Carlo Collodi en AlbaLearning

Carlo Collodi

"Las aventuras de Pinocho"

Capítulo 26

Biografía de Carlo Collodi en AlbaLearning

 
 
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Música: Galuppi - Keyboard Sonata no.2 in C major, II. Andantino"
 
Las aventuras de Pinocho
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Pinocho va con sus compañeros de escuela a la orilla del mar para ver al terrible dragón.

Al día siguiente Pinocho fue a la escuela.

¡Figuraos lo que ocurriría entre aquella caterva de muchachos traviesos al ver que entraba en la escuela un muñeco! Aquello fue una de risotadas que no tenía fin. Uno le hacía una mueca, otro le tiraba por detrás de la chaqueta, otro le hacía caer el gorro de la mano, alguno intentó pintarle con tinta unos bigotes, y no faltó quien quisiera atarle hilos a los pies y a las manos para hacerle bailar.

Al principio Pinocho tuvo paciencia; pero cuando ésta se le iba ya acabando, se encaró con los más atrevidos y les dijo con cara de pocos amigos.

--¡Mucho cuidado conmigo! ¡Yo no he venido aquí para divertir a nadie! Yo respeto a los demás, y quiero a mi vez ser respetado.

--¡Bravo, Tonino; has hablado como un libro!-- gritaron aquellos monigotes, aumentando su algazara, y uno de ellos, más impertinente y atrevido que los demás, trató de agarrar al muñeco por la punta de la nariz.

Pero no tuvo tiempo, porque Pinocho levantó la pierna y le dio un puntapié en la espinilla.

--¡Ay! ¡Qué pie más duro!-- gritó el muchacho, rascándose la parte dolorida.

--¡Y qué brazo! ¡Aún más duro que los pies!-- dijo otro que se había ganado un codazo en el estómago por haber querido hacer a Pinocho otra broma desagradable.

Aquel puntapié y aquel codazo, dados tan a tiempo, hicieron adquirir a Pinocho la estimación y la simpatía de todos los muchachos de la escuela; todos ellos quisieron ser amigos suyos, y le hicieron mil protestas de afecto.

El maestro también se mostró satisfecho, porque le veía atento, estudioso, inteligente, siempre el primero para entrar en la escuela, y el último para ponerse en pie cuando había terminado la hora.

El único defecto que tenía era frecuentar demasiado la compañía de los muchachos más traviesos y menos estudiosos.

El maestro se lo advertía todos los días, y tampoco el Hada se cansaba de repetirle:

--¡Ten mucho cuidado, Pinocho! Tarde o temprano, esos malos compañeros acabarán por hacerte perder la afición al estudio, y acaso también por atraerte alguna desgracia grande.

--¡No hay cuidado!-- respondió--  encogiéndose de hombros y tocándose la frente con el dedo índice, como queriendo decir:

--"Soy yo más listo de lo que parece".

Pues, señor, que un día iba Pinocho a la escuela y se encontró con unos cuantos compañeros que se acercaron a él y le dijeron:

--¿Sabes la gran noticia?

--Pues que ha venido a este mar un dragón grande como una montaña.

--¿De veras? Quizás sea el mismo de cuando se ahogó mi pobre papá.

--Nosotros vamos a la playa para verlo. ¿Quieres venir?

--Yo, no; quiero ir a la escuela.

--¿Qué te importa la escuela? Iremos mañana. Por una lección más o menos no hemos de ser menos burros.

--¿Y qué dirá el maestro?

--¡Déjale que diga! ¡Para eso le pagan: para estar riñendo todo el día!

--¿Y mamá?

--Las mamás no saben nunca nada-- respondieron aquellos pilletes.

--¿Sabéis lo que voy a hacer?-- dijo Pinocho--: Por ciertas razones que vosotros no sabéis, quiero ver el dragón; pero iré después de salir de la escuela.

--¡Valiente tonto!-- repuso uno de los del grupo--. ¡Se creerá, sin duda, que un pez de ese tamaño va a esperarle para que lo vea a la hora que quiera! En cuanto se aburra de estar en este mar, se marchará a otro, y si te he visto no me acuerdo.

--¿Cuánto se tarda en llegar a la playa?-- preguntó el muñeco.

--En una hora podemos ir y volver.

--¡Pues vamos allá, y a ver quien corre más!-- gritó Pinocho.

Y dicho esto, aquellos monigotes, con los libros bajo el brazo, echaron a correr a través de los campos. Pinocho iba siempre delante de todos: parecía tener alas en los pies.

De cuando en cuando volvía la cabeza para mirar hacia atrás, y se burlaba de sus compañeros, retrasados a una buena distancia. Al verlos jadeantes, fatigados, cubiertos de polvo y con una cuarta de lengua fuera, se reía con toda el alma. ¡El infeliz no podía suponer en aquel momento que aquella carrera lo llevaba al encuentro de nuevas calamidades!

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