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Biografía de Gustavo Adolfo Bécquer en Albalearning | |
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Música: Nocturno, Op.62, No2 de Chopin |
¡Es raro! |
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III Pasó algún tiempo; nuestro joven estaba rico o casi rico. Un día, después de haber corrido mucho, se apeó fatigado junto a un árbol y se recostó a su sombra. Era un día de primavera, luminoso y azul, de esos en que se respira con voluptuosidad una atmósfera tibia e impregnada de deseos, en que se oyen en las ráfagas del aire como armonías lejanas, en que los limpios horizontes se dibujan con líneas de oro y flotan ante nuestros ojos átomos brillantes de no se qué, átomos que semejan formas transparentes que nos siguen, nos rodean y nos embriagan a un tiempo de tristeza y de felicidad. -Yo quiero mucho a estos dos seres -exclamó Andrés después de sentarse, mientras acariciaba a su perro con una mano y con la otra le daba a su caballo un puñado de yerbas-, mucho; pero todavía hay un hueco en mi corazón que no se ha llenado nunca; todavía me queda por emplear un cariño más grande, más santo, más puro. Decididamente necesito una mujer. En aquel momento pasaba por el camino una muchacha con un cántaro en la cabeza. Andrés no tenía sed, y sin embargo, le pidió agua. La muchacha se detuvo para ofrecérsela, y lo hizo con tanta amabilidad, que nuestro joven comprendió perfectamente uno de los más patriarcales episodios de la Biblia. -¿Cómo te llamas? -le preguntó así que hubo bebido. -Plácida. -¿Y en qué te ocupas? -Soy hija de un comerciante que murió arruinado y perseguido por sus opiniones políticas. Después de su muerte, mi madre y yo nos retiramos a una aldea, donde lo pasamos bien mal, con una pensión de tres reales por todo recurso. Mi madre está enferma y yo tengo que hacerlo todo. -¿Y cómo no te has casado? -No sé; en el pueblo dicen que no sirvo para trabajar, que soy muy delicada, muy señorita. La muchacha se alejó después de despedirse. Mientras la miraba alejarse, Andrés permaneció en silencio; cuando la perdió de vista, dijo con la satisfacción del que resuelve un problema: -Esa mujer me conviene. Montó en su caballo, y seguido de su perro se dirigió a la aldea. Pronto hizo conocimiento con la madre y casi tan pronto se enamoró perdidamente de la hija. Cuando al cabo de algunos meses ésta se quedó huérfana, se casó enamorado de su mujer, que es una de las mayores felicidades de este mundo. Casarse y establecerse en una quinta situada en uno de los sitios más pintorescos de su país, fue obra de algunos días. Cuando se vio en ella rico, con su mujer, su perro y su caballo, tuvo que restregarse los ojos: creía que soñaba. Tan feliz, tan completamente feliz era el pobre Andrés. |
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