Que debemos manifestar a Cristo nuestras necesidades y pedir su gracia.

VOZ DEL DISCÍPULO

1. ¡Oh dulcísimo y amantísimo Señor, a quien deseo ahora recibir devotamente! Tú conoces mi flaqueza y la necesidad que padezco, en cuántos males y vicios estoy abismado, cuántas veces soy tentado, agobiado, perturbado y amancillado.

A Ti vengo por remedio: a Ti acudo por consuelo y alivio.

Hablo a quien lo penetra todo, a quien están patentes todos los secretos de mi corazón, y al único que me puede consolar y ayudar perfectamente.

Tú sabes los bienes que más necesito, y cuán pobre soy en virtudes.

2. Vésme aquí delante de Ti, pobre y desnudo, pidiendo gracia e implorando misericordia.

Da de comer a este tu hambriento mendigo; enciende mi frialdad con el fuego de tu amor; ilumina mi ceguera con el resplandor de tu presencia.

Conviérteme todo lo terreno en amargura, todo lo pesado y adverso en paciencia, todo lo ínfimo y criado en desprecio y olvido.

Levanta mi corazón a Ti en el cielo, y no me dejes andar rastreando por la tierra.

Se desde ahora Tú solo mi dulzura por siempre; pues Tú solo eres mi comida y mi bebida, mi amor, mi gozo, mis delicias y todo mi bien.

3. ¡Oh, si me encendieses todo con tu presencia, y me abrasases y transformases en Ti, para que fuese un espíritu contigo por la gracia de la unión interior, y por la efusión de un amor abrasado!

No consientas que me separe de Ti seco y en ayunas; sino pórtate conmigo misericordiosamente, como lo has hecho muchas veces con tus Santos de un modo admirable.

¡Qué maravilla sería que yo me abrasase todo en tu amor, sin acordarme de mí, siendo Tú fuego que siempre arde y nunca se apaga, amor que purifica los corazones y alumbra el entendimiento!