Imitación de María

Imitación de María

Capítulo 18


 

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Imitación de María

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Capítulo XVIII
 

Que la esperanza y la confianza confortan en la tristeza.


Así como nunca me aparté de la fe, tampoco desfallecí en la esperanza.

Gran parte de mi vida transcurrió en gemidos y lágrimas, y mis días fueron llenos de hiel y de amargura.

Mi Hijo fue ciertamente para Mí motivo de grandes alegrías, pero por causa de su futura Pasión me angustiaron también graves tristezas.

En todas partes le veía en tormentos y dolores, y miré a mi Hijo dulcísimo exhalar en la desolación el último suspiro.

No obstante, nunca me abandonó la esperanza de que todo tendría fin, y de que resucitaría y participaría conmigo de los gozos eternos.

La esperanza alentó siempre mi alma, y me llenó de gran dulzura en medio de mi aflicción.

El que no espera en Dios es infeliz, y se marchita como la flor en el estío.

Mas el que tiene esperanza de cosa mejor, aun sin consuelos exteriores se recoge y se tranquiliza.

El cristiano espera de Dios todos los bienes después de esta vida, aunque sufra en ella muchas miserias.

Dios es fiel y no engaña en sus promesas, y da en el cielo más de lo que el hombre puede comprender.

No te turbarán todos los males si esperas los goces del cielo, a los cuales no puedes llegar sino por las tribulaciones.

Bastante sabes por experiencia cuan vana es la esperanza que se pone en el hombre, el cual o no cumple lo que prometió, o no piensa más en ello.

Aunque hayas pecado no desesperes, porque Dios es misericordioso, con tal que tu esperanza se funde en una verdadera penitencia.

El que no quiere enmendarse nada puede esperar, porque solo recibe premio la contrición, mas la obstinación castigo.

Todas las tribulaciones del mundo no podrán oprimirte si procuras mantener viva la esperanza de los bienes eternos.

Cuando estés angustiado, mira al cielo, y piensa que allí tendrán fin tus tribulaciones.

Enfermedades, pobreza, ignominia, desamparo de los hombres y la muerte misma, todo se volverá en bien si te alienta la esperanza del cielo.

Espera, hijo mío, en el Señor, y obra el bien, y tendrás siempre tu ánimo fortalecido y tranquilo. ¡Sígueme!

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