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Gustavo Adolfo Bécquer

"Unida a la muerte"

Canto Segundo - Cap 26

Biografía de Gustavo Adolfo Bécquer en Albalearning

 
 
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Música: Albeniz - Espana - No. 3 - Malagueña
 

Unida a la muerte

Canto Segundo

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XXVI

Un canto de duelo se deja oír cerca de las olas del mar de Hele: los ojos de las mujeres están húmedos, las mejillas de los hombres están pálidas. ¡Zuleika! ¡Ultimo vastago de la raza de Giaffir! El esposo que te estaba destinado ha llegado demasiado tarde: no ve, no verá jamás tus facciones. ¿No hieren ya sus oídos los lejanos sonidos del WulWuleh? Las plañideras de fúnebre cortejo, que lloran en el umbral de la triste morada, las voces que entonan el himno del destino indicado por el Corán, los esclavos que permanecen silenciosos con los brazos cruzados, los suspiros que se oyen en la sala, los gritos que se elevan en las alas de la brisa, ¿no le cuentan a un tiempo el suceso fatal? ¡Oh, Zuleika! ¡Tú no has visto caer al desgraciado Selim! ¡Desde el terrible momento en que abandonando la caverna se separó de tu lado, tu corazón dolorido se desgarró completamente. ¡Selim era tu esperanza, tu alegría, tu amor, lo era todo para ti! ¡Tu pensamiento se dirigió hacia aquel que no podías salvar, y esta idea produjo en ti la desesperación, y luego... la muerte! ¡Un grito se exhaló de tu pecho..., un grito desgarrador..., y enseguida quedaste tranquila, ¡ay, de mí! ¡Paz a tu pobre corazón destrozado! ¡Paz a tu tumba virginal! ¡Dichosa Zuleika, a pesar de todo, pues no has perdido de la vida más que lo que ésta tiene de peor! ¡Ese dolor tan profundo, tan terrible, es verdad, era, sin embargo, tu primer dolor! ¡Oh, tres veces dichosa! No tener que experimentar, no tener jamás los tormentos de !a ausencia, de la vergüenza, del orgullo ultrajado, de los remordimientos, esas angustias más que insensatas, ese gusano roedor que no muerde nunca, que nunca muere; esos pensamientos que oscurecen el día y pueblan la noche de fantasmas, que temen la oscuridad y huyen de la luz, que circulan alrededor del corazón palpitante y le desgarran sin cesar... ¡Ah! ¡Por qué no le consumen de una vez!

¡Infeliz de ti, cruel e imprudente pachá! ¡En vano cubres con ceniza tu cabeza, en vano empuñas el cilicio con esa misma mano que hizo perecer a Abdalah y a Selim! ¡En vano te arrancas tu blanca barba en el acceso de una desesperación impotente! ¡El orgullo de tu corazón, la bella desposada del poderoso Osman, la que tu sultán mismo te hubiera pedido para esposa si llegara a verla, tu hija, en fin, ha muerto! ¡Ha caído para no levantarse más ya la esperanza de tu vejez, el único rayo del crepúsculo de tu vida! ¿Y quién ha podid o extinguir ese dulce y luminoso rayo de las olas de la mar de Hele? ¡La sangre que tú has derramado, asesino! Escucha, Giaffir, a ese grito de tu desesperación:

—¡Hija mía! ¡Hija mía! ¿Dónde está?

El eco responde:

—¿Dónde está?

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