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Benito Pérez Galdós

"La mula y el buey"

Capítulo 7

Biografía de Benito Pérez Galdós en Wikipedia

 
 
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La mula y el buey
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- VII -

Hermosa fiesta la de esta noche en casa de los señores de *. Los tambores atruenan la sala. No hay quien haga comprender a esos endiablados chicos que se divertirán más renunciando a la infernal bulla de aquel instrumento de guerra. Para que ningún humano oído quede en estado de funcionar al día siguiente, añaden al tambor esa invención del Averno llamada zambomba, cuyo ruido semeja a gruñidos de Satanás. Completa la sinfonía el pandero, cuyo atroz chirrido de calderetería vieja alborota los nervios más tranquilos. Y sin embargo, esta discorde algazara sin melodía y sin ritmo, más primitiva que la música de los salvajes, es alegre en aquesta singular noche, y tiene cierto sonsonete lejano de coro celestial.

El nacimiento no es una obra de arte a los ojos de los adultos; pero los chicos encuentran tanta belleza en las figuras, expresión tan mística en el semblante de todas ellas, y propiedad tanta en sus trajes, que no creen haya salido de manos de los hombres obra más perfecta, y la atribuyen a la industria peculiar de ciertos ángeles dedicados a ganarse la vida trabajando en barro. El portal de corcho, imitando un arco romano en ruinas, es monísimo y el riachuelo representado por un espejillo con manchas verdes que remedan acuáticas hierbas y el musgo de las márgenes, parece que corre por la mesa adelante con plácido murmullo. El puente por donde pasan los pastores es tal, que nunca se ha visto el cartón tan semejante a la piedra, al contrario de lo que pasa en muchas obras de nuestros ingenieros modernos, los cuales hacen puentes de piedra que parecen de cartón. El monte que ocupa el centro se confundiría con un pedazo de los Pirineos, y sus lindas casitas, más pequeñas que las figuras, y sus árboles figurados con ramitas de evónimus, dejan atrás a la misma naturaleza.

En el llano es donde está lo más bello y las figuras más características: las lavanderas que lavan en el arroyo; los paveros y polleros conduciendo sus manadas; un guardia civil que lleva dos granujas presos; caballeros que pasean en lujosas carretelas junto al camello de un rey mago, y Perico el ciego tocando la guitarra en un corrillo donde curiosean los pastores que han vuelto del portal. Por medio a medio, pasa un tranvía lo mismito que el del barrio Salamanca, y como tiene dos rails y sus ruedas, a cada instante le hacen correr de oriente a occidente con gran asombro del rey negro, que no sabe qué endiablada máquina es aquélla.

Delante del portal hay una lindísima plazoleta, cuyo centro lo ocupa una redoma de peces, y no lejos de allí vende un chico La correspondencia, y bailan gentilmente dos majos. La vieja que vende buñuelos y la castañera de la esquina son las piezas más graciosas de este maravilloso pueblo de barro, y ellas solas atraen con preferencia las miradas de la infantil muchedumbre. Sobre todo, aquel chicuelo andrajoso que en una mano tiene un billete de lotería y con la otra le roba bonitamente las castañas del cesto a la tía Lambrijas, hace desternillar de risa a todos.

En suma, el nacimiento número uno de Madrid es el de aquella casa, una de las más principales, y ha reunido en sus salones a los niños más lindos y más juiciosos de veinte calles a la redonda.

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