Amado Nervo en AlbaLearning

Amado Nervo

"Una mentira"

Capítulo 11

Biografía de Amado Nervo en AlbaLearning

 
 
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Música: Brahms, Violin Sonata No. 1 - Op. 78
 
Una mentira
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«Fernando.

»-¡Cómo has podido hacer eso! ¡Cómo has tenido valor para hacer eso, tan horrible!

»Al despertar y ver la mitad del lecho vacía, tu almohada intacta, salté de la cama llena de inquietud, muriéndome de zozobra, y echándome el peinador sobre los hombros, empecé a buscarte y a darte voces.

»Fui al cuarto de baño, que hallé vacío; corrí a tu despacho... y sobre la mesa, muy visible, encontré tu carta.

»Ni con diez años de ternura me pagarás el mal que me has hecho.

»¡Qué tonto! ¡Pero qué tonto!, ¡y qué estúpida casualidad la de la suspensión de la fiesta!

»La idea de que dudaste de mí hasta ese punto me pareció tan absurda, tan incomprensible, tan desorbitada, que me ha sumido en el estupor más profundo de mi vida.

»¡De suerte que tantos años de cariño, de solicitud constante, de pequeñas abnegaciones y pequeñas ternuras diarias, no son suficientemente fuertes para luchar contra una sospecha!

»¡Qué triste, qué flaco y mísero amor!

»Vuelve enseguida. Te convencerás de todo con una claridad absoluta, y sabrás que, en suma, una simple falta de franqueza contigo, por tratarse de secreto ajeno, ha sido la causa de la catástrofe.

»¡Cuánto dolor hay escondido en el más pequeño incidente, Dios mío!

»Vendrás en seguida, ¿verdad? Puede ser que así te perdone un día "todo" el daño qué le has hecho tu

Blanca».

La carta venía con otras de la Legación enviadas por el E. de N. ad. Int.

Hacía una semana que Fernando comía en sus habitaciones del Cristina; emprendía solitarios paseos en automóvil o a pie, y, sobre todo, contemplaba el mar, el mar divino que le había curado.

La carta de Blanca le produjo una impresión de melancolía y tedio.

Quizás tenía razón. Quizás era inocente; acaso le convencería de ello aun siendo culpable; ¡qué mujer hermosa no convence, aunque sea momentáneamente, al hombre que la ama, de su inocencia, si el hombre que la ama, en el fondo, lo único que desearía es ser convencido! Así vemos cosas palpables, de una elocuencia total, diáfana y que al pobre enamorado le parecen, después de oír las disculpas de la mujer querida, calumnia y mentira.

Hay almas tan nobles, que se resisten a creer ciertas infamias, y el corazón del hombre es como un pobre niño, deseoso de las raras alegrías de la vida, que no quiere gustar las heces de la copa.

Sin duda, sí, sería inocente; aquella carta parecía tan sincera...

¡Pero si esta vez no aconteció el mal, acontecería más tarde!

Los hombres y las mujeres sólo vivimos engañándonos y mintiéndonos.

Nadie, fuera de los genios y los santos, se atreve a mostrarse tal cual es.

El mundo es un presidio y una zahúrda (a veces de muros dorados), porque ninguno dice a ninguno la verdad.

Los gobiernos engañan miserablemente a los pueblos. Los políticos procuran engañarse entre sí. La más honorable familia engaña al pretendiente sobre las cualidades y la fortuna de la niña casadera. El novio engaña a la novia y la novia al prometido. Las reputaciones no son más que obra del engaño y de la intriga. La Prensa es la bocina de la mentira... Y sobre esta montaña inmensa de falsedad, el macaco humano danza y hace contorsiones, hasta que un cataclismo por el estilo de la gran guerra, acaba con la farsa de los pueblos, fundiendo las impurezas en el inmenso crisol del dolor; fabrica una mentalidad distinta y hace que la nave del mundo emprenda otra derrota.

Sí, acaso era inocente; ¡pero qué sabor iba él a encontrar de nuevo a sus caricias!

Entre sus labios y los de Blanca habría un quien sabe lleno de púas, en el cual morirían los besos.

Él (ya se dijo) no era de esos hombres que transigen así como así con las circunstancias.

Aut Caesar aut nihil!

O todo o nada, o un amor para él solo, o él solo para su vida, para su viaje por el ancho camino...

Mejor ir sin compañía que de la mano de una compañera desleal.

Y mientras meditaba tan dolorosamente repasando estas ideas, dos inmensas pupilas: la del mar y la del cielo, saturábanlo de azul, de oro, de mansedumbre, y el rumor lejano de la onda eterna, volviéndose voz por excelencia de la Naturaleza, parecía repetirle:

«Reposa en mí, hijo mío. Todo lo que piensan e imaginan los nombres es mentira: yo soy la única verdad. Búscame siempre y te daré la sabiduría sin palabras y la paz infinita...».

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