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Don Juan Manuel

El conde Lucanor

Cuento 42

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Cuento 42

Lo que sucediķ al diablo con una falsa devota

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Otra vez hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, de este modo:

-Patronio, en una conversación con varios amigos nos hemos preguntado cómo un hombre muy perverso puede causar más daño a los demás. Unos dicen que encabezando revueltas; otros, que peleando contra todos; otros, que cometiendo graves delitos y crímenes y, otros, que calumniando y difamando. Por vuestro buen entendimiento os ruego que digáis con cuál de estos vicios se puede causar peor daño a las gentes.

-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, para responder, me gustaría que supieseis lo que sucedió al diablo con una de esas mujeres que se hacen beguinas.

El conde le preguntó qué le había sucedido.

-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, había en una villa un hombre joven, casado, que se llevaba muy bien con su mujer, sin que nunca hubiera entre ellos desacuerdos o riñas.

»Como al diablo le desagradan siempre las cosas buenas, tenía con este matrimonio gran pesar, pues, aunque anduvo mucho tiempo tras ellos para meter cizaña, nunca lo pudo conseguir.

»Un día, al volver de la casa donde vivía este matrimonio, iba el diablo muy triste, porque no podía hacerles caer en sus tentaciones, cuando se encontró con una beguina, que, al reconocerlo, le preguntó por qué estaba tan apenado. El demonio le respondió que venía de la casa de aquel matrimonio, cuyas buenas relaciones quería romper desde hacía mucho tiempo sin conseguirlo, y que, como su superior se había enterado de su inutilidad, le había retirado su estimación, motivo este de su tristeza.

»La mala mujer le respondió que le asombraba que, sabiendo tanto, no lo hubiera conseguido ya, pero que, si hacía lo que ella le dijera, podría lograr sus propósitos.

»El diablo le contestó que haría cuanto le aconsejara, con tal de llevar la desavenencia a la vida de aquel matrimonio.

»Cuando el demonio y la beguina llegaron a ese acuerdo, se encaminó la mujer hacia la casa del matrimonio, y tantas vueltas dio que consiguió hablar con la esposa, a la que hizo creer que había sido educada por su madre y que, para mostrarle su agradecimiento, la intentaría servir en todo cuanto pudiese.

»La esposa, que era muy buena, creyó sus palabras, le permitió vivir en su casa y le entregó su gobernación. También el marido se fiaba de ella.

»Cuando ya había vivido mucho tiempo con ellos y había conseguido toda su confianza, fue un día a la esposa, simulando estar preocupada, y le dijo:

»-Hija mía, mucho me duele lo que me han contado: que a vuestro marido le agrada más otra mujer; así que debéis tratarlo con mucho cariño para que nunca ame a otra mujer sino a vos, pues, si esto ocurriera, podrían veniros grandes males y perjuicios.

»Al oír esto, la buena esposa, aunque no acabó de creerlo, tuvo gran pesar y quedó muy acongojada. Cuando la falsa devota la vio tan pesarosa, se dirigió al camino que solía hacer el esposo para volver a su casa. Cuando se encontraron, le reprobó lo que hacía, porque, teniendo una esposa tan buena, amaba más a otra mujer; también le dijo que su mujer ya lo sabía y, aunque le pesaba mucho, le había contado que, como él se portaba así sabiendo que ella lo quería tanto, estaba dispuesta a buscar a otro hombre que la quisiera tanto o más que él. Luego le pidió que, por Dios, no se enterase su mujer pues, si lo supiera, ella se moriría.

»El marido, al oír esto, aunque no se lo pudo creer, sintió gran pesar y se puso muy triste.

»La falsa devota, al dejar al marido con esta sospecha, se fue a donde estaba la esposa, a la que dijo entre muestras de gran pesar y dolor:

»-Hija mía, no sé que desgracia os amenaza, pero vuestro marido está muy enfadado con vos; como es verdad lo que os digo, ahora lo veréis venir muy enojado y triste, lo que no le pasaba antes.

»Al dejarla con esta preocupación, se dirigió hacia el marido y le dijo lo mismo que a la esposa. Cuando aquel llegó a su casa, vio que la mujer estaba muy triste y que ya no sentían placer el uno con el otro, por lo cual quedaron los dos aún más preocupados.

»Cuando el marido salió de nuevo, dijo la mala mujer a la honrada esposa que, si se lo permitía, buscaría a algún mago para que hiciera un encantamiento con el que su marido perdiese la indiferencia que tenía con ella. Como la esposa quería que la armonía volviera a su matrimonio, accedió a ello y se lo agradeció.

