"Las desventuras del joven Werther" Libro Primero Carta 33
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Biografía de Johann Wolfgang von Goethe en Wikipedia | |
Música: Brahms - Three Violín Sonatas - Sonata N 3 - Op. 108 |
Las desventuras del joven Werther |
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18 de agosto de 1771 | ||
¿Es preciso que lo que constituye la felicidad del hombre sea también la fuente de su miseria? Este sentimiento, que llena y rejuvenece mi corazón ante la viva Naturaleza, que vierte en mi seno torrentes de delicias y trueca en un paraíso el mundo que me rodea, ha llegado a ser para mí un insoportable verdugo, un espíritu qué me atormenta y que me persigue por todas partes. Cuando contemplaba otras veces desde las crestas de las rocas, más allá del río, hasta las lejanas colinas, el fértil valle, y veía que todo germinaba con lozanía en torno mío; cuando divisaba estas montañas revestidas, desde la falda hasta la cima, de poblados y corpulentos árboles; estos valles salpicados de risueña floresta con todos sus contornos: el arroyo apacible que se deslizaba adormecido con el murmullo de los cañaverales, reflejando las matizadas nubes, que la brisa suave de la tarde mecía en el cielo; cuando escuchaba a los pájaros, animando con sus gorjeos la enramada, mientras copiosísimo enjambre de insectillos jugueteaba alegremente en los últimos rayos del sol, a cuyo postrer destello el escarabajo oculto antes debajo de la hierba abandonaba zumbando su prisión; cuando el ruido y la vida desviaban mi atención hacia la tierra, y el musgo que arranca su alimento a la dura roca, y las retamas que crecen en la pendiente de la árida colina areniza, me descubría la íntima, ardiente y santa vida de la Naturaleza, ¡con qué júbilo abarcaba todos estos objetos mi encendido corazón! Yo estaba como un Dios en este mar de riquezas, en este inmenso universo, cuyas formas sublimes parecían moverse, animando toda la creación en el fondo de mi alma. Me rodeaban enormes montañas; tenía ante mi profundos abismos, donde se precipitaban torrentes tempestuosos; los ríos se deslizaban bajo mis pies; oía algo como un rugido en los bosques y los montes, agitándose y confundiéndose todas estas fuerzas misteriosas en las profundidades de la tierra, mientras sobre ésta, y bajo el cielo, revoloteaban las razas infinitas de los seres que lo pueblan todo de mil diversas formas, mientras los hombres se juzgan reyes de este vasto universo, agazapándose juntos en el nido de sus reducidas moradas. ¡Pobre loco, que todo te parece mezquino, porque tú eres muy pequeño! Desde la inaccesible montaña y el desierto que ningún pie ha pisado aún, hasta la última orilla de los océanos desconocidos, lo anima todo el espíritu del eterno Creador, gozándose en estos átomos de polvo, que viven y le comprenden. ¡Ay! cuántas veces deseaba entonces, con las alas de la garza que pasaba sobre mi cabeza, trasladarme a las costas de ese inmenso mar, para beber en la espumosa copa de lo infinito dulcísimas delicias, y sentir, aunque sólo fuera por un momento, en el espacio estrecho de mi seno una gota de la felicidad del Ser que todo lo engendra en él y por él. Hermano, el recuerdo de tales horas basta para fortalecerme. Más aún; los esfuerzos que hago para recordar estos sentimientos inefables, para poder expresarlos, elevan mi aln a sobre ella misma, y me obligan a sentir doblemente lo angustioso de mi estado actual. Parece que se ha levantado un velo delante de mi alma, y el inmenso espectáculo de la vida no es a mis ojos otra cosa que el abismo de la tumba, eternamente abierto. ¿Podrás decir "esto existe" cuando todo pasa, cuando todo se precipita con la rapidez del rayo, sin conservar casi nunca todas sus fuerzas, y se ve ¡ay! encadenado, tragado por el torrente, y despedazado contra las rocas? No hay un momento que no te consuma, que no consuma a los tuyos; no hay un momento en que no seas, en que no debas ser destructor: tu paseo más inocente cuesta la vida a millares de pobres insectos; uno solo de tus pasos destruye los laboriosos edificios de las hormigas, y sumerge todo un pequeño mundo en una injuriosa tumba. ¡Ah! no son las grandes y poco frecuentes catástrofes del mundo, no son esas inundaciones, esos terremotos, que se tragan a vuestras ciudades, lo que me conmueve; lo que me roe el corazón es la fuerza devoradora que se oculta en toda la Naturaleza, y que no ha producido nada que no destruya cuanto le rodea, y no se destruya a sí misma. De este modo avanzo yo con angustia por mi inseguro camino; rodeado del cielo, de la tierra y de sus fuerzas activas, no veo más que un monstruo ocupado eternamente en mascar y devorar. |
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