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Marcelo Peyret

"Cartas de amor"

Carta 55

Biografía y Obra

 
 
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Música: Albeniz - España Op. 165, no. 2 "Tango"
 

Carta 55

De Celia Gamboa a Ramiro Varela

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Creí. Ramiro, que bastaríale ya todo el mal que me ha hecho, y que no intentaría nada más en contra de mi tranquilidad. Pero me he equivocado. No le basta haberme engañado, haber jugado con mi cariño como con una cosa sin importancia, haberme hecho el insulto de considerarme como una aventura, haber mentido en una forma tan artera, tan alevosa, tan mal intencionada como lo ha hecho, sino que se ha propuesto pasar sobre mi vida como una maldición, atarme a sus ruines propósitos sin reparar en medios, sin tener en cuenta que no tiene derecho para hacerlo, ni siquiera una justificación.

Pero, ¿qué se propone usted? Después de sus mentiras, de sus farsas, de sus simuladas tentativas de viajes, hechas tan sólo con el objeto de conocer mi estado de ánimo, cuando ya me creía libre de usted, cuando había refugiado mi tranquilidad en el afecto de un hombre que me quiere de veras, y a quien yo también quiero, todavía se atreve usted, no sé con qué bajos designios a interponerse en mi camino, buscando pendencia, sin motivos, como un bravucón profesional, a mi novio, al que en breve será mi esposo, intentando quizá con ello separarnos, hacer que la gente murmure, que se tejan intrigas, que se hable de mí, que se despierten sospechas y maledicencias.

Si se ha propuesto perjudicarme, vengarse porque no he accedido a sus deseos, porque no me he prestado a sus indignidades, créame que lo ha conseguido, y quizá en mayor escala de lo que se propuso.

Pero si espera con ello reconquistarme, volverme a atraer, se equivoca, porque le juro que nunca, nunca, aunque en ello me fuera la vida, volvería a reanudar con usted una relación que me asquea, como me asquea usted mismo por pequeño y por mal caballero. Ahora que lo conozco bien, es imposible todo engaño. Así que ya lo sabe. No está en mi mano el impedir que siga usted perjudicándome, amargándome la existencia. Soy una mujer y nada puedo hacer. Quizá por eso se ensaña usted. Continúe en su tarea, siga siendo una maldición para mí, mate a mi novio, suprímame ese mi único cariño, mi única esperanza de felicidad, mánchese usted las manos con sangre inocente, pero tenga la seguridad de que con ello no hará otra cosa que tornárseme más odioso, no hará sino acrecentar mi desprecio por su pequeñez moral y mi arrepentimiento por haber creído un día en usted. Pago bien cara mi inexperiencia, mi incredulidad, quizá mi tontería. Es un castigo que me envía Dios, y lo acepto como tal.

Y ahora que le he dicho lo que pienso de usted, ahora que he definido nuestras posiciones, continúe, si ello le place, martirizándome. Estará en su papel.

Celia.

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