»Pasados unos días, volvió ella y le dijo que había encontrado un mago que, con algunos pelos de la barba de su marido, de los que nacen cerca de la garganta, podría preparar algún remedio para que su marido perdiese el enojo que tenía contra ella y, así, volvieran a llevar tan buena vida como antes, o aún mejor. Le pidió que, al volver el esposo, consiguiera que se echara en su regazo y, una vez dormido, con una navaja que le dio, podía cortarle los pelos necesarios.

»Aquella buena esposa, por el gran amor que tenía a su marido y muy pesarosa por la desavenencia que había entre ellos, como deseaba muchísimo gozar de la vida que antes llevaban, se lo agradeció y le dijo que así lo haría. Para ello cogió la navaja que le entregó la falsa mujer.

»La mala mujer se dirigió en seguida al marido y le dijo que sentía mucho su próxima muerte, por lo cual no deseaba ocultarle lo que su mujer había preparado: darle muerte a él y marcharse con su amante. Para probarle que esto era cierto, le dijo cómo su esposa y el amante de esta lo tenían dispuesto: a su vuelta la mujer le pediría que se durmiese en su regazo para, una vez dormido, degollarlo con una navaja que tenía escondida.

»Cuando el marido oyó todo esto, quedó lleno de espanto y, aunque estaba muy preocupado ya por tantas falsedades como la beguina le había dicho, con esto que le contaba ahora se preocupó aún más, resolviendo estar muy alerta y ver si era cierto cuanto le decía. Con esta turbación volvió a su casa.

»Al verlo entrar, la mujer recibió a su marido más cariñosamente que nunca, a la vez que le recordó cómo con tanto trabajo no podían nunca tratarse ni tomar un descanso, por lo que le pidió que se echara junto a ella y que pusiese la cabeza en su regazo para espulgarlo.

»El marido, al oír las demandas de la mujer, pensó que cuanto le había dicho la falsa beguina era cierto, pero, por ver hasta dónde llegaba la maldad de su esposa, se echó junto a ella y se hizo el dormido. Cuando así lo vio su mujer, sacó la navaja que tenía para cortarle los pelos de la barba, siguiendo el consejo de la mala beguina. El marido, que vio a su mujer con una navaja en la mano, muy cerca de su garganta, no dudó de cuanto la beguina le había dicho, se levantó, le quitó la navaja a su esposa y la degolló allí mismo.

»El padre y los hermanos de la esposa escucharon el ruido de la pelea, acudieron prestamente a la casa y vieron a la esposa muerta en el suelo. Aunque nunca habían oído quejas contra ella, ni por parte del marido ni por ningún vecino, al ver aquel crimen, llenos de cólera y de rabia, se lanzaron contra el esposo, al que mataron en el acto.

»Al oír los gritos que daban, vinieron los parientes del marido y, como lo vieran así muerto, arremetieron contra quienes lo habían asesinado y les dieron muerte. Tanto creció la venganza, por ambas partes, que aquel día murieron casi todos los moradores de la villa.

»Todo esto ocurrió por las malas palabras de la perversa beguina. Pero, como Dios nunca permite que el delito quede sin castigo, así como no permite tampoco su encubrimiento, hizo entender a las gentes que toda aquella sangre se había vertido por las calumnias de aquella falsa devota, a la que torturaron hasta que murió entre grandes dolores.

»Vos, señor Conde Lucanor, si deseáis saber cuál es el peor hombre del mundo y el que puede causar más daño a los demás, debéis saber que es quien simula ser buen cristiano, hombre honrado y leal, pero cuyo corazón es falso y se dedica a verter calumnias y falsedades que enemistan a las personas. Yo os aconsejo que evitéis a los hipócritas, pues siempre viven con engaño y mentira. Para que los podáis conocer, recordad este consejo del evangelio: «A fructibus eorum cognoscetis eos»; que significa: «Por sus obras los conoceréis». Por último, pensad que nadie en el mundo puede ocultar por siempre los secretos de su corazón, pues más tarde o más temprano saldrán a la luz.

El conde vio que era verdad lo que Patronio le decía, se propuso seguir su consejo y pidió a Dios que lo guardase a él y a todos los suyos de hombre tan dañino.

Y viendo don Juan que este cuento era muy bueno; lo mandó escribir en este libro e hizo estos versos que dicen así:

Si deseas evitar tan grandes desventuras
no te dejes convencer por las falsas criaturas.

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