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Marcelo Peyret

"Cartas de amor"

Carta 49

Biografía y Obra

 
 
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Música: Albeniz - España Op. 165, no. 2 "Tango"
 

Carta 49

De Alberto Ponce a Ramiro Varela

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He cumplido la misión encomendada. Ayer estuve a ver a la señora de Lear y le he hecho entrega de tus cartas. Fue una entrevista penosa. Cuando me hice anunciar me recibió inmediatamente. Casi no la reconocí. Habíala visto muchas veces, en la época de tus amores con ella. Era una mujer hermosa, incitante, con toda la atracción que, usando una frase tuya, produce la fruta madura.

¡Si vieras cómo está ahora! Parece una vieja. Los ojos llorosos, hinchados, los labios descoloridos, la tez marchita, indican un completo abandono de los cuidados del tocador. Mirándola, parecíame la madre de la otra. Me produjo una gran tristeza. La pobre está tan afectada por tu rompimiento, que lo considera como la terminación de su vida de mujer.

— He estado muy enferma — me dijo. — ¿No es verdad que se me nota?

Yo quise mentirle piadosamente, pero su sonrisa me convenció de la inutilidad de mi consuelo.

— Ya estoy vieja — me dijo — y es hora de que me dé cuenta. Ramiro ha hecho bien en dejarme. Era absurdo pretender encadenarlo a mi vida. El pobre muchacho no tiene la culpa de lo que pasa, sino la fatalidad que nos hizo nacer con un intervalo de tiempo muy grande. La única culpable fui yo, que pretendí olvidarlo.

Y continuó hablándome así. resignadamente, sin llorar, sin una frase amarga para ti. ¡Pobre mujer! Su sufrimiento es sólo comparable a su cariño. ¡Cómo te quiere! ¡Tú lo has sido todo para ella! Desaparecido tú de su vida, ya el resto no le importa. Ha abandonado todas sus coqueterías, sus vanidades, para transformarse en una mujer que considera su carrera terminada.

— Ya ve cómo estoy tranquila — me dijo. — Sé que esto es definitivo y no me quejo, no tengo derecho a quejarme. No espero una reacción imposible. Lo nuestro ya pasó. Pasó para no volver. . . Una sola cosa desearía. Verlo por última vez. Dígale que venga que me conceda la piedad de una última entrevista. Necesito verlo, ahora que él no me puede ver como a una mujer a quien se desea, para borrar el recuerdo de la última entrevista, de nuestras últimas caricias. Es necesario que borre ese sueño, que aleje de mi imaginación esas ideas absurdas que aun me asaltan. Es menester a mi tranquilidad futura, que lo vea una última vez. Dígale que seré juiciosa, que no le haré ningún reproche, que ni siquiera lloraré. Será una visita de amigo, breve, todo lo breve que él quiera. Pero que venga, que tenga esa última bondad para conmigo.

¡Pobrecita! Logró conmoverme y le prometí que irías. Debes hacerlo. Sé que te molesta, pero hazlo, aunque no sea más que en recuerdo de lo que fue, en compensación de los buenos momentos que le debes.

Tan poco te va a costar, y tanto placer vas a causarle, que no dudo lo harás, porque, a pesar de todo lo que me dices en tu carta, tú, Ramiro, eres bueno.

Alberto.

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