Libro Tercero: |
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Capítulo XI | ||
Los deseos del corazón se deben examinar y moderar.
1. Hijo, conviene que aprendas aun muchas cosas que no has entendido bien. ¿Qué cosas son estas, Señor? Que pongas tu deseo totalmente en sola mí voluntad, y no seas amador de ti mismo, sino afectuoso celador do lo que a Mí me agrada. Los deseos te encienden muchas veces y te impelen con vehemencia; pero considera si te mueves más por mi honra que por tu provecho. Si es por deseo de agradarme, te contentaras de cualquier modo que Yo lo ordenare; pero si en buscarme tienes algo escondido de amor propio, ten por cierto que esto es lo que te impide y agrava. 2. Guárdate, pues; no confíes demasiado en el deseo que tuviste sin consultarlo conmigo; no sea caso que después te arrepientas, y te descontente lo que primero te agradó y que, por parecerte mejor, lo deseaste. Porque no se puede seguir sin reflexión cualquier deseo que parezca bueno, ni tampoco huir precipitadamente toda afición que parezca contraria. Conviene algunas veces usar de freno, aun en los buenos ejercicios y deseos, para que no caigas por demasía en distracción del alma, y para que no des a otros motivo de escándalo con tu indiscreción, o por la contradicción de otros te turbes luego y deslices. 3. También algunas veces conviene hacerse violencia y oponerse varonilmente al apetito sensitivo, y no cuidar de lo que la carne quiere o no quiere, sino andar mas solícito para que esté sujeta al espíritu, aunque le pese. Y debe ser mortificada y refrenada hasta que esté pronta para todo lo bueno y aprenda a contentarse con lo poco, y holgarse en lo sencillo, y no murmurar contra lo que le es amargo. |
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