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Biografía de Clemente Palma en Wikipedia | |
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Música: Chopin - Op.34 no.2, Waltz in A minor |
Las queridas de humo |
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Vienen lejos aún. Vagamente escucho el hallalí de los caracoles y el ladrido de los perros. Es el conde Lascaro que va a la cacería del oso Atta-Troll. Al fin se acercan. En rápidos corceles que briosamente galopan vienen damas y caballeros lujosamente vestidos. Las javalinas y los cuchillos de caza despiden brillores de plata bruñida. Pasan junto a mí y resuelvo tomar parte en la cacería. Monto en un caballo que un paje conduce. La hija del conde, desdeñosa y altiva, va a mi lado en obediente hacanea... El humo de mi cigarro se espesa y forma inmensos bosques y montañas rocallosas, en donde nuestras cabalgaduras caminan con dificultad. Eglantina, la hija morena del conde, apoya imperiosamente su mano sobre mi hombro con la insultante familiaridad que se tiene con la servidumbre. Sorda cólera me hace palidecer, a la vez que el intenso deseo de humillar la altivez de la dama y ser amado por ella. Nos apeamos, porque el terreno se hace difícil... Allá lejos vemos al conde Lascaro blandiendo la javalina. El oso Atta-Troll cae herido y ruje espantosamente... Eglantina se apoya en mi hombro de nuevo, y yo, más atrevido, la cojo por la cintura y estampo un rápido beso en sus labios. Un latigazo crúzame el rostro. La dama ha castigado mi osadía: —¡Os amo! —¡Lacayo insolente y cobarde! —Os amo, no soy lacayo; ¿por qué me humilláis? —¡Mal caballero! Eglantina levanta nuevamente el fuete. — Te amaré si me vences, me dice furiosa arremetiendo contra mí. ¿Qué hacer? ¿No es ridículo luchar con una dama? ¿Herirla, verter su sangre? — ¡Cobarde! repite con los negros ojos fulgurantes de ira. ¡Qué hermosa está! Parece una Walkiria. Un nuevo fuetazo me hiere y veo a Eglantina preparándose a lanzarme la javalina. No reflexiono ya. Lucho. Repetimos el combate de Gunther y Brunequilda, de que habla la leyenda de los Nibelungos. Varias veces estoy a punto de ser atravesado por la javalina de Eglantina, quien la maneja con la destreza de un montero, pero mi agilidad me salva y al fin hiero levemente en el cuello y en la mano a mi adorable enemigo. Suelta el arma y cae en mis brazos llorando como una niña. Sus ropas de seda se han desceñido en la lucha... — Me has vencido, te amo, me dice pegando sus labios a los míos. El cutis suavísimo y perfumado de Eglantina, sus ojos negros de gitana enamorada me enloquecen. Tomo en mis brazos a Eglantina, pero... el conde Lascaro regresa triunfalmente; el oso Atta-Troll cuelga sangrando de las ancas de su caballo. De pronto empieza todo a esfumarse y a desaparecer: el bosque, la cabalgata, los perros, el conde Lascaro, Atta-Troll, Eglantina... nada. Quiero atraerla para darle un último beso, largo, muy largo... Mi cigarro se ha apagado, el humo se ha desvanecido y chupo, chupo en vano la colilla. Vuelvo a encenderla. |
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