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Biografía de Pedro Antonio de Alarcón en AlbaLearning | |
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Música: Beethoven - Sonata no. 12 in A-flat Major, Op. 26, III: Marcia funebre |
El año en Spitzberg |
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XI ¡Me he engañado miserablemente! Creía hallarme en la primavera; esperaba ver el sol; contaba con que habrían transcurrido cuatro o cinco meses... ¡y me hallo con el invierno, y es de noche, y estamos en Enero, a juzgar por la disposición de las estrellas!... ¡Aun no ha mediado mi sufrimiento, cuando yo no podía sufrir ya más!... ¿Qué va a ser de mí? He allí la luna en el cenit obscuro del firmamento... Parece una blanca paloma venida de otros horizontes a visitar un mundo olvidado por el Criador... ¡Doloroso espectáculo! Por dondequiera que miro, veo sólo un interminable páramo, una soledad sin límites... El mar helado, y cubierto además de nieve, no se diferencia de la tierra. Los elementos se confunden aquí como las horas de mi ocio. Todo ha mudado de sitio, de forma, de color. El valle está repleto de nieve y nivelado con el monte. El árbol se asemeja a una campana de cristal. La superficie del Océano no es lisa, fantásticas breñas de hielo la cubren. Y todo está mudo, blanco, frío, inmóvil. ¡Qué monotonía tan desesperadora! El cielo aparece negro al lado de la reverberante claridad de la luna y de la nieve. Las estrellas se ven tan lejos y tan atenuadas, que parecen pertenecer a otros mundos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Mas ¿por qué se extiende de pronto una obscuridad densísima? ¿Por qué las estrellas fulguran en la sombra con un brillo desusado? ¿Qué es esto? Desbórdase de la luna un océano de claridad; la blanca sábana que envuelve la creación refleja una luz intensa; la lontananza del horizonte se rasga y se prolonga... En seguida las tinieblas se tornaron espesísimas. ¿Qué misterio se obra en la Naturaleza? - ¡Oh! ¡La aurora boreal! El Septentrión se inflama con mil luces y colores; una llamarada de oro y fuego inunda el espacio ilimitado; las soledades se incendian; los monolitos de hielo brillan con todos los matices del arco iris. Cada carámbano es una columna de topacio; cada estalagmita, una lluvia de zafiros. Rásgase la penumbra, y descúbrense océanos de claridad... ¡Allá adivino el Polo alumbrado intensamente, erial solitario que ningún pie humano llegará a hollar nunca! Y en aquella región de continuo espanto creo divisar el eje misterioso de la Tierra... Único espectador de este sublime drama, caigo instintivamente de rodillas... ¡He aquí los confines del Globo trocados en esplendoroso templo, en una capella ardente, en un sagrario de purísimo oro derretido! Dominando tan vasta iluminación álzanse columnas de llama aérea, arcos de divina lumbre, bóvedas de flámulas desatadas... Así se conciben la cuna del rayo, el manantial de la luz, el lecho del sol en la fulgente tarde... ¡Cuánta vida, cuánto ardor, cuánta belleza en el universo! ¡Qué lujo de fuego y de colores después de tanto tiempo en que mis ojos sólo vieron la atonía del color y de la existencia! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pronto se concentran en un punto tantos ríos de ebulliciente claridad, y fórmanse mil soles de fuegos fatuos, que se apagan sucesivamente, como la iluminación de terminada fiesta. Los prismas se decoloran, la escarlata amarillea, la púrpura toma un tinte violado... ¡Otra vez desolación y tinieblas! El meteoro ha desaparecido. |
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