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Imitación de Cristo |
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Capítulo IX | ||
De la privación de todo consuelo.
1. No es cosa difícil despreciar el consuelo humano, cuando gozamos del divino. Gran cosa es, y muy grande, carecer de divino y humano consuelo, y padecer con resignación y por amor de Dios la sequedad del corazón, y en nada buscarse a sí mismo, ni atender al propio merito. ¿Qué gran cosa es estar alegre y devoto cuando viene sobre ti la gracia? Esta hora todos la desean. Muy suavemente camina aquel a quien lleva la gracia de Dios. ¿Y qué maravilla si no siente la carga el que es conducido por el Omnipotente, y guiado por el supremo Ductor? 2. Hallamos gusto cuando recibimos algún consuelo, y con dificultad se desnuda el hombre de sí mismo. El mártir San Lorenzo, con su sacerdote san Sixto, venció al mundo, porque despreció todo lo que parecía deleitable en la tierra, y sufrió con paciencia por amor de Cristo que le fuese quitado Sixto, el sumo sacerdote de Dios, a quien amaba sobre manera. Pues así como el amor del Creador venció el amor del hombre, y trocó el contento humano por el beneplácito divino, así tú aprende a dejar por amor de Dios a algún pariente y amigo. Ni te aflijas cuando te vieres abandonado de algún amigo, sabiendo que es necesario que al fin nos separemos unos de otros. 3. Mucho y de continuo conviene que el hombre pelee consigo mismo antes que sepa vencerse del todo y poner en Dios cumplidamente todo su deseo. Cuando el hombre esta fijo en sí mismo, con facilidad se desliza a los consuelos humanos. Mas el verdadero amador de Cristo y cuidadoso imitador de sus virtudes, no busca aquellos consuelos, ni apetece dulzuras sensibles; antes procura ejercicios de fortaleza y sufrir por Cristo duros trabajos. 4. Así, pues, cuando Dios te diere el consuelo espiritual, recíbelo con hacimiento de gracias; pero entiende que es don de Dios y no merecimiento tuyo. No quieras exaltarte ni alegrarte demasiado, ni presumir vanamente; sino humíllate por el don recibido, y se más avisado y temeroso en todas tus obras, porque pasará aquella hora, y vendrá la tentación. Cuando se te negare el consuelo, no desesperes luego; mas espera con humildad y paciencia la visita celestial, porque Dios es poderoso para volverte a dar mucha mayor consolación. Eso no es cosa nueva ni extraña para los experimentados en el camino de Dios; porque en los grandes Santos y en los antiguos Profetas acaeció muchas veces este modo de mudanza. 5. Por eso un profeta, hallándose inundado de la gracia, decía: Yo dije en mi abundancia: no seré movido ya para siempre. Y ausente la gracia, declara lo que experimentó en sí, diciendo: Apartaste de mí tu rostro, y fui conturbado. Mas en medio de esta desolación no desespera, sino con mayor instancia ruega a Dios y dice: A Ti, Señor, clamaré, y a mi Dios rogaré. Y al fin reporta el fruto de su oración, y asegura que ha sido oído, diciendo: Oyóme el Señor y se compadeció de mi. El Sénior se hizo mi ayudador. Mas ¿en qué? Convertiste — dice — mi llanto en gozo, y me inundaste de alegría. Si así se hizo con los grandes Santos, no debemos desconfiar nosotros, enfermos y pobres, si a veces estamos fervorosos y a veces fríos; porque el espíritu se viene y se va, según la divina voluntad. Por eso dice el bienaventurado Job: Le visitas al amanecer, y súbitamente le pruebas. 6. Pues ¿sobre qué puedo esperar, o en quién debo confiar, sino solamente en la gran misericordia de Dios y en la esperanza de la gracia celestial? Porque ya este acompañado de hombres buenos, de hermanos devotos, de amigos fieles; ya tenga a la vista libros santos y tratados excelentes; ya oiga dulces himnos y cánticos; todo eso aprovecha poco y gusta poco, cuando estoy desamparado de la gracia del divino consuelo y abandonado a mi propia pobreza. Entonces no hay mejor remedio que la paciencia y la resignación a la voluntad de Dios. 7. Nunca hallé hombre tan religioso y devoto, que alguna vez no sintiese apartamiento del consuelo divino, o no experimentase disminución del fervor. Ningún santo fue tan altamente arrebatado o iluminado, que antes o después no haya sido probado con tentaciones. Pues no es digno de la sublime contemplación de Dios el que por Dios no ha sido ejercitado en alguna tribulación. La tentación de la tribulación suele ser el anuncio del próximo consuelo. Porque a los que han sido probados con tentaciones se les promete el consuelo celestial. Al que venciere, dice el Señor, daré a comer del árbol de la vida. 8. Dase también la consolación divina para que el hombre sea más fuerte para sufrir las adversidades Y después sigue la tentación para que no se envanezca del bien. El demonio no duerme, ni tampoco la carne está muerta: por eso no ceses de prevenirte para la batalla, porque a la diestra y a la siniestra están los enemigos, que nunca descansan. |
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