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Gustavo Adolfo Bécquer

"Unida a la muerte"

Canto Primero - Cap 13

Biografía de Gustavo Adolfo Bécquer en Albalearning

 
 
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Música: Albeniz - Espana - No. 3 - Malagueña
 

Unida a la muerte

Canto Primero

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XIII

¡No eres lo que has parecido! Efectivamente, Selim, un triste cambio ha tenido lugar; esta mañana aún te he visto tierno, amable, pero ahora me pareces otro. Y, sin embargo, tú no podías ignorar mi cariño; no ha sido nunca menos profundo; no puede serlo más. Verte, oírte, estar a tu lado, maldecir la noche sin saber la causa, al no ser ésta el no poder verte sino de día, vivir contigo y contigo morir... ¡ésas son todas mis esperanzas! Besar tus mejillas..., tus ojos..., tus labios..., así..., así...; pero, ¡basta!, ¡basta!, ¡tus labios son de fuego! ¡Alá! ¿Qué fiebre, qué ardor circula por tus venas que también se me comunica? ¡Oh!, cálmate, Selim, y escucha: mitigar tus sufrimientos en las enfermedades y velar por tu salud; participar de tus riquezas, procurando conservarlas, o sonreírte en la pobreza, sin temerla a tu lado; sostener el peso de la desgracia sin murmurar, por grande que sea; hacer todo en el mundo por ti, menos cerrar tus ojos moríbundos, porque no viviría el tiempo necesario para intentarlo siquiera...; ¡he ahí a cuánto mi alma aspira!

¿Puede yo hacer ni tú pedir más? Pera es preciso que me digas por qué razón debemos rodearnos de tanto misterio. Yo no puede adivinarla; no obstante, tú lo quieres; está bien hecho. Hablaste también de armas, de amigos; eso sí que es superior a mi inteligencia. Se me figura que sería bueno que mi padre tuviese conocimiento del juramento que te hice, pues al fin su eólera toda no hubiera conseguido hacérmelo revocar, y de ese modo me dejaría libre ciertamente. ¿Puede parecerle extraño a nadie que yo quiera permanecer lo que siempre he sido? ¿Ha visto acaso Zuleika, desde los primeros días de su infancia, a otro sino a ti, mi compañero de su soledad y de sus juegos? Estos queridos pensamientos, que han nacido con mi vida, que he acariciado siempre, ¿por qué no podré manifestarlos ahora? ¿Qué cambio ha sobrevenido que me obligue a renegar hoy de una cosa en la cual tú y yo hemos cifrado hasta aquí nuestro orgullo? ¡Mostrarme a las miradas de un extranjero! Nuestra ley, nuestra creencia, nuestro Dios, lo prohiben, y nunca abrigaré la idea de oponerme a la voluntad del Profeta... ¡Oh, no!; debo bendecirle siempre, pues todo me lo ha dejado, dejándome tu presencia. Sería espantoso para mí tener que entregarme a un hombre a quien jamás he conocido. ¿Por qué he de formar misterio de esta repugnancia tan natural? ¿Y por qué tú mismo me exhortas a que oculte ese sentimiento? Conozco que el severo carácter del pachá no se ha dulcificado para ti en ninguna ocasión... ; además..., le sucede con tanta frecuencia irritarse por cualquier motivo insignificante. ¡Oh, Alá! ¡No permitas que los encuentre nunca en nuestra conducta! Selim, no sé por qué este misterio pesa sobre mi corazón como una grave falta. Si semejante secreto puede ser culpable, dímelo, Selim; dímelo mientras sea tiempo, y no me dejes presa de crueles temores. ¡Ah!, ya vuelve la comitiva. Mi padre ha terminado sus distracciones guerrerass... ¡Cómo tiemblo al pensar que sus miradas van a encontrarse con las mías! Selim, ¿podrás decirme por qué?

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