"Unos cuantos tomates en una repisita" 2
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Biografía de Efrén Hernández en Wikipedia | |
Música: Mendelssohn - Lied ohne Worte Op.62 No.1 (Andante espressivo) |
Unos cuantos tomates en una repisita |
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(Continuación) | ||
Serenín se encuentra enamorado. Claridad, congruencia, orden, entendimiento bueno, concertación, realismo, verosimilitud y, en suma, todo cuanto veníamos persiguiendo, echando tan de menos, se ha logrado de golpe. Ya el relato, antes siniestro y zurdo, con sólo la declaración de unas palabras, se ha parado derecho. Ya ahora, el Serenín del cuento, adentro de esta casa, no es a nuestros ojos un desbarajuste, no se nos presenta ni nos da la impresión de un gato que surcara unas linfas entre cisnes, un charro en bicicleta, o un diablo enjabonándose los cuernos con agua bendita. Y no hemos dicho mucho, solamente hemos dicho que Serenín se encuentra enamorado. Amor, amor. Tenía que ser Amor. A Amor teníamos que encontrar tras este juego. Así fue en un principio, así en los tiempos medios, así es en lo presente y así será en lo porvenir. Tras de la cruz, el diablo, y tras el desconcierto y la confusión, siempre Cupido. ¿Quién otro podría ser, quién otro, sino este tal por cual maleante, enredador, honda de judas? ¿Quién otro aparte de éste ha sido, hasta la fecha, el más socorrido responsable de tanto absurdo caso e inextricable asunto? Dondequiera, en efecto, que hay algo con los pies para arriba, ahí está éste, éste que de un cobarde, hace un valiente, de un audaz, un tímido, de un inteligente, un tonto, de un tonto, un Machiavelo segundo, de un diligente, un tardo, de un tardo, un empresario, y de un pie de tortuga, un tren de flechas. Y más y menos, según lo que no piense, lo que menos se espere, lo que más se dispare, y lo que más por mago, ininteligible e incompaginable, nos desbarate el juicio y nos sorprenda más. Amor, Amor ... De la docta sor Juana, sin que sepa por dónde, han llegado en volandas a mi mente, y pugnan por salir a la punta de mi pluma, las siguientes palabras: No sé si me contradigo Y vienen muy mal al caso. Quieren decir que las cosas del mundo del amor no pueden ser miradas con ojos de sensato, que es necesario verlas a lo loco, que es preciso estar enamorado para comprenderlas, que hablar de enamoramientos a los que están dentro en su juicio, es hablarles en griego. Y este muchacho puede estar descolorido, puede ser polo de brújula cargado de electricidad de signo igual a la de la vecindad, que, por tanto, debería ser repelido, pero otra fuerza, interviniendo, ha venido a hacer burla de las leyes que gobiernan los fluidos eléctricos y a hacer que se produzcan fenómenos desconcertantes, cosas locas, a hacer de Serenín una brújula loca, cuya carga de signo negativo busca, contra toda lógica, la corriente, también de signo negativo, de la vecindad. Sí, de ello es un absurdo, una confusión, una cosa de encanto, en un confuso error, en cuyo cuento, “ya sé queme contradigo; mas el que tuviere amor, entenderá lo que digo”. Y este muchacho está, como se ha dicho, sin color y temeroso e inquieto; pero no se va, y no se va, porque, permítaseme la expresión: amor lo tiene atado con su cadena de flores. Otra pequeña aclaración, con mis excusas. Un servidor se halló presente a una discusión que hace mucho al caso, sostenida entre vecinos enterados del hecho de que estamos ocupándonos, y que nació porque uno de ellos, haciendo alarde de una tan ladina y graciosa, como ociosa malicia, propuso que cómo es que si las cadenas del amor son de flores, y si las flores son frágiles y basta un ligero tirón para romperlas, ¿Cómo es que no hay hombre que pueda, por su esfuerzo, libertarse de ellas? Por cierto que, aunque se dieron contestaciones bastante ingeniosas, a mí ninguna llegó a satisfacerme, sino sólo una mía que mantuve en el puro pensamiento, sin dejarla llegar a los linderos de los dientes, por parecerme que no la tomarían en cuenta entonces. Y ya que ahora encaja como anillo al dedo, me aprovecho de la coyuntura para declararla. Y consiste, en que, yo he visto toros verdaderos y fuertes como tales, atados a un deleznable mecatito, estarse quietos y seguir con humildad al que los hala, sin tratar jamás de burlar su ligadura, no obstante que, como ya se ha dicho, ni el mecate era fuerte ni los toros débiles. Esto hecho se explica, diciendo que lo que pasa aquí, es que la gente de campo tiene el don de hacer las cosas con un talento de que en general carecemos los de la ciudad, de modo que, sabiendo lo muy delicada que es la nariz del toro, de esta parte es de donde lo sujetan, con lo cual se consigue que, si el animal hace fuerza con objeto de independizarse, le duele la nariz. Y esto, o algo más o menos del jaez de esto, es lo que sucede, según yo, con lo del amor, por lo que se refiere a las cadenas con que nos amarra. Éstas serán de flores frágiles; pero nos las prende, ay, del corazón, que ya podrá advertirse si es parte doliente y delicada, que aun una mirada lo lastima y lo postra con dolencia que muchas veces no alcanza a sanarse ni con el tiempo de toda una vida. Y Serenín está así atado. Y no osa moverse, y no puede apartarse con su cuerpo, ni vagar con su alma. Las lejanías del Norte, las distancias del Sur, los horizontes hondos del Poniente, los misterios del legendario Oriente, los caminos tortuosos, las veredas, y toda translación le está vedada, y no se cura su aflicción, su sed de trashumante, en otras lejanías que las que ofrecen unos distantes ojos... Pobrecito muchacho, anoche fue