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René Descartes

"Las pasiones y sus signos exteriores"

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Las pasiones y sus signos exteriores
 

La risa

La risa consiste en la sangre que procede del ventrículo derecho del corazón, por medio de la arteria, e hincha de repente los pulmones en varias repeticiones, obligando al aire que contienen a salir de ellos con ímpetu por la tráquea, formando un sonido inarticulado e interrumpido; tanto se dilatan los pulmones, que el aire, al pasar, hace presión contra los músculos del diafragma, de la caja torácica y de la garganta; y a su influjo se mueven los del rostro que tienen conexión con aquellos; constituyendo esta acción del rostro, junto con el sonido inarticulado e interrumpido, lo que se llama risa.

Ahora bien, aunque parezca que la risa es uno de los signos principales de alegría, ésta, sin embargo, no produce la primera más qúe cuando es moderada y lleva mezciada alguna admiración o aversión; viéndose por experiencia que cuando el gozo es extremado, el sujeto de este gozo nunca prorrumpe en risa, y que no puede tan fácilmentecaer en tal estado por otra causa, como cuando está triste, siendo la causa que en las grandes alegrías los pulmones están siempre tan llenos de sangre, que ya no pueden hincharse más con las repeticiones.

Y sólo dos causas puedo mencionar que originen la repentina dilatación de los pulmones. La primera es la sorpresa de la admiración, que junto con la alegría, es capaz de abrir los orificios del corazón con tanta rapidez, que la sangre entra en seguida con abundancia en su lado derecho por la vena cava, se enrarece, y pasando desde aquí por la vena arterial, dilata el pulmón. La otra causa consiste en la mezcla de algún flúido que aumenta el enrarecimiento de la sangre; y no encuentro nada má apropiado para este efecto que la parte más flúida de aquella sangre que procede del bazo, la cual, conducida hacia el corazón por alguna ligera emoción de odio, ayudada por la sorpresa de la admiración, y mezclándose con la sangre que viene de otras partes del cuerpo, empujada con abundancia por la alegria, es capaz de hacer que la sangre entre allí en cantidad extraordinaria; del mismo modo que uno ve hincharse otros líquidos puestos al fuego, si se echa un poco de vinagre en la vasija que los contiene; porque la parte más fluida de la sangre que procede del bazo viene a tener la naturaleza del vinagre. La experiencia nos demuestra también que en todas las ocasiones en que se origina esa explosión de risa, que nace de los pulmones, existe siempre algún pequeño objeto de aversión o al menos de admiración. Y aquéllos que no tienen el bazo muy sano están sujetos, no sólo a estar más tristes, sino a intervalos más alegres y más inclinados a la risa que los demás, puesto que el bazo envía dos clases de sangre al corazón: la una muy espesa y grosera, que produce tristeza, la otra muy flúida y sutil, que causa alegria. Y a menudo, después de reir mucho, se siente uno inclinado naturalmente a la tristeza, porque agotada la parte más flúida de la sangre que viene del bazo, la otra más grosera la sigue hacia el corazón.

 

El llanto

Así como la risa jamás proviene de las grandes alegrlas, así el llanto no nace de la tristeza extremada, sino moderada y unida o seguida de un sentimiento de amor y aun de gozo. Para comprender bien su origen es preciso observar bien que, aunque de contínuo, sale de todas las partes de nuestro cuerpo cierta cantidad de vapores, de ninguna en tanto grado como de los ojos, por el gran tamaño de los nervios ópticos y la multitud de pequeñas arterias que los cruzan; y que así como el sudor se compone únicamente de vapores que, desprendiéndose de otras partes, se convierten en agua en la superficie, así el llanto está formado ele vapores que se desprenden de los ojos.

 

El valor y el atrevimiento

El valor, cuando constituye una pasión y no inclinación o hábito natural, consiste en un cierto calor a agitación que predispone al alma a decidirse con fuerza a ejecutar lo que desea, sea cual fuere su naturaleza; siendo el atrevimiento especie de valor que incita al alma a ejecutar las cosas más peligrosas.

 

La emulación

La emulación es también una especie de valor, aunque en diverso sentido; debiendo considerarse el valor como un género que se divide en tantas especies como diferentes objetos tiene y en tantas otras como causas lo producen. El atrevimiento es una especie de valor bajo el primer punto de vista de los indicados, y la emulación bajo el segundo; no siendo éste otra cosa que un ardor que mueve al espritu aemprender lo que espera poder conseguir, porque ve que otros lo han conseguido, consistiendo, por lo tanto, en una clase de valor que toma ejemplo de la causa externa. Digo la causa exrerna, porque además de ella hay siempre otra interna que resulta de tener el cuerpo en tal estado, que el deseo y la esperanza tengan mayor poder de enviar al corazón cierta cantidad de sangre que el temor o la desesperación lo tienen para retirarla.

