Capítulo 11
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Imitación de María |
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Capítulo XI | ||
Que el orar bien produce indecible provecho.
En ninguna parte encontré mayores delicias que en la oración. Esta fue el principal alimento de mi vida, y ni un solo momento pasé sin emplearlo en el ejercicio de la oración. Oré en las entrañas de mi madre; oré apenas nacida; oré en el templo, y nunca cesé de orar. Si no siempre movía los labios, meditaba siempre los divinos misterios. Por esto ahora vale tanto mi oración en los cielos, porque la amé en vida, y aun trabajando oraba. El que ora habla con Dios y conversa con Él familiarmente. Al que medita le habla Dios como a un excelente amigo. No es preciso que pronuncies siempre para orar, pero es indispensable que te fijes siempre con buena atención. Reflexiona lo que dices, y considera atentamente lo que Dios te habla. No ores sin echar antes de ti todo lo que puede servir de estorbo para elevar a Dios tu entendimiento. La humildad, la confianza y las buenas obras son la mejor escala de la oración. Gran necedad es invocar a Dios y vivir mal; pues cual sea tu ánimo, tal será tu oración. Cuando hayas pedido algo a Dios, abandónate a su voluntad, y no desees alcanzar sino lo que El sabe te conviene. No puedes pedir sino lo que te es lícito desear. No digas: Los ermitaños y monjes oran aun trabajando; pero el que vive en medio de los negocios del mundo no puede orar ni en un rincón. El que no orare, nada recibirá; y pues siempre necesitas algo, siempre has de orar. Si en todas las cosas tienes buena intención, en esto ya oras; y si en todas tienes a Dios presente, buena es tu oración. Una conversación piadosa y edificante es también oración y alabanza divina. Hastío le causan a Dios las oraciones si el espíritu del que ora no está con Él. Déjalo todo antes que dejar la oración, y sacaras de ahí grande utilidad. ¡Sígueme! |
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