(Cecilia Böhl de Faber y Larrea) "Callar en vida y perdonar en muerte" Cap. 7: Una notabilidad
|
|
Biografía de Fernán Caballero en AlbaLearning | |
[ Descargar archivo mp3 ] | ||||
Música: Dvorak - Piano Quintet Op.81 - 3: Molto Vivace |
Callar en vida y perdonar en muerte |
<<< | Capítulo 7 | >>> |
Una notabilidad | ||
Diez años habían pasado en su nuevo domicilio, en el que, desde que llegaron, habían hallado, tanto el marido como la mujer, la mejor acogida. Su suerte mejoró mucho. D. Andrés heredó a un tío, muerto en América, se retiró del servicio, afincó, y se dedicó con buen éxito a varias empresas, entre ellas a derribar conventos, cuyos materiales, de gran valor, vendía baratos. Había sido alcalde, y era en la actualidad diputado provincial; en una palabra, llegó a ser una notabilidad, y el tipo del ciudadano moderno, esto es, gran expendedor de frases retumbantes salpicadas de términos heterogéneos, celoso apóstol de la moralidad, ferviente pregonador de la filantropía, arrogante antagonista de supersticiones, entre las que contaba la observancia del domingo y días festivos; preste de la diosa Razón, arcipreste de San Positivo, gran maestre de Prosopopeya, profesor en las modernas nobles artes del menosprecio y del desdén, hábil arquitecto de su propio pedestal: nada faltaba a este moderno tipo, que era reputado por el Salomón de los juicios de conciliación, y por el Demóstenes de una recién instalada junta formada para la construccion de un canal, cuyos trabajos, a fuerza de juntas y expedientes, estaban muy adelantados, no faltando más para la realización del proyectado canal, sino el dinero para abrirlo, y el agua para llenarlo. No es nuestro ánimo personificar la época en el señor D. Andrés, sino sus influencias, y es seguro que en un órden de cosas opuesto habría sido el centinela avanzado de la intolerancia, el seide de la rutina, el cancerbero de los aranceles y el carabinero de útiles y necesarias innovaciones. Esto lo decimos en honor de la verdad, y en favor de la exactitud del tipo que pintamos, y de ninguna manera por lavarle su feísima cara a la época. Con la ventaja que gozan las almas mansas de no dejarse abatir por la desgracia, la que tienen los temples suaves de estar exentos de sentimientos efervescentes y violentos, y la que es propia de caracteres pacientes, de no irritarse ni aferrarse en sus sufrimientos, Rosalía había vuelto a su estado natural de calma y de tranquilidad de espíritu, que es, a no dudarlo, una señal de predestinación. Habríase aún llamado feliz, a no haber sido por la manera con que la trataba su marido, el cual, cada vez más ensoberbecido por su buena posición, por el éxito de sus empresas y por la consideración general que había sabido granjearse, trataba a su pobre mujer con una dureza y un menosprecio que iban en aumento cada día. La educación de sus hijos, a quienes Rosalía mimaba, era el continuo tema de sus reconvenciones, y la ocasión de repetir su incesante ultraje: «Tú no sabes nada.» A veces al oírlo lloraba Rosalía; a veces se resignaba paciente; pero nunca replicaba, haciéndose a sí misma esta reflexión: «Natural es que eso piense y eso diga mi marido, que tanto sabe, cuando yo nada sé, sino coser y rezar.» ¡Cuán cierto es que la virtud innata, lo mismo que la inocencia, se ignoran a sí mismas! Pero el tiempo había de demostrar a D. Andrés cuánto sabe la mujer que sabe ser cristiana, y cuán preferibles son las virtudes humildes a las heroicas. |
||
<<< | Capítulo 7 | >>> |
Índice de la obra | ||
|