"Las desventuras del joven Werther" Libro Primero Carta 9
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Biografía de Johann Wolfgang von Goethe en Wikipedia | |
Música: Brahms - Three Violín Sonatas - Sonata N 3 - Op. 108 |
Las desventuras del joven Werther |
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27 de mayo de 1771 | ||
Ahora caigo en que entregado al éxtasis, a las comparaciones y la declamación, he dado al olvido el referirte hasta el fin lo que fue de los dos niños. Sumido en el idealismo artístico de que en desaliñado estilo te daba razón mi carta de ayer, permanecí dos horas largas sobre el arado. Una joven, con una cesta al brazo, vino por la tarde a buscar a los pequeñuelos, y gritó desde lejos: «Felipe, eres un buen chico.» Me saludó, le devolví el saludo, me levanté, me acerqué a ella y le pregunté si era la madre de aquellas criaturas. Me contestó afirmativamente, y después de dar un panecillo al mayor, tomó al otro en brazos y le besó con toda la ternura de una madre. "Había encargado a Felipe que cuidase de su hermanito—me dijo—, y yo con el mayor de mis hijos he ido a la ciudad a comprar pan blanco, azúcar y un puchero. (Todo esto se veía en la cesta, cuya tapa se había caído). Quiero dar esta noche una sopita a mi Juan. (Este era el nombre del más pequeño). El mayor es un aturdido que me rompió ayer el puchero, peleándose con Felipe por arrebañarlo." —Le pregunté dónde estaba el mayor, y mientras me contestaba que corriendo en el prado tras un par de patos, apareció dando brincos y trayendo a Felipe una varita de avellano. Seguí hablando algunos momentos con esta mujer, y supe que era hija del maestro de escuela, y que su marido estaba en Suiza en busca de una herencia que le había dejado un primo suyp. "Querían engañarle—dijo—y no contestaban a sus cartas: por eso ha ido. ¡Con tal de que no le suceda nada malo! Hasta ahora no he recibido noticias suyas." Me separé con pena de aquella mujer; di un kreutzer a los dos niños mayores, y otro a la madre para el más pequeño, diciéndole que cuando volviera a la ciudad le comprase en mi nombre una tortita. Después de esto nos separamos. Te juro, amigo mío, que cuando estoy agitado basta para apagar mis arrebatos la presencia de una criatura como ésta, que recorre en un abandono feliz el círculo estrecho de su vida, sin pensar en el mañana, y sin ver en la caída de las hojas de los árboles otra cosa que la proximidad del invierno. Desde ese día voy frecuentemente a aquel paraje. Los niños se han acostumbrado a verme; yo les doy azúcar cuando tomo el café, y por la tarde ellos parten conmigo su pan con manteca y su cuajada. Ningún domingo dejo de darles un kreutzer, y si no estoy en casa cuando salen de la iglesia, lo reciben de mi hostelera, a quien dejo el encargo de hacerlo. Son cariñosos; me cuentan toda especie de cuentos y me divierto, sobre todo, con sus pasiones y la cándida explosión de sus deseos, cuando se reúnen con otros chicos de la aldea. Mucho trabajo me ha costado el convencer a la madre que no debe inquietarle la idea de que sus hijos puedan, como ella dice, incomodar al señor. |
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