Sección 3
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Biografía de Rosario de Acuņa en Wikipedia | |
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Música: Chopin - Op.34 no.2, Waltz in A minor |
La casa de muņecas |
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Como se ve, la casa de muñecas de Rafael y Rosario, era una hermosísima casa de campo que tenía jardín, huerta y tierras de labrantía, que se extendían por todo el largo del salón, donde los buenos padres de estos niños habían instalado la miniatura de habitación humana. Para mayor ilusión, en una de las paredes de la sala; so había pintado un fresco, representando una ciudad vista desde lejos y rodeada toda ella de innumerables casas de campo, semejantes a la que habían regalado a sus hijos, la cual figuraba alzarse en un camino que conducía a la ciudad, por cuyo camino pasaba un hermoso tranvía de vapor. La fachada posterior, o sea la que ciaba al otro lado del camino, tenía enfrente un jardín con fuente en el centro, y dentro de la fuente una infinidad de peces de colores; después del jardín se alzaba otra casita más pequeña, de un solo piso, y detrás de esta casita se extendía un hermoso campo, mitad huerto, mitad terreno de labor, donde se veían ensayos del cultivo de plantas de España y de otros países; en medio de los terrenos había una magnífica noria de hierro. La casita pequeña estaba dividida en dos compartimientos; uno de ellos tenía tres habitaciones, que eran una cocina con todo lo necesario para el uso de una familia de campesinos acomodados, incluso horno; un cuarto alcoba, cuyo mueblaje era exactamente igual al de los cuartos-alcobas de la casa principal; y otra habitación con dos camas y unos armarios roperos, un espejo, un velador y sillas de hierro. La otra mitad de la casa tenía tres piezas o habitaciones, y un cocherón o cubierto; en el cocherón se veían aperos de labor, todos modernos, incluso una prensa para uvas; y además un ligero carruaje de campo y las correspondientes guarniciones para dos caballos de silla y tiro; de las tres habitaciones restantes, una era un establo donde se veía una hermosa vaca gallega y dos graciosas cabras; la segunda habitación era una cuadra con dos caballos castaños, y la tercera un gallinero y un palomar, que tenía diez gallinas y un gallo, una docena de palomas, media de patos y media de pavos; este gallinero se abría a un inmenso corral enarenado de fina gravilla, donde estaban por el día cabras, gallinas, patos, pavos y palomas, y en uno de cuyos rincones se alzaba un inmenso montón de leña, al lado del que se veían las bocas o caños de una conejera, capaz para una docena de conejos; en medio del corral había un estanque de agua corriente y alrededor una hilera de árboles que eran moreras, fresnos, plátanos, acachas, nogales, olmos, cedros y álamos: de modo que de cada clase había uno o dos. Al lado de la casita del guarda, hortelano o jardinero, que para él eran las tres habitaciones de la casa pequeña, se veía bajo cubierta de hierro una pila de agua corriente, y en un horno portátil una caldera de cobre; pila y caldera para lavar y hacer la colada de la ropa con toda comodidad y limpieza. Toda la quinta, villa, torre, cortijo o caserío, estaba rodeada de verja de hierro que, por el interior, ostentaba un magnífico emparrado, y por el exterior un seto de zarza-rosas, espinos y madre-selvas; en el jardín, y entre unos bosquecillos de almendros, nogales y castaños de Indias, había un invernadero con muchos tiestos, llenos de flores delicadas, y en medio una pajarera con nidales de junco y bebedero de agua corriente, donde habría unos 15 o 20 pájaros, entre canarios, jilgueros y verderones que, como tenían una jaula tan grande y estaban tan abrigaditos y rodeados de flores y verdor, cantaban más contentos que unas pascuas; pues como los padres de Rafael y Rosario habían hecho o mandado hacer todo a propósito, los pájaros eran de cuerda y gorjeaban lo mismo que si estuvieran vivos. Por el jardín y entre los arietes de rosas, azucenas, lirios, geranios y dalias, se paseaba una hermosa pareja de faisanes y otra de pavos reales. Pueden considerar mis pequeños y amados lectores, por la descripción que precede, el alborozo que sentirían Rafael y Rosario al encontrarse dueños de aquella inmensidad de preciosos juguetes: no sabían qué hacerse, dando vueltas alrededor de la quinta, tocaban este árbol, cogían aquella gallina, volteaban la noria y todo lo querían ver y palpar, chocándoles cada cosa nueva de las que había en la casa y en el campo. Sus padres se miraban y sonreían llenos de satisfacción, esperando, como era de suponer, el chaparrón de preguntas que se les habría de ocurrir a sus hijos, que eran niños despejados o inteligentes por naturaleza, ante las novedades inusitadas y casi desconocidas que ostentaba la casa de muñecas; en efecto, las preguntas llegaron así que se calmó en los niños la primera alegría que les produjo el regalo. |
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