con el doctor, y el doctor le dijo que se acueste temprano, que se alimente bien. Tenía que ser doctor. Como si las hojas de los puñales amorosos fueran de narcótica lechuga, y su cáliz, copa en que se contiene aperitivo. Apenas si consigue, a fuerza de contar del uno al mil, del mil al dos, del dos al tres y cuatro, y mil por mil, hilo por hilo de unas pestañas negras e incontables, pegar sus tristes ojos. Para acabarla de arruinar, los tiempos están malos, las cosas están caras, el gobierno paga las quincenas con retraso, descuenta de los sueldos la contribución del Income Tax, quita un tanto por ciento para formar el presupuesto del Partido Nacional Revolucionario, otro tanto para la Dirección de Pensiones Civiles de Retiro, y ahora, como si no fuera ya bastante, anda por ahí el rumor de que van a descontar, todavía, un diez por ciento del total del sueldo para evitar un déficit de no sé cuántos millones en el presupuesto. Ya no tiene zapatos, porque, aunque no gasta mucho en sí mismo, tiene en su tierra unas hermanitas que no cuentan con otro amparo que el suyo. Ah, qué casualidad. Hablando del rey de Roma, y él, que asoma. Cada día pasa poco más o menos a esta misma hora. Inmediatamente que sale de la oficina se viene acá a su casa. Trae bastón, esta costumbre es casi seguro que la heredó. Pues no viste con elegancia y, por lo que se ve, no es amante del lujo e, indudablemente, Serenín no usa su bastón con idea igual a la que impele a los fifís a que lo usen, sino simplemente porque le agrada traerlo. Es el suyo un bastón delgado, remata en cayado y, el cayado, en cabeza de perro. Un día, por andar con sus prisas, perdió uno anterior a éste, luego lo sustituyó con éste y, quién sabe si también lo pierda. A veces se le olvida la corbata, y vuelve corriendo; pero, ya en su casa, se queda perplejo, sin atinar a qué es a lo que volvió. Entonces es cuando en la oficina le advierten que no debe llegar tarde. Él finge querer que la tierra se lo trague, al jefe le cae en gracia y todo queda arreglado. —A mí se me hace que está usted enamorado —le dice la taquígrafa en broma. —Enamorarme yo—contesta él muy serio. En cierto modo, su apariencia da lástima. Es uno de esos tipos que se ven débiles; pero que, a la hora de la hora, cuando se ofrece trasladar un mueble, descorrer un pestillo demasiado apretado, destornillar una llave de agua, u otras cosas de violencia física, quienes lo ven, le dicen: Carancho, no imaginaba yo que estuviera usted tan fuerte. Y de quienes se juraría que no entienden de cosas hondas, hasta que, de repente, aparece en las librerías un tratado de Metafísica, o una novela cautivadora por sus acertadas y profundas aseveraciones, bajo el rubro de su nombre. Serenín no ha escrito nunca nada, ni, que se sepa, ha tenido oportunidad de levantar pianos ante alguien; pero el día que se le ofrezca, si quiere, puede hacerlo, especialmente lo de la novela. Se sabe que las señoritas Urtusástegui, al leer las cartas que él les escribe, sueltan de pronto la risa o se ponen a llorar, según de lo que se trate, y eso, que están escritas sin pretensiones, en términos sencillos, hasta el punto en que no se podría decir cuál es el secreto del que él se vale para conmoverlas. No puede decirse que sea muy estudioso, en el sentido que dan a esta palabra de estudiar, los universitarios. Su semblante es el de un distraído, el de un bobalicón, el de uno que no se da cuenta de nada. No obstante, en la noche, desde que apaga la luz para dormirse, se le va presentando todo lo del día, con algún desorden; pero con mucha claridad y precisión, como si estuviera volviendo a suceder. Serenín viene corriendo, corriendo como de costumbre, naturalmente no con carrera desatada, sino que así como es válido decir de uno que va corriendo muy de prisa, que va volando, así me creo yo autorizado a decir que éste que viene andando muy de prisa, que viene corriendo. Se ve claro que le urge volver a su cuarto, más bien dicho, de verdad le urge, siempre le urge. Adonde quiera que vaya, va como la gente, ni aprisa ni despacio, regular. Las carreras son al volver. El bastoncito apenas toca el suelo, el saco ondea, se agita, tomado por el aire, quiere quedarse atrás. Desde que entra en su cuarto, lo primero que hace es echar una ojeada revisora; no vaya a ser el diablo, y tras todas las infinitas precauciones de que se ha hecho mención y acerca de las cuales ya no hay para qué insistir, Serenín cierra la puerta, que, por baja y por dar a un pasillo oscuro, aun estando abierta, deja la estancia tenebrosa; sólo en la mañana el sol naciente, colando un haz de sus rayos, coloca en la pared un óvalo un poco menos grande que un huevo, y sirve de candil. Después, a medida que va volteando la tierra, el óvalo baja al suelo y decrece, decrece, hasta desaparecer. En lo demás del día, cuesta mucho trabajo leer o encontrar las cosas que se caen al suelo. Por otra parte, abriendo la ventana, se establece un tránsito de aire y, como de pequeño le dio la pulmonía a Serenín, porque a su padre le gustaba desnudarlo y echarlo al patio siempre que llovía, ahora, por temor a una recaída se cuida muchísimo Y hace bien, de una recaída es raro el que se escapa Por esto es por lo que cierra la puerta antes de nada. Es decir, no por cerrar la puerta, sino por poder, luego, abrir la ventana sin que se establezca tránsito de aire. En seguida, se unta mentolato en las ventanas de la nariz y atrás de los oídos y, finalmente, se asegura de la solidez de una silla que junto a la ventana está, se sienta en ella y se pone a mirar. |
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