Por lo cual debe notarse que aunque el objeto de la audacia puede ser una dificultad, seguida de ordinario del miedo o de la desesperación, de suerte que en los asuntos más peligrosos y desesperados es donde se emplea mayor valor y audacia, con todo, es necesario que se espere o se posea la seguridad de que se ha de alcanzar el fin propuesto, para oponerse con vigor a las dificultades que surjan. Este fin es, sin embargo, diferente del objeto mismo, pues nadie puede encontrase seguro y desesperado sobre una misma cosa y al mismo tiempo. Así, cuando los decios se arrojaron en medio del enemigo, corriendo a una muerte cierta, el motivo de su atrevimiento era la dificultad de conservar su vida en la pelea, ante cuya dificultad no podían abrigar esperanza alguna, pues estaban seguros de morir, mas su objeto fue animar con su ejemplo a los soldados y hacerles obtener la victoria que esperaban, o también alcanzar gloria después de su muerte, que tenían por segura.

 

La cobardía y el miedo

La cobardía es una languidez o frialdad que impide al alma poner en ejecución lo que haría si se encontrase exenta de tal pasión; y el miedo o espanto consiste, no sólo en la frialdad, sino también en una turbación o estupefacción del espíritu que le quita el poder de resistir los males que cree próximos. Ahora bien, aunque no logre yo convencerme de que la naturaleza haya dado a los hombres pasión alguna que siempre sea mala y no tenga algún uso bueno y digno, encuentro, sin embargo, una dificultad en adivinar para qué puedan servir estas dos.

Me parece que la cobardía únicamente es de alguna utilidad en cuanto nos libra de ciertos sufrimientos, que tal vez nos veríamos movidos a sobrellevar por razones plausibles, si otras razones más ciertas, que nos hacen considerar a las primeras como poco atendibles, no hubiesen excitado aquella pasión; y en que además de librar de tales sufrimientos a nuestro espíritu, es útil también para el cuerpo, en cuanto retardando la acción de los impulsos, impide que se desperdicien las fuerzas. Pero ordinariamente es muy perjudicial, porque desvía a la voluntad de los actos útiles, y puesto que nace en quien no tiene bastante esperanza o deseo, basta fomentar estas dos últimas pasiones para corregir la cobardía.

En cuanto al miedo o al espanto, no veo que jamás puedan ser loables o útiles, no siendo además pasiones especiales, sino tan sólo un exceso de cobardfa, de asombro o de temor, siempre vicioso. Del mismo modo que el atrevimiento es un exceso de valor que siempre es bueno, mientras lo sea el fin propuesto; y como la principal causa del miedo es la sorpresa, no hay medio mejor para intentar librarse de aquél, que considerar previamente las cosas y prepararse para todas las eventualidades, cuyo temor es causa de la referida sorpresa.

 

El remordimiento

El remordimiento de conciencia es una especie de tristeza que nace de la duda de que algo de lo que hemos hecho o estamos haciendo no sea bueno; y esto presupone necesariamente la duda; porque si estamos del todo seguros de que lo que hacemos es malo, la voluntad no se aplica más que a las cosas que presenten alguna apariencia de bien; y si tenemos por cierto que es asimismo malo lo que ya hemos ejecutado, debemos arrepentirnos y no simplemente sentir remordimiento. La utilidad de esta pasión está en que nos hace examinar si es buena o mala la cosa de que se duda o nos impide ejecutar otra hasta estar seguros de que es buena. Pero, como presupone un mal, sería mejor no estar nunca sujetos a este sentimiento; que se puede evitar por los mismos medios por los que uno se libra de la irresolución.

 

La burla

La irrisión o burla es una especie de alegría, mezclada con aversión, que proviene de notar alguna ligera desgracia que recae sobre una persona, la cual juzgamos merecerla; y cuando ocurre sin haberlo esperado, la sorpresa del hecho es causa de que rompamos a reir, conforme a lo que se ha dicho respecto a la naturaleza de la risa. Más la desgracia tiene que ser de poca monta, pues si fuese importante, no es de creer que la merezca la persona objeto de la misma, a no ser que tengamos instintos muy malos o sintamos una aversión suma. Y vemos que los que se hallan sujetos a deformidades muy manifiestas, por ejemplo, los cojos, tuertos o jorobados, o que han recibido alguna afrenta pública, son particularmente inclinados a la burla; porque deseando ver a todos los demás tan desgraciados como ellos, se alegran de los males que sobrevienen a los otros, pensando que los merecen.

 

Utilidad de la sátira

Respecto de la modesta sátira que ataca los vicios, poniéndolos en ridículo, sin reírse, sin embargo, ni mostrar odio hacia las personas sujetas a ellos, no es una pasión, sino el rasgo de un hombre honrado que hace patente su buen humor y la tranquilidad de su espiritu, que son señales de virtud, y a menudo también de la agudeza de su ingenio, mediante el cual sabe presentar bajo un aspecto agradable las cosas de que hace escarnio. Y no es inconveniente reírse cuando se oyen las sátiras de alguien; pudiendo llegar a ser de tal naturaleza que fuera grosero no celebrarlas; pero cuando uno se satiriza a sí mismo, parece mejor abstenerse de ello, con el fin de no demostrar sorpresa por lo que dice de sí mismo, ni admirar el ingenio que manifiesta a l inventarlas: ingenio que sorprende todavía más a los que las oyen.

