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Gustavo Adolfo Bécquer

"Unida a la muerte"

Canto Primero - Cap 12

Biografía de Gustavo Adolfo Bécquer en Albalearning

 
 
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Música: Albeniz - Espana - No. 3 - Malagueña
 

Unida a la muerte

Canto Primero

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XII

Al oír estas palabras, Sesím renace, respira, se mueve, levanta a Zuleika, que estaba arrodillada a sus pies, y sus angustias parecen disipadas. Sus ojos brillantes de esperanza expresan de nuevo mil ideas que dormían en las tinieblas de su corazón. Como un arroyo largo tiempo oculto por las ramas de los sauces de la orilla, se muestra de repente y hace resplandecer a la luz el cristal de sus aguas; como el rayo se lanza rápido de la negra nube que lo contiene; así el alma de Selím resplandece también en sus ojos y se deja ver al través de sus largas pestañas. El caballo de batalla, al oír el bélico sonido de la trompeta, el león interrumpido en su sueño por un sabueso imprudente, un tirano provocado a una repentina lucha por la punta del puñal que ha errado el golpe, parece que recobran nuevamente la vida con una energía convulsiva; del mismo modo, Selim se inflama, al escuchar tan dulces promesas, y deja traslucir todos los sentimientos de su dulce corazón.

—¡Ahora eres mía, para siempre mía! ¡Mía por toda la vida y más allá tal vez! ¡Ahora eres mía! Ese juramento solemne, prenunciado por tu boca, nos encadena a ambos. ¡Oh! ¡Has estado tan bien inspirada como tierna...; ese juramento ha salvado más de una cabeza! ¡Fuera ya el temor! El más pequeño bucle de tu cabellera reclama de mí los mayores esfuerzos; por todos los tesoros encerrados bajo las bóvedas de Ystakar, no sacrificaría un solo cabello de los que adornan tu frente. Esta mañana las negras nubes se han amontonado sobre mí. He recibido una lluvia de quejas..., de insultos... ¡Giaffir me ha llamado cobarde! Ahora me sobran motivos para ser valiente, y probaré que lo soy. ¡Yo, el hijo de una esclava desdeñada! No tiembles: ésas son sus palabras...; pero yo, que nada valgo, le haré conocer un corazón, una voluntad que ni su cólera ni su mismo brazo podrán avasallar. ¿Soy hijo suyo? ¡Ah!, sí, gracias a ti lo soy o lo seré al menos. Zuleika, el juramento que nos hemos hecho debe permanecer secreto y solo entre nosotros dos. Conozco al miserable que se atreve a pedir tu mano a Giaffir, sin consultar tu corazón. Entre todos los jefes de esta comarca no se encentrarían riquezas peor adquiridas ni un alma más vil. ¿No pertenece a esa raza de Egipto, más despreciable todavía q u e los hijos de Israel? Pero el tiempo te hará saber algunas cosas. Yo y los míos nos encargaremos de Osman-bey; porque en un día de peligro no me faltarán auxiliares. No creas, Zuleika, que soy lo que hasta aquí he parecido; ¡tengo armas, amigos, y la venganza no está lejos!

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