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Johann Wolfgang von Goethe

"Las desventuras del joven Werther"

Carta 85

Biografía de Johann Wolfgang von Goethe en Wikipedia

 
 

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Música: Brahms - Three Violín Sonatas - Sonata N 3 - Op. 108
 

Las desventuras del joven Werther

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12 de diciembre

Querido Guillermo: Me encuentro en un estado que debe parecerse al de los que antiguamente se creían poseídos del espíritu maligno. No es el pesar; no es tampoco un deseo ardiente, sino una rabia sorda y sin nombre lo que me desgarra el pecho, me anuda la garganta y me ahoga. Sufro, quisiera huir de mí mismo, y paso las noches vagando por los parajes desiertos y sombríos en que abunda esta estación enemiga.

Anoche no podía parar en casa. Sobrevino súbitamente el deshielo y supe que el río se había salido de madre, que todos los arroyos de Wahlheim corrían desbordados y que la inundación era completa en mi querido valle. Me encaminé a él cuando rayaba la media noche, y presencié un espectáculo aterrador. Desde la cumbre de una roca vi, a la luz de la luna, revolverse los torrentes por los campos, por las praderas y entre los vallados, devorándolo y sumergiéndolo todo; vi desaparecer el valle; vi en su lugar un mar rugiente y espumoso, azotado por el soplo de los huracanes. Después, profundas tinieblas; luego, la luna, que aparecía de nuevo para arrojar una siniestra claridad sobre aquel soberbio e imponente cuadro. Las olas rodaban con estrépito... venían a estrellarse a mis pies violentamente... Un extraño temblor y una tentación inexplicable se apoderaron de mí. Me encontraba allí con los brazos tendidos hacia el abismo, acariciando la idea de arrojarme en él. Sí, arrojarme y sepultar conmigo en su fondo mis dolores y tormentos. Pero ¡ay! ¡qué desgraciado soy! No tuve fuerzas para concluir de una vez con mis males; mi hora no ha llegado todavía, lo conozco. ¡Ah, Guillermo!, ¡con qué placer hubiera dado esta pobre vida humana para confundirme con el huracán, rasgar con él los mares y agitar sus olas! ¿No alcanzaremos nunca esta dicha los que nos consumimos en nuestra prisión? ¡Qué tristeza se apoderó de mí cuando mis ojos se fijaron en el sitio donde había descansado con Carlota bajo un sauce, después de un largo paseo! También allí había llegado la inundación, y a duras penas pude distinguir la copa del sauce. Pensé entonces en la casa del juez, en sus prados... El torrente debía de haber arrancado nuestros pabellones y destruido nuestros lechos de césped. Un luminoso rayo de lo pasado brilló delante de mi alma, como brilla en los sueños de un cautivo una ola de luz que le finge praderas, ganados o grandezas de la vida. Yo estaba allí en pie... ¡ah!, ¿es que me falta valor para morir? Yo debía... Y, sin embargo, heme aquí como una pobre vieja que recoge de los setos su leña, brizna por brizna, y va de puerta en puerta pidiendo pan para sostener y prolongar un instante más su miserable vida.

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