Marcelo Peyret en AlbaLearning

Marcelo Peyret

"Cartas de amor"

Carta 50

Biografía y Obra

 
 
[ Descargar archivo mp3 ]
 
Música: Albeniz - España Op. 165, no. 2 "Tango"
 

Carta 50

De Ramiro Varela a Beatriz Carranza

<<< 50 >>>

Señorita B. C. — Casilla de Correos 59

Mi Rayito de Sol:

Después de nuestra entrevista de hoy, después de escuchar de tus labios el proceso de tu amor, he vuelto a casa con el alma llena de amargura y remordimiento.

Nunca sospeché que tu cariño fuera tan grande, tan verdadero, como lo he entrevisto hoy a través de tu actitud y de tus palabras.

Ha llegado, pues, el momento de las grandes sinceridades. A ello me obliga mi hombría de bien y la enorme simpatía que has despertado en mí.

Me quieres, Rayito, me quieres tanto, que yo he sentido hacia ti, mientras te escuchaba, un gran respeto: el respeto que merece todo gran amor.

Yo creí que lo tuyo era sólo un capricho. Creí que tú misma eras una de esas mujeres, más despreocupadas que amantes, que venías hacia mí impulsada por una inclinación pasajera, deseosa de gustar el sabor de una aventura a la que no dabas más importancia que la que le señalaba tu capricho.

Por eso yo, después del silencio que sancionó mi indiferencia, el desgano en que me hallaba para emprender toda aventura sentimental, cuando recibí tu segunda carta te contesté e inicié una relación que no debía trascender más allá de ese capricho que tú sentías y en el cual iba a refugiarse mi melancolía, la tristeza del momento que estaba viviendo.

Me sabía incapaz de querer, inútil para el amor, con el corazón anulado por una pasión desgraciada, con el alma deshecha e insensible después de haber agotado mi sensibilidad en algo que no pudo ser.

Tú llegaste a entibiar el frío de mi espíritu como un piadoso rayito de sol, y yo te acepté, quizá con la débil esperanza de amarte, pero sobre todo con un ansia enorme de olvido, de ahogar en la ternura que me ofrecías todo el dolor de mis recuerdos.

Creía que tú te conformarías con los despojos de la borrasca que acababa de destrozarme, y me dejé llevar hacia ti, sin resistencias.

Pero ahora, Rayito, ahora que he entrevisto todo lo bueno que hay en ti, ahora que conozco tu situación, ahora que sé que tu cariño es sincero y que toda tú eres digna de un gran amor, ahora no me siento con fuerza para engañarte.

Yo no te puedo querer, Rayito, a pesar de mis ansias de ternura, a pesar de mi voluntad, a pesar de mis enormes deseos de vivir un nuevo cariño.

Y tú eres digna de un amor lo mereces y debes buscarlo en quien se sienta capaz de sentirlo por ti. Te sobran condiciones para ello. Eres buena, hermosa, capaz de encender las pasiones más locas, los cariños más intensos, los amores más grandes.

Si yo pudiera amar, te amaría.

Bastaríame para ello mirar a tus ojos, haber sentido la dulce presión de tus besos, haber escuchado la melodiosa armonía de tu voz, y entrever, oculta en la magnífica envoltura de tu cuerpo incomparable, la exquisita sensibilidad de tu alma de chica buena.

Pero ya te lo he dicho, soy un inútil para el amor.

Mi corazón agotado y mi alma envejecida no pueden albergar otra cosa que simpatía, una profunda simpatía, pero nada más, y eso no puede bastarte, con eso no puedes ni debes conformarte tú.

Por eso te escribo esta carta. Para despedirme de ti.

Perdóname si mis labios te mintieron un cariño imposible. Lo hicieron creyendo que tú tampoco podías quererme, y que lo aceptabas en un acuerdo tácito que no tenía más objeto que satisfacer un mutuo capricho.

No me guardes rencor, Rayito, por mi sinceridad. En ella encontrarás la ratificación de mi respeto y de mi simpatía.

Yo, que he sufrido tanto por el amor, no quiero, en homenaje a mi propio dolor, que tú sufras por mí.

Mientras te creí una aventurera, todo pudo ser posible. Ahora que te conozco y te valoro, sólo podremos ser buenos amigos.

Y ten la seguridad, mi Rayito, que es preferible un buen amigo a un amante que está maldito de indiferencia.

Piensa bien en lo que te digo y me hallarás razón.

Y ahora, adiós.

Nuestro sueño no pudo realizarse porque la fatalidad así lo quiso.

Si tú hubieras aparecido en mi vida un tiempo antes, cuando aún yo podía amar, ¡cuánto y cuánto te hubiera amado, Rayito!

Pero ahora es necesario que me abandones a mi misantropía, a mi indiferencia, a mi insensibilidad. ¿Qué puedo yo ofrecerte digno de ti y de tu cariño?

Es necesario que renuncies a mí, ahora que aun es tiempo y que no sufrirás mucho por ello. Después. . . ¡oh!, después sería tarde si llegas a quererme como yo no quiero ya ser querido y como tú estás en camino de querer. Porque sufrirías mucho, mucho. Rayito, y las penas de amor — te lo dice uno que quiso y sufrió mucho — son demasiado amargas, demasiado crueles para exponerse a ellas cuando aún tenemos el remedio a mano.

Y ahora ya no me atrevo a pedirte los labios. Tu mano, Rayito, tu mano de amiga . . .

Ramiro.
Inicio
<<< 50 >>>
 

Índice de las cartas

Cuentos de Amor

Literatura Erótica