Capítulo 23
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Imitación de María |
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Capítulo XXIII | ||
Que el prepararse para la muerte es saludable pensamiento.
Aunque estuve enteramente exenta de pecado, experimenté la muerte, que es la única puerta por la cual se sale de este mundo. Ni mi Hijo estuvo exento de esta ley; mas ni para Él ni para Mí fue la muerte un castigo, sino un camino para la gloria. Ciertamente, no tuve peligro de morir mal, pues nunca sentí remordimiento de culpa. Con todo, me preparé con muchas virtudes para una muerte Santa a fin de que fuese más glorioso mi triunfo. En manos de mi Hijo entregué mi espíritu, y poco después fue trasladado también al cielo mi cuerpo. Hijo mío, para nada debes prepararte con más cuidado que para morir. Este es, entre tus negocios, el mayor y más importante, y exige serios pensamientos, pues de él depende toda la eternidad. No sabes si podrás salir con este o con aquel negocio: sabes, empero, de cierto que has de morir y salir de este mundo. No sabes donde, como ni cuando morirás: ¿por qué, pues, vives en tanto descuido, como si te sobrase aun mucho tiempo, y debiesen llegar todos a la muerte antes que tú? ¿Qué ves todos los días en la vida sino la muerte? ¿Por qué no te preparas bien para ella, ya que puede sorprenderte cuando menos lo pienses? A menudo se te dice que fulano o zutano murió de repente: ¿por qué aplazas, pues, para más allá la reforma de tu vida? Cada momento puede ser el último para ti, como lo fue para ellos, y mientras te crees robustísimo puedes hundirte en el sepulcro. Yerras si piensas que solo los viejos están próximos a morir, pues aun los jóvenes y robustos están sujetos a muerte inopinada. ¡Ay de ti si la muerte no te coge en buen estado! ¡Dichoso si te halla en gracia de Dios! No hay muerte más dulce que la que anduvo muy preparada; y aunque hayas sido pecador, te la hará sabrosa la amargura de la penitencia. No retardes tu penitencia, pues no sabes si la muerte te dará tiempo para arrepentirte de veras. Muchos se convirtieron pensando que en breve deberían decir a la podredumbre del sepulcro: Tú eres mi padre; y a los gusanos: Vosotros sois mis hermanos. Te disgustará al instante la vida muelle y delicada si consideras que en breve tu cuerpo exhalara hedor y corrupción en la obscuridad de la sepultura. Entonces te olvidarán aquellos con quienes viviste alegre y pecaminosamente, y te miraran con horror a causa del mal olor de tu carne. Apenas si algunos acompañarán tu cadáver a la sepultura, y pocos ayudarán para el cielo a tu alma, aun aquellos a quienes tal vez favoreciste en daño de tu salvación. En cosa alguna debes pensar tan seriamente como en tu viaje a la eternidad, de donde no volverás ya más. Este es pensamiento saludable para todos, principalmente para los que viven con demasiado apego a la tierra. Esto no lo entiende el hombre mundano; de aquí que, según dice, le entristece la memoria de la muerte. Mas ¿de qué le servirá su empeño en olvidarla, si, no obstante, ha de morir mas presto de lo que cree? Prepárate para tu muerte, hijo mío, con prudencia y a tiempo; si eres inocente, allegando la mayor suma posible de meritos; si pecador, con el remedio de una pronta penitencia. Si la muerte no tarda, ¿por qué has de tardar tú? ¡Ay de ti si se te adelanta mientras estas aún retenido por las vanidades de la tierra! Procura ser ahora del modo que querrás haber sido al tiempo de morir; y lo que entonces desearás haber hecho hazlo hoy. ¡Oh muerte dichosa de los buenos! ¡Oh desdichada la de los réprobos! Una y otra vi en el monte Calvario, y ¡ojalá no fuese tan común la segunda en el mundo! Imita mis virtudes y obedece mis consejos, y no temerás la muerte. Yo vendré a ti si ahora me prestas oído y eres uno de mis devotos. Te ayudaré en aquel gravísimo trance, y te asistiré en aquel día cuando todo el mundo huirá de ti, y cerrarás los ojos a la muerte. Entonces verás lo que es tenerme por Madre de la santa esperanza. Yo no te abandonaré; pero tú ¡sígueme! |
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