Amado Nervo en AlbaLearning

Amado Nervo

"Una mentira"

Capítulo 7

Biografía de Amado Nervo en AlbaLearning

 
 
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Música: Brahms, Violin Sonata No. 1 - Op. 78
 
Una mentira
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Ella era una muchacha ingenua, un poquitín coqueta, un poquitín vanidosa: pero no mala.

No estaba apasionada de su marido. En primer lugar, su temperamento, su languidez reposada, le vedaban la pasión; y en segundo, su marido era uno de esos hombres de quienes comúnmente no se apasiona una mujer; a quienes se admira, a quienes se estima, a quienes se llega a querer, pero que no suelen inspirar pasión.

Es una desgracia que pasión y estimación sean antípodas.

Cuando el mundo ande mejor arreglado (lo dejaremos para después de la guerra), todo hombre, toda mujer que amen con pasión, amarán a un ser noble y bueno.

Ya no más volverá a decirse: «¡Qué lástima que no pueda estimarte!».

O «¡qué lástima que no pueda amarte!».

Se amará y se estimará a la misma persona, sé sincronizarán la estimación y el amor...

Pero, en el año de gracia de mil novecientos y tantos, en que comienza esta verídica historia que, ojalá, lector, te sea leve, todavía no existía tal sincronismo.

Ella, pues, como se ha dicho, no estaba apasionada de su marido; pero, ¡cómo le quería!, ¡cómo le estimaba!

El cariño y la estimación, cual dos centinelas siempre alertas, velaban en las puertas de la felicidad; y velaban tan bien, que ella pudo, merced a ambos centinelas, salvarse siempre del peligro:

Ego dormio sed cor meum vigilat... O bien: Le coeur veille!

*  *  *

-¡De suerte que no lo había engañado!

-No, lector; si tienes alguna simpatía por ella, puedes conservarla... No lo había engañado. Le había mentido y nada más.

Una mentira, si no blanca, por lo menos no negra: gris si te place...

Una mentira, sin embargo, que iba a costarle, quizá para siempre, su felicidad conyugal.

-¿Dónde había estado Blanca aquella tarde?

-Aquella tarde Blanca había estado en una cita; pero en una cita en la que todo su papel se reducía a ángel custodio.

Blanca tenía una amiga: la más buena, la más gentil, la más afectuosa, la más aristocrática de las amigas, pero también la menos seria.

¡Quién va a exigir seriedad a una mariposa, a un celaje, a un pájaro; a tantos y tantos seres y cosas que encantan con su fugitiva gracia la creación incomprensible!

Cuando Blanca llegó a Madrid, cierta linda marquesita, por una de esas simpatías súbitas y misteriosas, sintiose atraída hacia la joven y decidió lanzarla en el gran mundo.

Llevada de la mano por su hada cordial, Blanca vio abrirse ante ella y su marido las puertas de todos los salones. Fue una mujer «chic», una mujer «bien», y hasta las más encopetadas embajadoras que suelen creerse de esencia divina, y acaso lo serían si encubrieran más lo humano, se dignaron, no obstante la poca importancia internacional de la República que representaba su marido, invitarla a esos banquetes en que se alterna con las señoronas, el Nuncio y el Presidente del Consejo.

En buenos aprietos se vieron muchas duquesas para colocar a ella y a su marido en las mesas selectas, donde quien no era embajador ostentaba por lo menos dos grandezas de España de primera clase.

Pero así y todo, las invitaciones no faltaron.

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