Libro Tercero: |
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Capítulo VI | ||
De la prueba del verdadero amador.
1. Hijo, no eres aun fuerte y prudente amador. ¿Por qué, Señor? Porque a la menor contrariedad desmayas en 1o comenzado, y buscas con ansia los consuelos. El constante amador permanece firme en las tentaciones, y no se deja llevar de persuasiones engañosas del enemigo. Como Yo le agrado en la prosperidad, así no le descontento en la adversidad. 2. El discreto amador no considera tanto el don de su amante, cuanto el amor del que da. Antes mira a la voluntad que a la merced; y todas las dadivas estima menos que al amado. El amor noble no descansa en el don, sino en Mí sobre todo don. Por eso, si algunas veces no gustas de Mí o de mis santos tanto como deseas, no está todo perdido. Aquel tierno y dulce afecto que sientes algunas veces, obra es de la presente gracia, y gusto anticipado de la patria celestial; sobre lo cual no debes apoyarte mucho, porque va y viene. Pero pelear contra los desordenados movimientos del ánimo, y desechar las sugestiones del demonio, señal es de virtud y de gran merecimiento. 3. No te turben, pues, las imaginaciones extrañas de diversas materias que te ocurrieren. Se constante en tu propósito, y sea recta tu intención en Dios. Ni tengas a engaño que de repente te arrebates alguna vez a lo alto, y luego te tornes a las pequeñeces acostumbradas del corazón. Porque más las sufres contra tu voluntad que las causas; y mientras te dan pena y las contradices, sirven para merito y no para perdición. 4. Persuádete que el enemigo antiguo se esfuerza de todos modos en impedir tu deseo del bien y apartarte de todo ejercicio devoto, como es honrar a los Santos, la piadosa memoria de mi Pasión, la útil contrición de los pecados, la guarda del propio corazón, el firme propósito de aprovechar en la virtud. Inspira muchos pensamientos males para disgustarte y atemorizarte, para desviarte de la oración y de la lectura sagrada. Desagrádale mucho la humilde confesión; y si pudiese, haría que dejases de comulgar. No le creas, ni hagas caso de él, aunque muchas veces te arme lazos para seducirte. Cuando te inspirare pensamientos malos y torpes, atribúyelo a él y dile: Vete de aquí, espíritu inmundo: avergüénzate, desventurado: muy sucio eres, pues me traes tales cosas a la imaginación. Apártate de mí, malvado seductor: no tendrás parte alguna en mí, porque Jesús estará conmigo como invencible capitán, y tu quedarás confundido. Más quiero morir y sufrir cualquier pena, que condescender contigo. Calla y enmudece: no te oiré ya por más que me importunes. El Señor es mi luz y mi salud: ¿a quién temeré? Aunque se presente contra mí un ejército, no temerá mi corazón. El Señor es mi ayuda y mi Redentor. 5. Pelea como buen soldado; y si alguna vez cayeres por flaqueza, procura recobrar mayores fuerzas que las primeras, confiando en mi poderoso auxilio, pero guardándote mucho de la vanagloria y de la soberbia. Por causa de estos vicios, muchos son engañados, y caen algunas veces en ceguedad casi incurable. Sírvate de aviso y de perpetua humildad la caída de los soberbios, que locamente presumen de sí. |
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