Carta 67
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Biografía y Obra | |
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Música: Albeniz - España Op. 165, no. 2 "Tango" |
Carta 67 De Celia Gamboa a Ramiro Varela |
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¡Ramiro, mi Ramiro, mi pobre Ramiro, perdóname! Te lo pido llorando, desesperada, enloquecida de dolor. Sólo ahora te conozco, te valoro; sólo ahora me es dado saber la verdad. Tus cartas, Ramiro, todas tus cartas, desde aquella en que te despedías de mí para irte a Europa — la última tuya que recibí — fueron interceptadas por mamá, la que sólo ahora las hace llegar a mis manos. ¡Oh, Ramiro, qué enorme pena, qué angustia infinita, qué torturante dolor que me ha causado! ¡Entonces tú me quieres, me has querido siempre, como yo a ti, porque yo te quiero, porque yo te adoro, porque lo eres todo para mí, y soy tuya, y no tienes más que decir una palabra, una sola palabra, para que corra a tu lado, a consolarte, a cuidarte, a quererte, a quererte mucho, como te quiero, como te he querido siempre, como siempre te querré! . . . ¡Oh, Ramiro, qué enorme error el de mamá al interceptar esas cartas! Yo creí que habías dejado de quererme, que me olvidabas, y fui injusta contigo, contigo que me ofrecías el holocausto de tu vida, contigo, que eres el más bueno, el más santo, el mejor de los hombres. . . Tú sabes, Ramiro, que, a pesar de nuestras pequeñas incidencias, tú lo eras todo para mí; yo hubiese hecho por ti cualquier sacrificio, y si alguna vez me negué a tus deseos, fue porque te quería para siempre, porque temía que después me abandonaras, pero no por falta de cariño. Yo sabía que todo había de arreglarse, que al final íbamos a ser felices, que nada podría separarnos. Por eso te envié un telegrama al vapor, rogándote que volvieras. ¡Cómo te esperé! ¡Y cuánta pena me causó la noticia, seguida de tu silencio, de que no estabas en el barco! Te seguí esperando, aguardando una carta tuya, y sólo cuando me convencí de que me habías olvidado, sólo cuando tuve el convencimiento de que ya nada querías tener conmigo, desesperada, me decidí a escuchar los consejos de los de mi casa, y acepté al que hoy es mi marido. ¡Oh, Ramiro; mi mano ha temblado al escribir esta palabra! Mi marido. . . ¡Qué sarcasmo! Nunca lo quise. Me era indiferente, y si me casé con él fue por los motivos que ya te he dado. Pero ahora, ahora que he vuelto a encontrarte, ahora que sé que tú también me quieres, ahora lo odio, me causa horror, no puedo ver que se aproxime a mí sin sentir un escalofrío, sin que me asalten impulsos de gritar, de pedir socorro. Y cuando pienso que él, el maldito, que su mano fue la que te hirió, que por él estás sufriendo, entonces siento unos deseos locos de arrojarme sobre él, de desgarrarlo con mis uñas, de abofetearlo, de escupirle en la cara, y de gritarle; — Imbécil, imbécil, no te quiero, te odio; es a Ramiro, únicamente a mi Ramiro, a quien adoro. — Y es mi marido . . . Yo no sé, no me explico cómo he tenido el valor de ser suya .. . ¡Oh, Ramiro; tú has sufrido, es verdad, pero si tú sospecharas las repugnancias que he tenido que vencer yo! No quiero que me hables de eso nunca, jamás. No me hagas reproches, no me martirices recordándomelo nunca. ¡Bastante castigada estoy, bastante he sufrido con eso, para redimirme del horrible sacrilegio de haber sido suya! De haber sido, Ramiro. Porque ahora no lo soy. ¿Lo oyes? Nunca. . . No: ahora sería imposible. Ahora tu imagen se interpondría entre nosotros. Ahora te he vuelto a encontrar, y ya no puede ser. Me parecería cometer un adulterio. Porque yo soy tuya, únicamente tuya, y sólo tú tienes sobre mí derechos. ¡Y me encuentro mancillada, envenenada por sus caricias! Me parece que mi carne, esa carne que era para ti, nada más que para ti, se ha cubierto de manchas. . . Tengo asco de mí misma. . . Oye, Ramiro, yo no puedo seguir viviendo con el intruso. Es una rebelión orgánica de todo mi ser. Voy a dejarlo y tornaré a casa de mis padres. Pero antes voy a pedirte un favor. Tú estás enfermo. En tu vida, destrozada por mi culpa, sólo existen tristezas. Y estás solo. Yo sé, Ramiro, que ya no puedes quererme. Sé que ya no puedes, no quieres, ver en mí a una mujer. Me guardarás rencor, ahora que no puedo ofrecerte lo que era tuyo. Por eso no pretendo que aceptes lo que tanto desearía yo ofrecerte. Ya no puedo ser tu mujer. Ni siquiera tu querida. Pero, Ramiro ... mi bien, mi amor, mi dueño . . . permíteme que vaya a tu lado a cuidarte, como una enfermera, como una criada, como una esclava . . . Quiero estar a tu lado. Aunque me desprecies, aunque no repares en mí . . . Quiero huir de aquí, correr a tu cabecera, velar tu sueño, ser algo así como uno de esos perros fieles que se acuestan en el umbral de la puerta de sus amos, y que nada piden, que nada exigen, sino que los dejen estar allí, sumisos, silenciosos, obedientes. . . No me lo niegues, Ramiro. Sé bueno. Verás cómo no te incomodaré. Me señalarás un rinconcito en tu casa, y yo seré feliz, sin pedirte nada, nada más que un poco de compasión . . . Yo también estoy herida, por la más horrible, la más dolorosa de las amarguras. Necesito volverte a ver, consagrarte toda mi vida, olvidar estos últimos meses. Cuando tú te aburras yo te leeré tus libros favoritos, te conversaré de lo que tú quieras. Y, cuando te canses, permaneceré en silencio, o me iré a la habitación contigua esperando que vuelvas a llamarme. Ocuparé muy poco sitio en tu casa, no incomodaré a nadie, me someteré al capricho de todos, sin una rebelión, sin una protesta . . . pero quiero verte, estar a tu lado, ganar tu perdón. Y quiero cuidarte, quiero que se borren esas malas ideas que te llenan la cabeza, y que vivas. . . Que vivas para ser feliz, dichoso, porque debes serlo, porque es necesario que lo seas. Y si no puedes conseguirlo a mi lado, si sientes que ya no me podrás querer, no importa, buscarás, cuando sanes, otro amor, otra mujer que sea digna de tu cariño y cuando la encuentres, yo me iré, sin reproches, sin tristezas, contenta de saberte feliz, dichosa por haberte ayudado en tu dicha . . . A todo me resigno . . . pero permíteme que vaya a tu lado. Y ahora, Ramiro, espero tu respuesta. Hazme un telegrama, dime una sola palabra. Ramiro. . . no me animo a terminar esta carta, besándote en los labios. Tengo miedo que retires los tuyos, que no quieras aceptar los míos. . . Y eso es muy triste. Ramiro, muy triste. . . Toda tuya. Celia. |
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