Imitación de María

Imitación de María

Capítulo 19


 

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Imitación de María

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Capítulo XIX
 

Que la guarda de la lengua aumenta la tranquilidad y la paz.


Si lees todo el Evangelio, no podrás menos de admirar mi silencio.

Porque hallarás que dije muy pocas cosas, y estas bien y con razón.

Hablé con el Ángel en mi retiro, con mi Hijo en el templo, con Isabel en el tiempo que viví con ella, y en las bodas de Caná de Galilea.

Guardé con cautela mi lengua, para que ni una palabra dijese ofensiva a Dios o al prójimo.

Haz tu lo mismo, hijo mío, si quieres gozar de tranquilidad interior.

¿Qué es lo que más te ha turbado hasta ahora sino tu lengua?

Recapacitando al despertar por la mañana, ¿no has de condolerte de muchas cosas que dijiste la víspera?

Considera bien de qué hablas, cómo y delante de quienes, y pesa todas las palabras y lo que de ellas puede seguirse.

El hombre prudente no habla a tontas y a locas sobre cuánto le viene al entendimiento, sino solo de lo que conviene.

Cuanto menos hables, tanto más te alabarán las personas prudentes.

No te acostumbres a gastar chanzas, pues llegaras a tratar en broma aun las cosas serias, y no serás de provecho para nada.

La palabra que pronuncian los labios no puede fácilmente volverse atrás, como una piedra que se ha tirado no puede ya ser recogida.

No te valdrá excusa de que tu intención no ha sido mala, sino que se te atribuirá a imprudencia y charlatanería.

No cuentes en público lo que un amigo te confío en secreto, porque esto es gran infidelidad; y ¡cuánto pecarías si con esto causaras graves discordias!

Habla con cautela de las cosas que no entiendes, a fin de que no parezcas necio, ni caigas en la ignominia de disparatar.

No profieras palabras torpes o deshonestas, porque demuestra ser impuro el corazón del cual salen conversaciones escandalosas.

No revele tu boca los defectos del prójimo; antes cállalos y excúsalos si alguno habla maliciosamente de ellos.

¿Qué tienen que ver contigo los defectos de tu prójimo para que tú los descubras a los demás?

Mucho te mortifica que otros hablen de los tuyos: ¿por qué, pues, dices de tu hermano lo que nada te importa?

Si amas el silencio, estarás muchas veces más contento de él que de haber hablado.

La honra de un hombre una sola palabrita la destroza, y ni con largos discursos vuelve a reponerse.

Sea el buen juicio maestro de tu lengua, y la caridad y el temor de Dios dirijan tus palabras. ¡Sígueme!

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