Tomás de Kempis - Imitación de Cristo

Tomás de Kempis

"Imitación de Cristo"

Libro Tercero:

Biografía de Tomás de Kempis en Wikipedia

 

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Imitación de Cristo

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Libro 3 - Cap 57

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Capítulo LVII
 

Que el hombre no debe abatirse demasiado cuando cae en algunas faltas.

 

1. Hijo, más me agradan la humildad y la paciencia en las adversidades, que el mucho consuelo y devoción en la prosperidad.

¿Por qué te contrista una pequeña cosa dicha contra ti?

Aunque más fuera, no debieras inquietarte.

Mas ahora déjala pasar; porque ni es la primera, ni nueva, ni será la última si mucho vivieres.

Harto esforzado eres cuando nada contrario se te opone.

Aconsejas bien, y sabes alentar a otros con tus palabras; pero cuando alguna repentina tribulación llama a tu puerta, luego te falta consejo y valor.

Atiende a la gran fragilidad que experimentas a cada paso, aun en los más leves acaecimientos; sin embargo de que todo el mal que te sucede redunda en tu salud.

2. Apártalo de tu corazón como mejor supieres; y si llegó a tocarte, no por esto te abata ni te turbe mucho tiempo.

Sufre siquiera con paciencia, si no puedes con alegría.

Si oyes algo contra tu gusto y te sientes indignado, reprímete y no dejes salir de tu boca palabras descomedidas que puedan escandalizar a los inocentes.

Pronto se mitigara la turbación que se ha excitado; y el dolor de tu corazón se dulcificará con la vuelta de la gracia.

Aun vivo Yo, dice el Señor, dispuesto para ayudarte y consolarte más de lo acostumbrado, si confías en Mi y me invocas devotamente.

3. Ten buen ánimo y prepárate para sufrir mayores trabajos.

Aunque te veas a menudo atribulado, o gravemente tentado, no por eso está ya todo perdido.

Eres hombre, y no Dios: carne, y no ángel.

¿Cómo podrías tu permanecer constantemente en un mismo grado de virtud, cuando le faltó al ángel en el cielo y al primer hombre en el paraíso?

Yo soy el que levanto incólumes a los tristes, y el que traigo a mi divinidad a los que reconocen su flaqueza.

4. Señor, bendita sea tu palabra, más dulce para mi boca que la miel y el panal.

¿Qué haría yo en tantas tribulaciones y angustias, si Tú no me confortases con tus santas palabras?

¿Y qué se me da de cuanto hubiere padecido con tal de que pueda llegar al puerto de salvación?

Dame un buen fin: dame un feliz tránsito de este mundo.

Acuérdate de mí, Dios mío, y guíame por camino derecho a tu reino. Amén.

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