personas y animales sometidos a experiencia. Con asombro de la concurrencia, hasta entonces fría y un tanto escèptica, quedaron plenamente patentizadas las aseveraciones de Mirahonda.

¡No era posible dudar!. ¡El estupendo suero antipasional había hecho perder a los animales carnívoros sus sangrientos instintos! ¡Y los hombres se habían transfigurado, como si una ráfaga de fe hubiera iluminado y elevado sus almas! La prueba resultó tanto más brillante y abrumadora cuanto que las personas en tratamiento — un alcohólico, un fumador, un jugador y un camorrista — eran bien conocidas del público. Y cuando, por las referencias de las respectivas familias y amigos, se persuadió a la concurrencia de la realidad de la transformación psicológica...; cuando vió a los tratados rechazar con horror el aguardiente, el tabaco y la baraja...; cuando supo por los capataces de las fábricas que aquellos viciosos regenerados no habían faltado durante el mes un solo día a la labor..., entonces un aplauso cerrado, entusiasta, ensordecedor, resonó en la sala, llenando de íntima satis facción al ilustre conferenciante.

Al día siguiente, vió nuestro doctor, a la hora de la consulta, duplicada su habitual clientela. A los enfermos físicos se añadieron los enfermos morales. Histéricas enamoradas de su criado, muchachos díscolos e incorregibles, maridos borrachos y pendencieros, calaveras corrompidos y noctámbulos, estudiantes gandules y mujeriegos, etc., traídos casi a la fuerza por sus respectivas familias, desfilaron, en procesión inacabable, para someterse a la famosa «vacuna moral».

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