 

La envidia

Lo que se demonina comúnmente envidia es un vicio que consiste en una perversión de la naturaleza, que hace que ciertas gentes sufran al ver la buena suerte que recae sobre los demás; pero aquí empleo esta palabra para significar una pasión que no es siempre viciosa. La envidia, pues, considerada como una pasión, es una especie de tristeza mezclada de aversión que nace de ver que alcanzan algo bueno personas a quienes creemos dignas de ello, lo cual pensamos con justicia que es únicamente un don de la fortuna; porque en los del alma o del cuerpo que se poseen desde el nacimiento, basta para constituirnos en merecedores de ellos el haberlos recibido de Dios antes de ser capaces de comenter ningún mal. Mas cuando la fortuna envía a alguien algún bien que en realidad no ha merecido, brota en nosotros la envidia, únicamente porque, amando por naturaleza la justicia, nos duele que ésta no se guarde en la distribución de los beneficios, lo cual constituye un celo excusable, principalmente cuando el bien que envidiamos a los demás es de tal naturaleza que entre sus manos puede convertirse en mal; como, por ejemplo, si se trata de un cargo o empleo en cuyo ejercicio cabe el conducirse mal, aun en el caso de que uno desee para sí el mismo bien y se vea privado de obtenerlo porque lo posean otros menos dignos, en este caso, por más que la pasión adquiera mayor violencia, no cesa por ello de ser excusable, mientras la aversión que produce se refiera tan sólo a la mala distribución del bien que se envidia, y de ningún modo a las personas que lo poseen o lo distribuyen. Pero hay pocos tan justos y generosos que no sientan algún odio hacia aquellos que les cierran el camino de conseguir lo que es inasequible para muchos y que desean para ellos, aunque los que lo hayan alcanzado sean tanto o más dignos. Y lo que de ordinario se envidia más es la gloria, pues aun cuando la de los otros no nos impide que aspiremos a ella, con todo dificulta su acceso y eleva su valor.

Por lo demás, no hay vicio que más dañe a la felicidad de los hombres como la envidia; porque fuera de que los dominados por ella se atormentan a só mismos, turban también cuanto pueden el gozo ajeno; presentando los envidiosos en general un color plomizo, es decir, mezcla de amarillo y negro como de sangre muerta, por lo que en latín al envidioso se le llama livor; lo cual concuerda con lo que se ha declarado sobre los movimientos de la sangre en la tristeza y aversión, porque esto hace que la bilis amarilla que viene de la parte inferior del hígado, y la negra que procede del bazo, se derramen desde el corazón por medio de las arterias en todas las venas y hace que la sangre venal tenga menos calor y fluya más despacio que de ordinario, lo cual basta para volver llvido el color. Pero como la bilis, ya sea amarilla o negra, puede también ser llevada a las venas por otras muchas causas, y la envidia no la hace acudir en cantidad suficiente para cambiar el color de la tez, a menos que sea muy grande y de larga duración, no debemos pensar que todos aquellos en quienes veamos tal color, tengan semejante inclinación .

 

La lástima

La lástima es una especie de tristeza, mezclada con amor o afecto hacia aquellos a quienes vemos sufrir algún mal del que no les creemos merecedores. Es, pues, opuesta a la envidia por razón de su objeto; y a la burla, porque les considera de distinlo modo. Los que se sienten muy débiles y sujetos a las adversidades, parecen inclinarse más que los demás a esta pasión, porque imaginan que pueden sobrevenirles las desgracias de los otros, y así se mueven a lástima, más bien por el amor que se profesan a sl mismos, que por el que sienten a sus semejantes.

Con todo, las almas dotadas de mayor generosidad y fortaleza, que no temen los males para ellas y se hallan libres de las vicisitudes de la fortuna, no están exentas de compasión cuando ven la fragilidad de otros hombres y oyen sus quejas, porque la generosidad consiste también en sentir afecto hacia todos. Pero la tristeza de esta compasión no es tan amarga, asemejándose a la que producen las escenas lastimosas que vemos representar en el teatro, que está más en el exterior y en los sentidos que en lo íntimo del alma, la que tiene, a pesar de ello, la satisfacción de pensar que cumple con su deber al simpatizar con el afligido. Y es de notar esta diferencia: que mientras un hombre vulgar siente compasión por los que se lamentan, porque piensa que son muy dolorosos los males que sufren, los grandes hombres toman como principal objeto de su lástima la debilidad de los que oye que se quejan, considerando que ningún accidente que pueda sobrevenir es tan grave mal como la cobardía de los que no pueden sufrirlo con fortaleza; y aunque odian los vicios, no odian, sin embargo, a los que ven que están sujetos a éste, sino que les compadecen.

No hay nadie que odie a todos los hombres, fuera de los espíritus malvados y envidiosos; o por mejor decir, sólo los que son tan brutales y tan cegados por su buena fortuna o desesperados por sus desgracias, que no creen que pueda sobrevenirles ningún mal, resultan inaccesibles a la lástima. Por lo demás, esta pasión produce fácilmente el llanto, porque el amor, llevando mucha sangre al corazón, hace desprender de los ojos gran cantidad de vapores.

"Las pasiones del alma" 1649

 

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