Libro Tercero: |
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Imitación de Cristo |
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Capítulo LV | ||
De la corrupción de la naturaleza, y de la eficacia de la divina gracia.
1. Señor, Dios mío, que me criaste a tu imagen y semejanza, concédeme esa gracia que mostraste ser tan grande y necesaria para la salvación, a fin de que pueda vencer mi perversa naturaleza, que me arrastra a los pecados y a la perdición. Pues siento en mi carne la ley del pecado, que contradice a la ley de mi espíritu, y me lleva cautivo a obedecer en muchas cosas a la sensualidad: y no puedo resistir a sus pasiones, si no me asiste tu santísima gracia, eficazmente infundida en mi corazón. 2. Necesaria es tu gracia, y gracia poderosa, para vencer la naturaleza, inclinada siempre a lo malo desde su juventud. Porque caída desde el primer hombre Adán, y corrompida por el pecado, la pena de esta mancha se propaga a todos los hombres; de suerte que la misma naturaleza, que Tú criaste buena y recta, se ha hecho una naturaleza corrompida por el vicio y la fragilidad; porque sus mismos movimientos la inducen al mal y a lo terreno. Pues la poca fuerza que le ha quedado es como una centella oculta debajo de la ceniza. Esta es la razón natural, rodeada de grandes tinieblas, pero capaz todavía de juzgar del bien y del mal, y de distinguir lo verdadero de lo falso, aunque no tiene fuerza para cumplir todo lo que aprueba, ni goza de la perfecta luz de la verdad, ni tiene sanas sus afecciones. 3. De aquí es, Dios mío, que yo, según el hombre interior, me deleito en tu ley, sabiendo que tus mandamientos son buenos, justos y santos, y convencido también de que todo mal y pecado se debe huir. Mas con la carne sirvo a la ley del pecado, obedeciendo más a la sensualidad que a la razón. De aquí es que quiero lo bueno, mas no me siento con poder para cumplirlo. De aquí procede que propongo muchas veces obrar bien; pero como falta la gracia que ayude a mi flaqueza, con poca contradicción retrocedo y desfallezco. De esto resulta que conozco el camino de la perfección, y veo con bastante claridad cómo debo seguirlo. Mas, oprimido con el peso de mi propia corrupción, no me levanto a cosas más perfectas. 4. ¡Oh Señor! ¡Cuán necesaria me es tu gracia para comenzar el bien, continuarlo y perfeccionarlo! Porque sin ella nada puedo; pero todo lo puedo en Ti, confortado por tu gracia. ¡Oh gracia verdaderamente celestial, sin la cual nada son los merecimientos propios, ni se han de estimar en algo los dones naturales! Sin la gracia nada valen, Señor, en tu presencia, ni las artes, ni las riquezas, ni la hermosura, ni la fortaleza, ni el ingenio, ni la elocuencia. Porque los dones naturales son comunes a buenos y a malos: mas la gracia y la caridad son el don propio de los escogidos, y con ellas se hacen dignos de la vida eterna. Es tan encumbrada esta gracia, que ni el don de profecía, ni el hacer milagros, ni los conocimientos más elevados, valen nada sin ella. Ni aun la fe, ni la esperanza, ni las demás virtudes, te son aceptas sin la caridad y la gracia. 5. ¡Oh dichosísima gracia, que al pobre de espíritu le haces rico en virtudes, y al que es rico de muchos bienes vuelves humilde de corazón! Ven, desciende a mí, lléname de tu consolación, para que mi alma no desmaye de fatiga y de sequedad de corazón. Suplícote, Señor, que halle gracia en tus ojos; pues ella me basta, aunque me falte todo lo que la naturaleza desea. Si fuere tentado y atormentado por muchas tribulaciones, ningún mal temeré, estando tu gracia conmigo. Ella es mi fortaleza, ella me da consejo y favor. Es más poderosa que todos los enemigos y más sabia que todos los sabios. 6. Es la maestra de la verdad, enseña la ciencia, alumbra el corazón, consuela en las aflicciones, destierra la tristeza, ahuyenta el temor, alimenta la devoción, produce lágrimas de afecto. ¿Qué soy sin tu gracia, sino un leño seco y un tronco inútil y despreciable? Asístame, pues, Señor, tu gracia para estar siempre atento a emprender, continuar y perfeccionar buenas obras por tu Hijo Jesucristo. Amén. |
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