Carta 70
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Biografía y Obra | |
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Música: Albeniz - España Op. 165, no. 2 "Tango" |
Carta 70 De Ramiro Varela a Celia Gamboa |
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Divina: Muchas veces soñé en la felicidad y siempre creí que iba a llegarme envuelta en tu ternura, como un corolario de tu querer. Soñé ser feliz a tu lado, muy feliz. La dicha, como el agua de los manantiales que calma la tortura del sediento, iba a nacer en tus labios, en esos labios milagrosos cuyos besos eran el germen de todas mis locuras; en tus ojos, esos ojos negros que cada vez que me miraban parecían inundarme el alma de luz; en tus acentos, armoniosos, suaves, que acariciaban mis oídos con la dulce musicalidad de tu voz; en tu cuerpo, poema de carne o carne de poema, donde escondías, como un tesoro, el sagrado secreto de tus espasmos; en tu alma, en tu almita buena, en tu almita de santa, en tu almita que en vano pretendo calificar, tantas son las excelsitudes que en ella acumuló Dios; en tus alegrías, en tu felicidad, en tu ternura, en tus caprichos, hasta en tus mismos desvíos ... Y allí iba yo a abrevar mi sed, allí iba yo a calmar mi enorme sed de ti . . . y por eso sería feliz. . . Pero nunca. Divina, creí que fuera tu dolor el que me diera una dicha como jamás logré soñarla, como nunca me animé a imaginar. Sí, Divina, soy dichoso, absolutamente dichoso, como ya no es posible serlo más, y lo soy por tu dolor, por ese sagrado dolor tuyo que me demuestra hasta dónde llega tu cariño. No debemos maldecir, Divina, al destino. Quizá, sin la fatalidad que hoy nos tortura, sin el calor de la pena que ambos sentimos fuera imposible que nuestro amor llegara tan alto. Así como el acero, para templarse, necesita de un gran fuego, de una gran hoguera, así el amor para alcanzar al temple de lo sublime necesita un gran dolor, una gran pena. Y es esta pena nuestra, es este lacerante dolor que nos martiriza, que nos rebela, que nos tortura, que nos extravía, que nos enloquece, la piedra de tope de nuestro cariño. ¡Bendito sea, pues! iQué importa el resto, qué importa la muerte misma, si nos amamos, si nos queremos con toda el alma! Tú lo has dicho: podemos apurar de un sorbo toda la felicidad que nos estuvo vedada. Y yo, Divina, estoy bebiendo la dicha a grandes sorbos, desde que nuevamente te siento mía. Todo pierde importancia ante la magnífica realidad de nuestro amor. Me quieres. . . te quiero. . . ¿Qué más podemos pedir a la vida, sino que termine pronto para que no podamos despertar de este hermoso sueño? No sufras, pues, por mí. Yo estoy alegre, contento, feliz. Jamás fui tan dichoso. Lo soy tanto que. . . — escucha Divina ... — que si me fuera dado rehacer nuestras vidas, pediría a Dios que las encauzara como lo ha hecho ya, con todos sus sufrimientos, con todos sus dolores, con todas sus angustias, por el solo placer de volver a gustar la dicha de sentirme después querido como tú me quieres. No me compadezcas, pues. Alégrate conmigo y vive. Vive, Divina, para recordar esta dicha y para que yo no termine de morir del todo, subsistiendo en tu recuerdo. Y ahora, un último ruego. No quiero mezclar en nuestra dicha la visión de tu futura desdicha. No abandones a tu marido. Soy yo, Divina, quien te lo implora, quien te lo suplica. Piensa en la situación que vas a crearte. Dejándolo ahora, ¿qué vas a remediar? Ya no te pido que me olvides. Te pido tan sólo que armonices mi recuerdo con tu situación actual. Verás que cuando pasen los años y el dolor de mi pérdida, sin borrarse, se haya amortiguado, me agradecerás esta imposición que hoy te hago. Verás que si llegas a tener hijos . . . Divina, Divina ... sé buena y obedéceme. Yo no puedo seguir escribiendo estas cosas, porque estoy llorando . . . Ramiro. |
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