Carta 68
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Biografía y Obra | |
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Música: Albeniz - España Op. 165, no. 2 "Tango" |
Carta 68 De Ramiro Varela a Celia Gamboa |
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Divina: Dios existe. Sólo él podía, por tu intermedio, hacerme tan dichoso. Cuando leí tu carta, di por bien sufridos mis dolores, mis desdichas, todo. Acabo de volverte a encontrar, de saber que aun me quieres. ¿Qué más puedo pedir? Ahora, puedo morir tranquilo. Porque tu carta, Divina, ha llegado un poco tarde. Tarde para reconstruir la dicha que ambos soñamos, para vivir la vida que los dos esperábamos. Ahora es imposible. Y no porque no te quiera. ¡No! Cuando leí tu ofrecimiento creí enloquecer de alegría. Me olvidé de mi miseria física, de la lenta pero irremediable agonía en que me debato, y pensé en lo futuro. Y lo vi lleno de flores, lleno de tus besos, de tus ternuras, íbamos, por fin, a ser felices. Yo, a fuerza de amor, de mi infinito amor, te haría olvidar el calvario de estos últimos meses, los borraría de tu memoria, los alejaría para siempre de tu recuerdo, y te resarciría de los sufrimientos pasados. Íbamos a ser felices, olvidando el pasado para sólo pensar en el porvenir. Y olvidaba yo. Divina, que ya no tengo futuro, y que mi presente se está desvaneciendo como una columna de humo que la brisa disipa, como un montón de tierra que la lluvia disgrega y hace tomar su nivel. Estoy condenado. Divina. Me lo repite a cada rato esta tos persistente que ya no me abandona. Por la herida del pulmón ha entrado la muerte en mi cuerpo. Y no puedo alejarla, por más que lo desee, por más que la dicha esté llamando a mi puerta, por más que le suplique que espere, que no cometa da crueldad de llevarme ahora... La fatalidad hizo que tu carta llegara tarde para permitirnos vivir nuestro poema. Pero llego a tiempo para endulzarme, con una dulzura infinita y consoladora, mis últimos momentos. . . Ya no moriré con esa amargura lacerante de saberte extraña. No me iré maldiciendo la vida, porque en ella quedas tú, para llorarme. Y al morir, tendré el consuelo de saber que sigo viviendo en tu recuerdo y en tu ternura. Estoy tísico. Divina. Ayer lo escuché, sin que se dieran cuenta ellos, de boca de los médicos que celebraban una consulta. Ya ves: nuestro amores han sido una novela, una romántica y dolorosa novela, en la que nada falta, ni siquiera el desenlace amargo e inesperado. Por eso no puedo permitir que vengas. No debes abandonar a tu marido. Al contrario: trata de ser feliz con él, y, si puedes. . . te lo digo llorando, Divina ... si puedes, olvídame. La fatalidad así lo ha querido. No debemos, pues, culpar a nadie de lo que pasa, y mi egoísmo no puede sancionar tu sacrificio. El mundo es demasiado pequeño para que en él se hubiera podido albergar una dicha como la que nos esperaba. Me voy sin amarguras, sin rencores. No se puede pedir a la vida más de lo que la vida puede darnos. Y nosotros le pedíamos un imposible. Le pedíamos aquí, en la tierra, el cielo. Porque era el cielo tu ternura, porque era el cielo tu boca siempre mía, porque era el cielo la comunión de nuestras almas, la comunión de nuestros cuerpos, el mirarse, siempre, eternamente, uno en los ojos del otro, dándoselo todo, tomándoselo todo. . . Y estamos en la Tierra, Divina. Por eso no pudo ser. Y ahora voy a pedirte una cosa. Escríbeme de vez en cuando. Yo voy a tratar de olvidar que eres de otro. Pensaré que fue un mal sueño, una pesadilla que no hay que recordar. Tú eres siempre la Divina, mi Divina, esa santa y hermosa novia mía que no me olvida, que no puede olvidarme, y que siempre me quiere. Y continuaremos nuestras cartas como si nada hubiera sucedido, evitando hablar de ciertas cosas, y viviendo la ilusión de que nada ha cambiado. Hablaremos de nuestros proyectos, del porvenir que nos espera, engañándonos piadosamente nosotros mismos con esa dulce ficción. Hasta que un día . . . Hasta que un día, Divina, tú no recibas contestación a tu última carta. La esperarás uno, dos, tres días . . . Luego . . . Luego tomarás todas mis cartas, las arrojarás al fuego, y cuando no sean más que un montón de cenizas, llorarás un poco por mí. Después. . . después enjugarás tus lágrimas y tratarás de olvidarme. Todo habrá terminado. Ramiro. |
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